—¿Ya llegamos?
—No
—Está muy lejos.
—No tanto.
—Eso dijiste hace diez kilómetros y ¡nada!
México emitió un bufido y una queja semejante a un niño, porque estaba cansado, tenía frío, estaba muy cansado, y su maplecito seguía mintiéndole al decir que ese lago estaba cerca. Estaba hasta la madre de ver árboles y árboles en ese vasto bosque cubierto de follaje y ramas.
Ya ni sabía si seguían en tierras canadienses o pasaron a Narnia, pero la risita de Canadá lo apaciguaba un poco, y por eso insistía en hacerle bromas o detenerlo solo para que se besaran un ratito. Pero después seguían caminando.
—Ya llegamos.
—Wow.
—¿Solo wow?
—Más que wow —separó sus labios y después silbó al ver el enorme lago frente a ellos, rodeado por un par de montañas con las cimas congeladas—, es... pero ¡qué mamada! —admiró asombrado—, ¿de dónde salió esto?
El agua era azulada, tan cristalina que reflejaba el bosque, el cielo, y las montañas como si fuera un retrato pintado con paciencia. El bosque era enorme, pero en ese punto los árboles parecían ser infinitos y apenas podía ver sus copas. El agua se mecía con calma en la rivera, se escuchaba a un par de pajaritos, y hasta el frío se le pasó.
—Conozco cada zona de mi territorio como si tuviera un mapa mental —sonrió Canadá—. Y este lugar no es conocido por tantas personas..., es tierra inhóspita.
—Y que lo digas, maple, caminamos un chingo y ya sentí que me iba a morir a medio camino.
—Te dije que valdría la pena.
—No lo dudé, mi amor, porque siempre vale la pena si te tengo conmigo.
—Moi aussi je t'aime —susurró.
—¿Acabas de decir que me amas? —lo miró sonriendo.
—¿Ya me entiendes?
—Tal vez si me hablas más de cerquita.
Disfrutaron del paisaje sí, pero más disfrutaron de perseguirse en medio de ese desolado paraje, sujetar sus manos, pelear un poco antes de que Canadá convenciera a México de nadar un rato en esas aguas —heladas, pues claro, porque eran tierras frías a comparación de las mexicanas—, y unir sus labios en medio de todo eso.
—Me muero, maplecito —pero después el frío fue demasiado para el tricolor.
—Espera un poco —sonrió mientras encendía la fogata, sin temblar siquiera a comparación de su novio—. Ya está... Acércate, cariño.
México se refugió en brazos de Canadá, contento de sentir el calorcito del fuego y de la piel ajena, recuperando un poco de control e impidiendo que sus dientes castañearan.
Se quedó ahí.
Viendo el vendaje en el cuello de Canadá, muestra de la herida que aún no cerraba, porque seguía mordiéndolo a pesar de que su maplecito era un beta. A veces se sentía tan culpable.
—Espero que te hayas divertido.
—Sí —susurró México—, contigo siempre.