4.

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"Los betas no tienen aroma"

Entonces... ¿por qué él sentía un ligero toque de miel en esa piel?

Era un perfume tan delicioso, sutil pero distintivo, era el aroma de su Canadá. Era lo que gustaba de disfrutar cada mañana cuando se refugiaba en ese pecho y se negaba a levantarse, era lo que hacía a su boca salivar cada que tenían sexo, era eso lo que lo llevaba a morderlo en el cuello con la creencia firme de que formarían un lazo.

Pero era imposible.

No podía darle esa dicha a su maplecito. No podía darle esa seguridad para que Canadá dejara de tener esas crisis de ansiedad donde creía que lo iba a abandonar por un omega de tantos que abundaban. México sólo podía besarlo y abrazarlo en un intento de hacerle ver que sólo lo amaba a él, pero no bastaba... Y volvía a morderlo... Y Canadá volvía a llorar mientras decía que anhelaba ser un omega que pudiera complementarlo.


—Pero tú lo eres todo para mí, maplecito.

—Gracias —pero seguía llorando—. Gracias.


A veces desearía que las castas no existieran, porque sólo así Canadá no sufriría en silencio, pero no se podía y solo le quedaba demostrarle que lo amaba cada día, cada hora, cada vez que pudiera.

Dulzura [México x Canadá]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora