El último suspiro

56 14 8
                                    

Era ella, era el espíritu de su madre. Llevaba la armadura dorada y con su espada había conseguido alejar al lobo blanco. Este se encontraba en el suelo y una de sus katanas se había partido por el ataque de la reina.

Su madre, aquella era su madre. No la mujer que reinaba en el castillo, esa era una simple marioneta. La mujer de cabellos blancos y armadura dorada, la mujer de mirada dulce y comprensiva. Aquella era su madre, la misma que se había sacrificado para que él pudiera vivir sin tener que enfrentarse al mismo destino que ella.

Su madre siempre había estado con él, siempre le había tratado de proteger. La maldición fue lo que rompió el vinculo, ahora que era libre ella podía estar a su lado. El espíritu de ella era mas fuerte, mas que el del lobo blanco.

"Ruego que me perdones, aquella mujer no era yo." La mujer se giró para acercarse a ver bien a su hijo. El lobo blanco aún seguía tendido en el suelo, incapaz de levantarse.

–Madre, yo...–Ella le interrumpió antes de que pudiera continuar.

"No podré estar mucho tiempo. Tienes que vencerle, es la única manera de que puedas adquirir tu poder. Yo trataré de debilitarlo pero solo tú puedes matarle. Habría deseado poder cuidarte pero el destino es traicionero. Doyoung, ahí fuera hay gente que te admira, gente que te ama. Hijo, debes de sobrevivir."

El lobo blanco había comenzado a incorporarse, lentamente comenzaba a reunir la furia que le daba su enorme poder. La sed de sangre, la angustia, el dolor... Su poder era inmenso.

La reina apartó la vista de su hijo y se fijó en aquel ser. El lobo blanco le recordaba a ella, había sacrificado su espíritu ara poder proteger a Doyoung. Su cuerpo se había convertido en un caparazón vacío que albergaba un espíritu similar al lobo blanco. No permitiría que a su hijo le ocurriese lo mismo.

–Eres débil, solo buscas huir. Estas dispuesto a morir, estas cansado de seguir luchando– Él estaba mas débil, se percibía en su voz temblorosa. Solo le quedaba la katana capa de albergar la oscuridad entorno a ella. El espíritu de su madre y él contrastaban con el lobo blanco. La reina y Doyoung apuntaron con sus armas al enemigo, en perfecta sincronía como si sus lamas se hubieran unido en una sola.

–Te equivocas, estoy harto de huir–

Cerró sus ojos, confió en la fuerza de su espíritu. Eran uno, un poder, una fuerza. Sus movimientos se convirtieron en algo natural, como si no le supiera ningún esfuerzo. Podía sentir como el lobo blanco los recibía pero según aumentaban los golpes le costaba mas al enemigo recibirlos.

"Eres libre, no tienes que seguir mis pasos. No podré aguantar mucho más tiempo, perdóname por todo el daño que te he causado"

Al abrir sus ojos pudo ver como el espíritu de su madre empezaba a esfumarse. Comenzaba a brillar y las luz que desprendía comenzaba a inhabilitar la espada de oscuridad que empuñaba el lobo blanco.

No me vuelvas a dejar solo– Rogó el príncipe al ver como su madre comenzaba a desaparecer.

"No estás solo, nunca lo estarás"

El último golpe de la reina a compas del de su hijo sirvió para elevar por los aires al lobo blanco. La reina se convirtió en un halo de luz que impactó en el cuerpo del enemigo y consiguió elevar por los aires al príncipe. Doyoung utilizó el impulso para golpear con su espada al ser. Por cada tajo que recibía la luz se adentraba en las heridas como un veneno purificador.

Su madre ya no estaba, solo quedaba el lobo blanco y él. Una fuerza inmensa recorría el cuerpo del príncipe. Incluso se sentía capaz de poder elevarse por los cielos, capaz de purificar el cuerpo corrupto del lobo blanco.

Este el miraba lleno de odio, admitiendo su derrota. No podía moverse, las heridas envueltas de luz le estaban empezando a destruir. Era una muerte lenta, una muerte muy dolorosa.

–Tu hora ha terminado. Por el poder de las diosas, marcha hacia la luz–

Bastó con un solo toque del príncipe para poder purificar el cuerpo de aquel ente. El lobo blanco cerro los ojos dejando caer su máscara. Su cuerpo se agrietó para después estallar en luz. Aquella explosión le obligó a cerrar los ojos, ¿cómo había conseguido hacer aquello?

Cuando volvió a abrir los ojos estaba de nuevo sumergido en las aguas del rio Din. La sacerdotisa le miraba con un gran sonrisa, como si hubiera sido capaz de ver todo lo que había ocurrido. La luz del alba tenia de hermosos colores el rio y sus ropas eran muy distintas. Llevaba una túnica blanca y morada con los emblemas de las diosas bordados en su espalda. En su cabello sobresalían dos cuernos morados, los mismos que solían tener las diosas.

Sumergidas a sus pies se encontraban dos katanas: la primera era la suya que siempre había utilizado, a su lado se encontraba otra similar a la que usaba el lobo blanco. Aunque en vez de ser negra, su color había cambiado a azul, como si se hubiera purificado el arma.

Salió del agua con las dos armas, la sacerdotisa le recibió con una reverencia. Estaba enfrente del príncipe, enfrente del hijo de las diosas. El ser más poderoso de todo el reino.

–Han pasado tres días. Su lucha ha sido grandiosa, alteza–

¿Tres días? Aquello había tomado mas de lo que pensaba. Sentía que ese enfrentamiento no había durado más que minutos. Su cuerpo se sentía muy pesado y le costaba hablar. No era capaz de pronunciar, el aire se le escapaba de los pulmones.

La sacerdotisa fue rápida, alcanzó entre sus brazos al príncipe que terminó desmayado por culpa del cansancio. Ella no sería tan poderosa como el príncipe pero también tenía sus trucos. El joven despertaría cerca de la persona que tanto susurraba su nombre.

–No soy capaz de ver si él está bien pero pase lo que pase, debe de seguir adelante.–

𝐓𝐡𝐞 𝐊𝐢𝐧𝐠: 𝐉𝐨𝐡𝐧𝐝𝐨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora