Tenía un fetiche. Bueno. Los alfas tenían muchos fetiches, porque andaban de calentones cada que un culo bonito se les mecía enfrente.
Eso sonó muy feo.
Pero era verdad en la mayoría de casos.
La cosa era que tenía un fetiche con su maplecito.
—Mex... No hagas eso —cerraba sus ojos y trataba de respirar normalmente, pero era difícil—. Cariño... E-eso duele.
Ahogaba un suave suspiro con su mano y volvía a cerrar los ojos. Sus dedos se posaban sobre esos cabellos tricolores, acariciaba la nuca de México y trataba de no ceder ante su propio deseo.
—Mex... Por favor.
Pero no, México seguía repasando aquel botoncito con su lengua, de arriba hacia abajo, despacio, suspirando y sonriendo al escuchar la suave queja de Canadá. Mordiendo suavemente, succionando un poco hasta ver lo duro que ese pezón se ponía. Depositaba un rápido besito y después sonría antes de elevar su rostro.
—Te ves tan bonito así.
Deslizaba sus dedos por el abdomen que se contraía, ascendía hasta el otro pezoncito desatendido y lo pellizcaba con suavidad. Sonreía satisfecho por la mueca de su novio y acercaba más su pelvis a la de Canadá.
—Mex —su voz tembló—, detente... Por favor.
—Vamos... Sólo un rato.
—No —sujetó su camiseta e intentó bajarla—. La última vez ese "rato" fue una tarde entera.
—Pero estuvo rico.
—Mexique! —alejó esa mano y suspiró—. Tenemos una reunión.
—Sólo atenderé a tu otro botón de gomita —relamió sus labios.
—No —retrocedió y se escapó—. No te dejaré —sostuvo con fuerza su camiseta y se dirigió a la puerta.
—Vamos, mi vida.
—¡No!
—Solo un poquito.
—No entiendo tu fascinación con mis pezones.
—Puedo explicarte si me dejas lamerte el que falta.
—¡No!