—Eres tan hermoso.
Besó ese rostro, las mejillas, esos labios, la quijada, mientras escuchaba una risita.
—Mexique, detente.
—Sólo un poquito más —susurró deslizando sus besos desde esos labios hasta ese cuello.
—Me haces cosquillas.
—Pronto sentirás más que cosquillas, mi vida.
Descendió hasta esa clavícula y la mordió suavemente.
—Auch... ¿Qué haces?
—Mimarte.
—Estás... ¿Estás intentando seducirme o algo así?
—Creí que era evidente —sonrió de lado—. O tengo que encuerarme pa' que se note.
—No —sonrió, pero después negó—. Mexique, hoy no tengo ganas.
—Mapleeee —se quejó con un niño—. No te he tocado desde hace dos meses.
—Lo sé —suspiró—. Es solo que... No tengo ganas.
—Maple —suspiró antes de derrumbarse sobre esas piernas—. Entonces dame cariño al menos.
—Lo siento.
—No te disculpes —se acomodó para abrazar al bicolor—. Ya habrá otra ocasión para ponernos calentones.
México se quedó ahí, dejando que los dedos de su novio peinaran sus cabellos, apreciando el calor de Canadá, el olor a miel y refresco.
Y...
—Maple... Tengo una duda.
—Dime.
—¿Tú celo no debió ser hace un mes?
—Oh —Canadá lo pensó—... No creo.
—Maple.... —lo miró detenidamente—. Y si...
—Oh. No, no, mon amour... —rio divertido, pero después se puso serio—. ¿O sí?
—Maple... Ya vuelvo —se levantó con rapidez.
—¿A dónde vas?
—A comprar un test de preñez... No —elevó sus dedos—. Tal vez unos cinco.
—¿Qué?
—Maplecito, éramos unas máquinas del sexo hasta hace dos meses... Y ya no. Tu celo está retrasado. Te vi lamer una barra de jabón.
—¡Sólo quería saber si el sabor era de chocolate como su aroma! —enrojeció.
—No'mbre. A mí no me van a hacer pendejo —hizo una mueca—. Tú estás preñado, maplecito.