d i f e r e n t e s v i c i o s ; d i f e r e n t e s t i e m p o s

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Esa noche cuando llegué a casa, imágenes de Gerard se filtraron a través de mi mente sin importar cuánto intentara detenerlas. Parecía que cuanto más forzaba a mi conciencia para que las detuviera, más las traía mi inconsciente -sólo que diez veces más fuerte. Imágenes de Gerard usando solamente una toalla siguieron apareciendo en mi visión, cuando momentos atrás había estado tocando la guitarra tranquilamente, pensando en felices cosas no-gays.

Odiaba el hecho de que parecía que era incapaz de controlar mi propia mente. Quería arrancarme la cabeza y sacar a la mierda el recuerdo de Gerard sólo para que todo volviese a estar bien. Sin embargo, sabía que aún teniendo ese sádico poder, no mejoraría nada. El hecho en sí se mantenía fuerte; me había sentido atraído a Gerard ese día. Y en algún sentido, siempre lo había estado, en una u otra forma. Admiraba sus pinturas y su habilidad para el dibujo. Amaba la forma en la que hablaba, su cerrado acento francés que aparecía cuando él lo quería, su voz profunda y cantora saliendo otras veces. Amaba sus razonamientos sobre las cosas y sus teorías sobre la comprensión del mundo. Pensaba que era una persona increíble. Pero me tomó el llegar a ese día, el verlo con una toalla y teniéndolo tan cerca de mi rostro para comprender las implicaciones físicas en todo. Ahora me sentía atraído a Gerard en más que sólo formas emocionales. Ya no iba a verlo sólo para tener un amigo. Una pequeña parte de mí quería ser más, y eso era algo que no podía comprender.

No sólo no podía comprenderlo, sino que también me negaba. No podía mantener la idea de que quería a Gerard en una forma sexual. No era posible. Primero, porque es un hombre. Nunca en mi vida me había sentido atraído hacia un hombre. Pensaba que algunos de mis amigos y conocidos de la escuela eran geniales y divertidos para pasar el rato, pero nunca me los quise follar. Pero, de nuevo, también creía que Gerard era genial y divertido para pasar el rato. Quizás si hubiese visto a mis otros amigos en una toalla, mi punto de vista hubiese cambiado. De cualquier forma, no quería pensar en eso. No tenía tiempo para reevaluar viejos sentimientos, cuando ni siquiera podía manejar los nuevos que estaban filtrándose por mi cuerpo.

No creo que en realidad quisiera cogerme a Gerard. Era algo mucho más que eso. Él ya se había expuesto tanto ante mí. Me mostró su arte, me dejaba ir a su hogar a diario, me dio las llaves de su apartamento y pronto me iba a enseñar a pintar. Ni siquiera había terminado de conocer a ese hombre, y ya me sentía tan cercano a él. Y cuando vi su blanca y desnuda piel, expuesta en un sentido físico, despertó algo en mí. De repente tomé consciencia de formas alternativas de demostrar cariño a otras personas. Con mis amigos estaban los ocasionales choques de mano, golpes en el hombro y quizás, si estaba con suerte o muy triste, un corto y rápido abrazo. Era lo mismo con mi familia. Mi madre era la más afectuosa de los dos (no era tan difícil considerando el duro exterior de mi padre), pero incluso ella ya no me daba tantos abrazos como antes. La incomodidad de que su hijo estaba creciendo, la hizo rehuir de siquiera tocarme. Por eso, estaba agradecido. No quería que me vieran abrazando a mi madre en frente de la escuela. Sin embargo, cuando cesó el contacto físico, comencé a olvidar el factor terapéutico de un simple roce. Gerard me había abrazado en los primeros días de nuestras reuniones; él ya estaba mostrando su cariño hacia mí. Los amigos hacían ese tipo de cosas. Se tocaban. Había otras formas de expresar sentimientos genuinos sin usar las manos, pero otras ideas llenaron mi mente. Comencé a recordar que se puede estar expuesto en más de una forma. Podías mostrar y desplegar tus emociones, usándolas en tu manga y sentir como si estuvieses desnudo. O podías estar desnudo con alguien y conocer a esa persona a través de las historias que cuente su cuerpo. Pero la idea de compartir mis sentimientos (en especial esos completamente jodidos que tenía) y sobre todo el estar desnudo con alguien me hacía estremecer.

Nadie me había visto desnudo en años, no desde que era un bebé, y sólo había sido mi familia. Cuando iba a nadar o a cualquier parte en la que debía cambiarme, me escondía en el cubículo del baño, mientras me ponía el traje de baño sobre mis chuecas rodillas. No quería que la gente viera mi débil y raro cuerpo. Era feo -y aún lo era (aunque mis rodillas ya no estaban tan chuecas) De cualquier modo, esa era mi opinión sobre mí mismo. Gerard me había dicho que esas opiniones no eran válidas. Quizás para la gente, mi cuerpo no era feo. Quizás mi cuerpo no le parecía feo a él...

1. the dove keeper (frerard) *traducción*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora