Marcar territorio era un comportamiento animal. Dejar una marca de aroma en lo que te pertenece era algo un poco menos salvaje. O eso creían algunos. Pero la realidad era que ambas cosas eran la misma pendejada.
—Me haces cosquillas.
Canadá reía como cada mañana mientras sentía la mejilla de México restregarse con su cuello y su barbilla. Él jamás se quejó de ese cariño matutino porque le recordaba a un gatito, pero era cierto que también ignoraba que detrás de eso estaba un alfa territorial dándole aviso a los demás.
—Suerte en tu reunión, maplecito.
El bicolor solía besar a su novio durante un largo rato, permitiendo que México lo aprisionaran entre sus brazos, entendiendo que era la forma de calmar la ansiedad de una separación de tres días debido al viaje.
—Ugh... Qué horrible hueles.
—¿Eh? Pero... —Canadá olfateó su camisa—. Pero si tomé una ducha y me puse perfume.
—Fue tu noviecito, ¿verdad? —USA hacía muecas, su nariz sensible estaba sufriendo—. Dile que deje de impregnar su aroma en ti.
—Oh... ¿Huelo a él? —pero aun si lo intentara, no percibiría nada.
—Es tan... primitivo —gruñó por lo bajo.
—Sí que te cuida —fue el comentario de Colombia—. Marica, para la jeta y huele al maple.
—Hueles a macho urgido —rio Argentina.
—¿Ustedes también lo perciben? —elevó una ceja.
—Sólo los betas no pueden —USA se quitó su chaqueta y se la colocó a su hermano—. Mucho mejor —suspiró aliviado.
—Uuuhhhh se va a armar la grande —los latinos empezaron a reírse—. Has invadido territorio mexicano, gringo.
—¡Cierren la boca!
—Desearía... —Canadá suspiró antes de sonreír para ocultar su tristeza—. Desearía tener un aroma también... Para que México también se impregnara de mi olor.
—Awwwww... que par de idiotas —se burló el cafetero.