c l a s e s d e c o n d u c i r

90 10 2
                                    

Al día siguiente, Gerard decidió cumplir su palabra y enseñarme a conducir. Habíamos caminado a casa el resto de distancia desde el parque, Gerard ni siquiera cuidó de que su furgoneta estuviera todavía en el estacionamiento del restaurante. Dijo que prefería que la remolcaran y la regresaran luego en vez de arruinar la agradable transición que teníamos. Quería mantenerme a su lado mientras caminábamos hacia el apartamento, y lo más importante, quería caminar. Era la única ocasión en que podíamos salir en público, tomándonos de la mano y dándonos pequeños besos sin estar asustados con la idea de que nos atraparan. El cielo nocturno nos envolvió en una manta, las estrellas y lámparas eran pequeños agujeros en la tela por los que podíamos ver, para guiar nuestro camino a casa. Cuando veíamos a más personas compartiendo calle con nosotros, nos separábamos, pero aún así permanecíamos relativamente juntos. No se podía negar que estábamos juntos, pero dejábamos el estatus de nuestra relación muy vaga cuando los extraños estaban entre nosotros.

Mientras pasábamos frente a la tienda de licores de su casa, me di cuenta de que todavía no tenía ni idea de lo que les diría a Sam y Travis el lunes. Había debatido entre decirles que estaba aprendiendo arte, y Gerard me estaba enseñando, pero no era algo que me creerían, aunque fuera cierto por un tiempo. Nunca antes había mostrado interés por el arte. Se pondrían escépticos, como si ya no fuera suficiente. Y por supuesto, me llamarían marica. Sin embargo, me llamaría marica en cualquier circunstancia, ya fuera que estuviera aprendiendo a hacer arte o tocando la guitarra, o les dijera que estaba robándole alcohol a Gerard y por eso estaba en su apartamento. Era un proceso de asociación en sus pequeños cráneos de cabeza gruesa. Si estaba involucrado con el artista marica, significaba que yo también era un marica. Y aunque la teoría en sí no era del todo cierta, supuse que sí se aplicaba en mí.

Era un marica. Estaba cogiendo con un hombre, me gustaba y lo haría de nuevo. En el fondo, sabía que Gerard valía la pena, y el punto sólo se reiteró cuando presionó sus labios contra los míos en cuanto estuvimos en el área protegida del apartamento. Ambos estábamos tan cansados ​​que no tuvimos sexo esa noche. Simplemente nos despojamos de nuestra ropa como capas de pintura y nos dejamos caer juntos en la cama. Me pasó los dedos por el cabello, rozando la piel de mi nuca hasta que la luz de las estrellas y la luz artificial se mezclaron en un aura y me quedé dormido. Mi cabeza descansaba sobre su pecho, y oí las palpitaciones rítmicas de su corazón. Sonaban como aleteos de paloma.

Por la mañana, desperté con él a horcajadas sobre mí, completamente vestido, y con las finas sábanas evitando que mi cuerpo desnudo golpeara sus pantalones ásperos de pana. Estaba agitando un llavero en mi cara, con una nueva llave brillante agregada al montón.

-"Vamos a conducir"- dijo, de alguna manera logrando que pareciera sensual, y como la mejor idea que había oído. Se inclinó hacia mi cara, todavía aturdida por el sueño, y procedió a besarme los párpados y el rostro, despertándome. Saltó de mi cintura tan pronto como empecé a besarlo de vuelta, abriendo mi boca y permitiéndole entrar. Me acosté en la cama, con los brazos apoyados y mirándolo. No podía seducirme en un momento, y luego irse al otro.

Gerard era bromista la mayor parte del tiempo, arrastrando sus impulsos y deseos apenas para abastecer el suyo propio. Hacía crecer a las personas que deseaban estar con él, a las personas que deseaban besarlo, tocarlo y tenerlo, sabía cómo volverme loco y deseaba con fuerzas poder causar lo mismo en él. Necesitaba guiarme la mayor parte del tiempo, y sus tentaciones me daban algo para poner en cero mi energía sexual. Nuestros apetitos sexuales trabajaban bien juntos, y también se enfrentaban a veces, proporcionando un elemento más a nuestra dinámica original. No me gustaba cuando bromeaba, especialmente a primera hora de la mañana, pero no podía dejar de jugar. El modo en que sus cejas como orugas parecían tener vida propia mientras se movían por su frente, y la forma en que sus diminutos dientes aparecían en una sonrisa diabólica, sólo me hacía querer hacerle algo peor. Se paró en la puerta, justo en ese momento, esos rasgos familiares se soldaron fuertemente por su cara.

1. the dove keeper (frerard) *traducción*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora