Los dos espíritus de la muerte

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La niebla le congelaba, le paralizaba. Escuchaba unas risas detrás suyo, cada paso que daba se sentía como un paso mas cercano a la muerte. Cuando se dirigía en la dirección que no correspondía podía sentir cómo cientos de garras le trataban de arrastrar hacía el interior de la tierra. Había llegado a una zona en el que le era imposible moverse sin sentir que podría perder la respiración. 

Estaba desesperado, miles de lágrimas caían en la seca tierra. Los arboles secos parecían haber adquirido rostros humanoides, rostros que le miraban con una gran sonrisa malévola. Buscaban adquirir el espíritu del caballero, buscaban consumirlo para poder alimentarse y aumentar la niebla que rodeaba a aquel lugar. John iba a morir y no le quedaba mucho tiempo. Sin ninguna fuerza para poder seguir moviéndose, se desplomó en el suelo. No encontraría la salida, no encontraría la forma de llegar a la espada. 

Cerró sus ojos mientras sus pulmones trataban de inhalar los últimos resquicios de oxígeno. No pudo predecir si aquello fue una imaginación suya pero los arboles cada vez estaban mas cerca, unas risas se escuchaban esta vez era la risa de una niña. 

Cuando volvió a abrir sus ojos no se encontraba en su cuerpo. John se había convertido en un ente que no podía volver a su forma física. Su corazón seguía latiendo, lo podía sentir, de alguna forma se las había apañado para seguir respirando. Era como si hubiera viajado a otra dimensión. 

Una risa de una chica le hizo girarse, a sus espaldas estaba una especie de mujer con patas de cordero y máscara de lobo. Detrás suya un lobo blanco le miraba con hambre, su morro estaba ensangrentado como si hubiera acabado de devorar una víctima.


"Cuéntame un cuento, corderita" Dijo el lobo con una voz grave y rasposa. La cordera acarició el cabello del lobo mientras con su otra mano sujetaba un arco de plata. Ambos miraban atentamente a John, alerta de que hiciera algún movimiento.

"Había un dios de la muerte que estaba muy solo" El lobo bajó sus orejas como si sintiera pena de la historia que la chica estaba contando. 

"¿Por qué estaba sólo?" El lobo preguntó 

"Porque él era el destino de todas las cosas. Todos los que se acercaban a él morían, fue por ello que lo rehuían" El corazón de John comenzó a latir con mas rapidez, el lobo sintió como el pelinegro tenía miedo. Su hocico parecía formar una sonrisa. 

"¿Y qué hizo?" La cordera río como si fuera una broma la pregunta del lobo. Acarició los cabellos del gran animal y mirándole le contestó.

"Tomó un hacha y se separó en dos." El lobo dejó de mirar al. caballero y miró a la cordera. "¿Así siempre tendría un amigo?" Preguntó la bestia. La cordera asintió y se separó del animal. "Así siempre tendría un amigo"Ese era Kindred, eran los cazadores eternos. La manifestación de la muerte, ¿había llegado su hora?

Cordera se acercó a él, sus manos eran suaves como la caricia de una madre. Ella ofrecía un transito misericordioso, sus flechas certeras eran capaces de hacer el viaje a la muerte algo ameno. Lobo por otra parte era el lado salvaje y agresivo, él perseguía a sus víctimas que no aceptaban la muerte. Una eterna caza, una caza sangrienta. 

"Dime corderita, ¿es mi próxima comida o es la tuya?" El lobo parecía animado como si el cuerpo del caballero fuese uno más de sus muñecos. La joven ignoró las palabras del lobo y después de pellizcar la frente del caballero, sacó lo que parecía un hilo. El hilo se trasformó en humo que formó la figura de un bebé.

"Conocemos tu nombre, niño. Está enhebrado en continuos remedos de vida. Durante mucho tiempo hemos seguido tus hazañas. Has llegado sin que te buscásemos, has llegado antes de tiempo." El lobo se acercó al caballero, atento de las palabras de la cordera. Parecía curioso sobre John, le olfateaba como un perro tratando de reconocer a su dueño. 

"Pero todo el que llega a nosotros, no puede volver" La cordera miró a lobo, pensativa. Sopesando la situación en la que se encontraban. El humo que había mostrado la vida del caballero, cambió completamente. Esto llamó la atención de cordera, ya no era John. La figura de humo representaba a una diosa que resguardaba en su lecho a un joven. Cordera y lobo se alejaron de inmediato al ver aquello. Estaban sorprendidos de ver aquello, habían pasado dos siglos desde que vieron algo similar a aquello. 

John no se podía mover, estaba lleno de miedo y no comprendía lo que ocurría. Era incapaz de ver lo que ellos veían. Era incapaz de saber lo que ellos pensaban. No era capaz de pensar con claridad, ¿iba a morir?

"Nuestra marca se cierne sobre ti. Toda vida desemboca en nosotros. Elige, ¿mis flechas? ¿o sus colmillos?"

No le quedaba otra opción, una muerte rápida y sin dolor. Una muerte en la que todo terminase rápidamente, aceptar la muerte. Aceptar que nunca más podría ver a Doyoung, que nunca más podría besarle. Aceptar que nunca más vería a sus padres, que no podría ver el hermoso reino que le rodeaba una última vez. 

O no aceptar nada de aquello. Luchar por intentar vivir aunque fuese unos días mas, luchar por lo que amaba una última vez. Luchar como toda su vida había luchado. ¿Le daría tiempo a volver a verle? ¿Podría morir en Arkadia? Aunque luchar por seguir viviendo suponía una muerte muy dolorosa, una muerte en la que su espíritu terminará condenado a la lucha eterna. 

Cordera preparó su arco, del carcaj sacó una flecha plateada y la colocó. Esperando las ordenes del caballero. Lobo babeaba, grandes gotas de saliva caían de su boca. Los colmillos blancos se asomaban, ansiando atacarle. 

Miro su cuerpo, habría deseado poder morir en Arkadia. Poder ser enterrado bajo los manzanos en donde había jugado con el príncipe. Su cuerpo nunca sería encontrado, sus padres no tendrían nada a lo que aferrarse para poder superar su muerte. ¿Doyoung habría sobrevivido? ¿Estaban ambos condenados a morir? 

Deseaba que no, deseaba que el príncipe pudiera seguir viviendo. Durante muchos años mas, que pudiera reinar aquel hermoso lugar. Que pudiera despertar cada mañana sin la carga que siempre hundía sus hombros. Deseaba que Doyoung sonriese mas, que pudiera ser feliz después de tanto tiempo en el que había sufrido. 

Rogaba que no llorase por su perdida. Que fuese capaz de recordar aquellos tiempo con cariño, como si aquello hubiera sido una parte del camino. Una parte que era imposible evitar. Deseaba que Doyoung siguiese adelante y se convirtiese en el grandioso rey en el que estaba destinado a convertirse. Habría deseado estar con él un poco más de tiempo, haberle dicho más veces lo mucho que le amaba. Que él se había convertido en su esperanza, en su luz. Estar con él se había convertido en su única ambición y haberle perdido fue peor que un veneno. Volver a reunirse con él fue el mayor milagro que las diosas le podrían haber otorgado. 

La expresión de cordera casi parecía de tristeza, lobo parecía haberse intentado contener un poco y ya no caía tanta saliva de su hocico. John asintió, ya había tomado su decisión.

–Cordera, deseo perecer bajo tu flecha–Fue tan veloz como un rayo de luz. La flecha impactó directamente en su corazón y todo se tiñó de blanco. 

Su largo viaje había terminado. 


𝐓𝐡𝐞 𝐊𝐢𝐧𝐠: 𝐉𝐨𝐡𝐧𝐝𝐨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora