El cielo era una sombra gris semejante a una perla sin lavar, aún dentro de la boca de una ostra, hundida en el fondo del mar. La pequeña ciudad de Jersey, parecía hundirse también, en un océano de libertad y en la tierra de oportunidades. El horizonte era casi siempre gris y monótono, excepto por esos pocos días de verano, donde el sol alcanzaba su cima, en lo más alto del cielo, reinando esas pocas horas sin sombras. Pero dicho reinado era cruel, y aporreaba ese calor a los cuerpos, sin lamento o señal de detenerse. Entonces, quizás ese dolor seco y frio que exudaba el cielo esa tarde, era algo bueno, porque no traía consigo ese calor seco y pegajoso.
Era fin de invierno, aún no lo suficientemente cerca de esa hermosa brisa primaveral y flores enaltecidas trayendo vida nueva y amor, pero sí demasiado cerca para que el frío gélido se hundiera en los huesos y no se calentaran. La nieve ya estaba dispersa, y en lugar de eso Jersey, al menos en esa parte, era recibida con lluvias frías y noches en las que se te congelaba la piel. En la oscuridad, la tierra se congelaba y así permanecía, como si nada hubiese pasado, hasta que la luz del día regresaba y la esencia de la temperatura bajo cero se disipaba. La escarcha se convertía en charcos de barro en los que los estudiantes jugaban mientras esperaban el transporte. Pero aún permanecía el aire, esa nada, ese aire muerto que se filtraba en las costuras de la ciudad replegándose hacia las colinas.
Ese día no era la excepción, pero los estudiantes no estaban jugando en los charcos. Estaban aún en la escuela dominical, obligados a usar ropa que les daba picazón, mientras que los labios de sus madres se fruncían, emitiendo una opaca luz en el destello de esperanza que rodeaba a los niños, atrapándolos hasta que fuesen libreados al mediodía, libres de ser infernales de nuevo. Parecía que solamente los domingos, Jersey perdía su borde de desolación. La gente era bastante religiosa en esa área, y si no lo eran, al menos pretendían serlo. Dentro de todas las idénticas y pequeñas casas, que se alineaban en las calles, el interior parecía demasiado predecible. Era como disecar un cadáver; siempre sabes dónde están el corazón, el estómago y los pulmones. Dentro de esas pequeñas moradas, sabías que ibas a encontrar un cuadro aterciopelado de Jesús, seguido de una cruz con el cuerpo inerte del hombre colgado en ella. Y si la casa era particularmente fiel a su fe, una biblia estaría presente, con la tapa reluciente y las páginas doradas recubriendo los bordes pidiendo a gritos ser leídas.
En su mayor parte Jersey era un estado peligroso. Por supuesto que no todas las regiones eran tan malas, pero Newark era por lejos la peor. En los últimos años, se habían encontrado cuerpos en el río situado cerca del parque vecino. Los niños no tenían permitido salir a jugar, aún durante el día. Y cuando podían, sus hermanos mayores debían permanecer a su lado en todo momento, asegurándose de que todo estuviese bien y que así se mantuviese. Debías mirar sobre tu hombro constantemente mientras caminabas, aunque sólo fueras a la amigable tienda cercana. Y la tienda cercana, no era siempre tan amigable. Junto con los cuerpos que se acumulaban en el río, más de un empleado había recibido un disparo en la cabeza durante el turno nocturno. El lugar era asaltado constantemente, pero la mayoría de esos incidentes eran relativamente inofensivos, ya que casi siempre eran adolescentes quienes cometían esos crímenes. Los hombres en el área ahorraban su tiempo y energía para actos criminales mayores y mejores, como la mafia y el narcotráfico.
A pesar de todas estas medidas cautelosas, si vivias en esa ciudad nunca sentías miedo realmente. Te asustabas a veces, cuando pasabas al lado de una patrulla que llevaba a un asesino en el asiento trasero, pero no era un miedo constante. Nunca considerabas que estabas en peligro; eras consciente de que el peligro estaba en todas partes, y para no hacerle frente actuabas como debías actuar. Estaba grabado en tu memoria: el no cruzar la calle Dunlop porque sabías que ahí vivía el tipo que tenía todas esas municiones en el cobertizo de su patio trasero. Sabías que no tenías que ir detrás del cine en plena luz del día porque te encontrabas con los narcotraficantes. Lo sabías. Y lo aceptabas. Ese era nuestro hogar, después de todo, y mierda, a pesar del completo peligro detrás de todo, la gente amaba de dónde era. Y lo apoyaban plenamente. Llenaban los centros comerciales, escuelas e incluso las iglesias con caras sonrientes y orgullosas. Y eran los domingos cuando Newark quizás no parecía un lugar tan malo, después de todo. Incluso los criminales de los cuales pasabas toda la semana escondiéndote, incluso ellos tenían fe. Estaban sentados un banco a tu derecha, redimiéndose por todos los pecados que cometieron y por los que estaban por cometer. Y tú les sonreias y asentías con tu cabeza, olvidandote de que los viste sacando dinero en lugar de ponerlo en el plato de ofrendas. Era domingo, era lo que hacías.
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1. the dove keeper (frerard) *traducción*
FanfictionFrank es un muchacho de diecisiete años de edad que no quiere crecer y tiene pequeñas aspiraciones para cualquier cosa más allá de estar parado afuera de la tienda de licores local y emborracharse. Pero cuando conoce a Gerard, el viejo y conocido ar...