c o n s i n t i e n d o a l a m a l d i c i ó n - p r i m e r a p a r t e

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El camino a su apartamento me pareció más largo de lo habitual, y me quedé atrás todo el tiempo. No quería que la gente nos viera juntos y se dieran malas ideas, especialmente si Sam o Travis estaban cerca. Me preocupé por unos momentos mientras nos acercábamos a la licorería, pero cuando todo lo que vi fue al hombre vagabundo genérico en la esquina, supe que estaba a salvo (ya que podría estar en esa situación, de todos modos). Los dos probablemente todavía estaban en casa durmiendo en el constante estado de ebriedad en el que habían estado durante la estancia de la cabaña. No los vi ni les hablé mucho mientras estuve ahí, pero cuando lo hice, me aseguré de que la mayoría de sus recuerdos se veían borrosos por la embriaguez, excepto por esa breve hora que condujeron hacia allá. Ni supe si Sam manejo de regreso intoxicado o no; Me había regresado con Jasmine. Aunque estar sentado en un lugar tan cerrado con ella completamente vestido y sólo había sido incómodo, mis pensamientos comenzaron a enjambrar y burbujear dentro de mi conciencia culpable, era mejor que conducir borracho y estrellarse. Sin embargo, estrellarse y tal vez no despertar nuevamente durante un buen rato, hasta que todo esto explote al menos, parecía una maldita buena idea en este momento.

Sentí que estaba caminando hacia mi sentencia de muerte. Los árboles de alrededor comenzaron a girar y girar, sus largas ramas formaban las barras de las celdas de prisión por las que estaba pasando en mi paseo de la vergüenza. Mantuve la cabeza gacha mientras avanzaba pesadamente, viendo las grietas y la tierra debajo de mis pies, y pateando las pequeñas rocas que se acumulaban alrededor. Podía escuchar el viento azotando a través de las barras metafóricas que me encerraban mientras nos acercamos más y más al apartamento de Gerard. Sabía que ahí sería donde me ejecutarían, los vapores de pintura que siempre invadían mi nariz actuaría como la cámara de gas perfecta. Una vez me había acostumbrado al olor de la pintura y el arte que se adhería a las paredes, a la ropa y al cabello de Gerard, pero ahora el sólo pensar en el olor me hacía ahogarme. Iba a consumirme, junto con muchas otras sustancias, y no tenía ni idea de que había estado respirando mi propia muerte por tanto tiempo. Gerard y yo habíamos estado condenados desde el principio; Debería haber conocido el olor a la sofocación.

Sin embargo, el hecho de que estuviéramos condenados no significaba que no hubiera sido buenos. Fue bueno; Muy bueno. Y lo había echado echado perder en tan pocos días que parecía prolongarse como mi cadena perpetua. Estaba siendo mi propio juez, jurado y verdugo. Gerard iba a leer la boleta sobre lo que deparaba nuestro futuro. Ya no tenía poder, y dudaba si alguna vez lo tuve. Quería ser, y tal vez siempre lo fui, ciego, sordo y mudo.

A pesar de la sonrisa que había puesto en mi rostro cuando comenzamos nuestro viaje, la pesada sensación en mi pecho aún permanecía. Gerard me miraba a veces, orgullosamente exhibiendo otra de sus sonrisas, yo sólo mantenía mis ojos en sus zapatos. De repente, los objetos que una vez quedaron fuera de la visión ahora me fascinaban. Nunca me había dado cuenta de lo gastados que estaban sus zapatos en la parte inferior. Era extraño; la mayor parte de la ropa de Gerard estaba limpia, nítida y nueva. Y si no era nueva, entonces estaba en muy buena forma. Incluso su camisa de arte, que había existido por Dios sabe cuántos años, todavía tenía las marcas de pliegues de la forma en que se suponía que lo plancharía hace años. Gerard (o tal vez Vivian) cuidaba muy bien su ropa; era parte de su imagen. Pero sus zapatos; eran algo completamente diferente.

Usaba zapatos de vestir la mayor parte del tiempo, un calzado negro brillante que tenía un aroma similar al del betún quemado. Me recordaron a los zapatos que mi padre llevaba a la iglesia cuando mi madre nos obligaba a todos a ir como una familia unida. Solía patear aburrido la parte posterior de los bancos, el olor se infiltraba en mis fosas nasales mientras el color negro se difuminaba con el roble. Odiaba esos zapatos, y finalmente tuvo que dejar de usarlos porque sus tobillos comenzaron a hincharse demasiado por las lesiones que había retenido en sus viejos trabajos mecánicos. Los zapatos fueron arrojados al armario como muchas otras cosas, enterrados bajo mis muchos años, mis Nike para bicicleta y ropa deportiva.

1. the dove keeper (frerard) *traducción*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora