La ciudadela

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No importa el tiempo que pase.
No puedo dejarte atrás.


John espoleó las riendas de su caballo. Llevaba muchas horas de viaje pero su destino estaba a penas media hora de él. Ya podía ver los muros de la gran ciudadela que rodeaba el castillo de Porthaven. Nada más entregar aquél tratado a la reina podría descansar después de tantos años.

Aún no recordaba la última vez que había tenido tiempo para si mismo. Puede que la última vez hubiera sido hacía siete años. Cuando aún vivía en Arkadia, tiempo antes de participar en las cuatro pruebas. Quién le diría que aquello había sido una estrategia para conseguir que ocupase el puesto que décadas atrás había sido de su padre.

John no podía negar que habían sido años muy duros. Sobretodo porque meses después de su alistamiento en la guardia real, todo el conflicto estalló y la guerra volvió. Fue entonces cuando el príncipe volvió al palacio pero John aún no tenía el rango suficiente para poder protegerlo. Debería trabajar durante años para poder llegar al nivel que su padre había alcanzado. Para sorpresa de todo Porthaven, la reina envío a su hijo al campo de batalla. El joven apenas había pasado tres meses en el castillo cuando tuvo que enfrentarse a la crueldad de la guerra.

El castaño maldijo a la reina, quería adentrarse en sus pensamientos para averiguar qué le ocurría. Aquella mujer dulce que le había cuidado de pequeño ahora era imprudente respecto a cuidado de su hijo y se comportaba como si no quisiera que él se mantuviera con vida. Aquél príncipe debía de ser tan solo un niño.

Aunque con la llegada de algunos caballeros a Porthaven descubrió que había subestimado al príncipe. Todos lo que habían luchado con él estaban de acuerdo en que la inteligencia de él joven príncipe era su mejor arma.
Gracias a él muy pocos soldados habían caído heridos y las estrategias de combate permitían victorias rápidas. Ese joven siempre pensaba antes de actuar, él no solo quería ganar sino también proteger la vida de sus soldados.

También había escuchado lo bueno que era con los mandobles. Aquello sorprendió en gran medida a John cuando lo escuchó por primera vez. Nunca había conocido a alguien que se atreviera a luchar directamente con un mandoble. Tener que usar ese estilo de armas suponía exponerse completamente. Aquél que luchaba con un mandoble no disponía de ninguna forma de defensa. John siempre admiró aquello, los mandobles eran armas muy complejas y que requerían una enorme destreza y equilibrio. El príncipe estaba demostrando su valor ante cualquiera que se atreviese a dudar de él.

Mentiría si dijera que no quería conocer a aquél joven. Sabía que era menor que él, aún se acordaba de cuando lo vio siendo un recién nacido. Sin embargo el niño se marchó y desde que había vuelto 18 años más tarde, no fue capaz de verlo.
Habían pasado casi siete años desde el inicio de la guerra y el tratado que  llevaba en su alforja significaba la vuelta de la paz al reino.

Su caballo trotaba a gran velocidad por la ciudadela, los ciudadanos miraban con curiosidad al joven con el uniforme de la guardia real. Hacía mucho tiempo que no aparecía uno, la gran parte estaban en el campo de batalla o en el castillo con la reina. Por respeto, la entrada del palacio siempre se mantenía despejada y gracias a eso John no tuvo que aminorar el ritmo. Aunque Plutón, su caballo, empezaba a reducir la velocidad. Él también estaba cansado.

Llegó a las caballerizas, los encargados le conocían y sin preguntar se llevaron a su caballo para darle un descanso. Sin pensarlo John bajó las escaleras a la biblioteca, si quería llegar rápido hasta las estancias de la reina, era la única manera. No había nadie por suerte, sacó uno de los libros y pulsó un botón que abrió un pasaje en dirección al bastión central. No todos los caballeros conocían esos sitios. Solo los que se habían ganado la confianza de la reina podían obtener los planos del castillo y no eran muchos.
¿Sabía el príncipe de esos pasajes?

Si no pudiera dormir por culpa del calor, estaba seguro que entraría en aquél lugar. La piedra fría de las escaleras le reconfortaba en aquel seco verano. Al llegar al bastión central salió de su escondrijo para llegar al exterior del castillo. Esa zona era la más alta, se encontraba en el centro y en los torreones cercanos estaban las habitaciones. Desde allí arriba se veía todo el reino de Porthaven. Subió las escaleras que dirigían a los aposentos de la reina. No estaba la flor del siglo en su puerta, eso significaba que podía entrar. Al llegar la habitación estaba tan impecable como siempre pero dentro ella no estaba. La reina tenía un laboratorio, seguramente estuviera en él aunque a John siempre le había dado miedo entrar. Cruzó la interconexión entre los aposentos de la reina y su laboratorio. Al llegar la puerta estaba abierta y ella leía unos textos ancestrales. John llamó a la puerta y la reina sin mirarle le pidió que entrase.

Has llegado, por tu respiración agitada deduzco que es algo importante lo que sujetas con tanto ímpetu entre tus manos— El caballero tendió el tratado a la reina.

Mi reina, ¿A qué se debe que no esté ningún guardia en sus estancias?— John llevaba pensando todo el tiempo aquello. La reina se estaba arriesgando a cualquier tipo de ataque.

Pedí que se marchase, necesitaba un tiempo sola. Ahora sí me disculpa, ¿Podría entregarme ese pergamino?

Con su gran delicadeza y elegancia abrió el sobre. Sentada en su escritorio no mostró reacción alguna, tan solo cerró de nuevo el manifiesto y se giró para poder hablar al caballero.

Ha llegado el momento de que mi hijo vuelva. Hazlo saber a la guardia de Necluda. La guerrera ha terminado, puede volver a casa.—

John quiso marcharse pero la mujer le cortó el paso.

Antes de nada quiero anticiparte algo. Te dejaré descansar pero cuando vuelva mi hijo tú deberás ocupar el puesto que te corresponde por derecho de sangre. Serás su guarda y por ello quiero obsequiarte con esto— La mujer le indicó un gran cofre de madera, en él habían talladas runas antiguas. Él lo abrió y dentro encontró un un arco. Era negro y por su diseño podía deducir la gran precisión que le otorgaría.

Es un arco de vigilante. Se crearon para combatir el cataclismo. Solo un arquero tan dotado como tú sería capaz de poder manejarlo. Acepta esto como mi ofrenda de gratitud.

Miró con incertidumbre a aquél arco. Su destino le perseguía y no había vuelta atrás.

𝐓𝐡𝐞 𝐊𝐢𝐧𝐠: 𝐉𝐨𝐡𝐧𝐝𝐨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora