Ingenuo

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Dylan

El auto había comenzado a traquetear desde unos cuantos metros más atrás, como si de pronto se hubiese quedado sin gasolina. Lo cual era imposible, porque el tablero decía que le quedaba más de medio tanque. Aun así, no había parado de inmediato, con la esperanza de que volviera a funcionar normal, o al menos que terminara por fallas hasta que ya estuviera saliendo del lado sur del pueblo. 

Ninguno de sus dos deseos se hizo realidad. El coche terminó muriendo solo unos segundos después, dejándolo a la deriva en un camino tan oscuro que el asfalto incluso parecía un río de aguas turbias. 

Las farolas que se suponía debían iluminar el camino se encontraban apagadas, por lo que concluyó frustrado que estas no funcionaban ya. 

Incluso los locales frente a los que había quedado tirado no tenían luz. Le hubiese parecido extraño, pero cuando se dio cuenta de que el reloj en su muñeca marcaba pasadas las doce, dejó de sorprenderle. Aunque, a decir verdad, nunca creyó que los sureños —como se les llamaba a las personas del lado sur del pueblo—, desalojaran las calles inclusive si fuera la media noche. 

Intentó arrancar nuevamente, pero ahora el motor ni siquiera lograba iniciar, haciendo un ruido que lo único que podía significar, era que se había quedado sin batería. 

—Perfecto —se dijo a sí mismo en voz alta—. ¿Y ahora en dónde conseguiré corriente?

Se bajó del auto y abrió el capó. Más por hacer algo que porque supiera qué hacer. No podía usar su teléfono, ya que por pura casualidad se había quedado sin batería, siendo su último mensaje un aviso a su madre que estaría en casa para las doce en punto. 

Ella esperaba una llamada que confirmara que su hijo había llegado sano y salvo a casa, ya que ella y su padre estaban fuera del pueblo. Como solían estarlo casi siempre. El lado bueno es que por unos minutos atrasado, su madre no se preocuparía. 

Recorrió la calle con la mirada, preguntándose qué podría hacer. Al final se decidió en buscar un teléfono público. Quizá podría llamar a uno de sus amigos por ayuda o simplemente a una grúa. 

Estaba por empezar a caminar cuando unas luces le iluminaron el asfalto. Al volverse, estas mismas luces lo cegaron, impidiéndole ver qué vehículo era el que se aproximaba. 

Por un segundo creyó que este pasaría de largo, pero para su sorpresa comenzó a detenerse a un lado de la calle, quedándose aparcado frente a su auto. 

Él no era mucho de juzgar a las personas, pero considerando que aquella parte del pueblo no era muy segura, no pudo evitar desconfiar del desconocido que vendría en un Jeep Wrangler 2010 a la mitad de la noche. 

Para su sorpresa, del vehículo bajó lo que parecía un chico joven, por la forma tan despreocupada con la que se movía. No pudo verlo bien hasta que este estuvo frente a él. 

The CrashDonde viven las historias. Descúbrelo ahora