—¿Por qué con él?
Un silbido agudo y después un golpe en seco. Y volvía a repetir la pregunta, para escuchar de nuevo ese silbido y la madera destrozada.
—¡Y ya deja de cortar leña mientras te reclamo!
—Bro —suspiró Canadá mientras se quitaba el sudor de la frente—, ya hemos tenido esta conversación muchas veces y siempre te doy la misma respuesta.
—¡Lo odio tanto! —bufó indignado—, ¡por qué tuvo que seducirte!
—Ame, por favor. Deja de quejarte.
—¡No!
—¡USA!
—¡No! —hizo un puchero—. No mientras siga viendo vendas nuevas en tu cuello cada semana.
Canadá enrojeció y se tocó esa zona. Porque era inevitable. Y aunque quisiera detenerlo, no era posible.
USA no era el único preocupado, otros ya le habían advertido que después alguna complicación tendría por las mordidas constantes.
—Yo...
—Vamos con OMS para que él te dé su charla y un regaño para que así ¡entiendas!
—Ame... necesito esto.
—No necesitas nada... ¡No! ... —intentó respirar y calmarse—. Tú eres un tesoro invaluable, Cany... No mereces esas heridas constantes.
—Ame —se acercó para fundirse en un abrazo y ocultar su rostro en el cuello de su hermano—, tal vez tienes razón.
—Jamás quise dejarte con un alfa.
—Lo sé.
—Sabía que esto pasaría.
—Lo siento.
—No sabes amarte a ti mismo, sweetie —lo abrazó con fuerza.
—Pero lo amo a él.
—Por favor... Ya deja esto.
Pero no pudo, ni quiso intentarlo siquiera, porque era feliz en esa relación, porque se sentía amado y seguro cuando México le sonreía, porque se sentía especial.