35.

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—Contigo hasta el infierno, chiquita.


Canadá miró sorprendida a aquel tricolor, y sonrió. Porque era de los pocos que se le acercaba, arriesgándose a la cólera de su hermana o a la de su padre, así que disfrutaba mucho de esos momentos.


—No al infierno —rió bajito—, pero puedo llevarte por un café con pastel.

—Wow, creí que me ibas a mandar a la chingada.

—¿Qué? —No lo entendió.

—Pues... No me hagas caso. Yo te acepto el cafecito.


Canadá aprovechó esa oportunidad, porque quería ir por ahí, quería conocer al chico de escudo con un águila, quería divertirse un rato.

Y fue lo mejor.

Porque lo disfrutó mucho de la compañía, rio a carcajadas en ocasiones, se avergonzó por los piropos y los suspiros, le gustó el perfume del tricolor y se sintió libre.


—Podemos salir otro día si quieres.

—Chale... No creí llegar tan lejos.

—¿Por qué?

—Porque te me hacías tan inalcanzable... Y ahora estás aquí.

—¿No te parezco aburrida?

—¡Claro que no!

—No... ¿No parezco intimidante?

—Yo solo veo un mujerón de linda sonrisa y unos ojazos que cautivan.


Canadá enrojeció ante el comentario, tal y como había hecho desde que invitó al tricolor a esa salida. Se mordió el labio y luego sólo agradeció.


—Ay, me gustas un chingo.

—También me gustó salir contigo, Mexique.

—Háblame así de bonito y se me van a encender... las ilusiones.


Sí. Así fue la primera cita de esos dos.

Dulzura [México x Canadá]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora