Capitulo 38: Errores

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Enciende ese cigarro que es paradójicamente lo que la da el oxígeno que lleva rato necesitando. Si hace memoria de los últimos minutos, un montón de sucesos pasan a gran velocidad y la angustia se instala en su pecho. Angustia que parece aflojarse al sabor de la nicotina. Y es que, a pesar de que puede afirmar sin ningún atisbo de duda que ha vivido momentos posiblemente mucho más complicados a lo largo de su vida, hacía mucho que no vivía ese descontrol a su alrededor y mucho menos había sentido como un caos podría arrasar a sus pequeños, sobre todo con su petita...

Ahora Martín la da una tregua en esa siesta que ha conseguido que durmiera y aún no se cree como ha conseguido engañar al pequeño en esa situación. La cuesta recordar el orden de los acontecimientos y aún algún remordimiento la acusa por no llamar a la casa vecina.

A pesar de lo relatado por Laia y la interrupción de Martín, Luis no se frenó en comprobar con sus propios ojos la gravedad de la situación. Y quizás ese joven algún día tenga que darle gracias por ello. Pocos minutos después y cuando Aitana había conseguido que el niño empezara a comer a pesar de la ausencia de su padre y Laia les acompañara más o menos tranquila en esa comida... los pasos a trompicones y los susurros de Luis les alertaron.

Tiene que dar gracias a que aún mantiene la costumbre de sentar a su hijo en la trona, pues está segura que de otro modo no le hubiera ahorrado ver semejante imagen. Aun recuerda restos de vómito en el rostro pálido de Samuel acompañado de unos ojos rojos que parecieran grabados a fuego. El peso caía en el hombro de Luis que intentaba sonsacarle qué demonios había tomado.

Pocos segundos después, Luis se llevaba su coche con ambos adolescentes, porque ninguna fuerza humana hubiera retenido a Laia en casa. A pesar de que ese era el deseo de ambos adultos, porque no, ninguno quería para su niña aguantar semejante situación.

La última noticia que tiene de ellos es un mensaje que la llegó de Luis, cuando estaba limpiando la habitación de Laia por el estropicio que había causado Samuel, en el que la informa que el chico ha sufrido una pálida debido a una intoxicación por la mezcla de alcohol y cannabis.

Con cada calada que inhala, un pensamiento se instala en su mente: ¿Habría reaccionado ella tan rápido de no estar Luis? ¿Debería avisar a los padres de Samuel? ¿Qué ha pasado para llegar a esa situación? ¿Volverá a preguntarla Martín? ¿Cómo estará Laia? Y en ese mar de dudas, lo único que la consuela es que al menos Laia está a su lado. Al lado de esos brazos que a ella la quitarían el ligero temblor que siente cuando ve temblar su pulso sosteniendo ese cigarro, los mismos brazos que sabe que son su mejor refugio.

Y no se equivoca. En esos incómodos asientos grises que crujen con cada leve movimiento, el cuerpo de Luis es el sustento del de Laia, que se recuesta ligeramente sobre él

- ¿No tardan mucho?- pregunta suavemente la chica, rompiendo el silencio que se ha formado entre ellos desde que consiguió dejar de llorar de la impotencia

- Deben estar haciendo que expulse toda esa mierda...- la explica con suavidad- Deberías comer algo- la avisa

- ¿Y si justo sale el médico?- pregunta temerosa

- ¿Si te traigo algo lo vas a comer?

- Lo compartimos- media Laia sabiendo que tiene que comer algo a pesar del nudo que no se ha deshecho de su estómago

- Si salen me llamas ¿vale?- la pide antes de dejar un beso en su frente e incorporarse

Ve como la joven asiente levemente antes de perderla de vista y se siente un poco mejor al verla relajada, aunque igual simplemente es el cansancio el que ha hecho mella en su cuerpo. Aun así, es un consuelo no sentir como sus lágrimas humedecen su jersey mientras se culpabiliza por no haber estado con él, ni su respiración y pulsación acelerada cada vez que la daba un abrazo. Como también lo es, dejar de escuchar el chirriar de la silla mientras mueve incesantemente sus rodillas esperando noticias.

SaudadeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora