Azul como el mar de Necluda

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La cabeza le daba vueltas, no era capaz de recordar la razón por la que no paraba de reír mientras bailaba de la mano de los Zora formando un corro enorme. Era consciente de que él no solía hacer aquello, ni siquiera sabía bailar... Aunque después de un par de copas del aguardiente típico de los Zora y los ánimos de John, le fue imposible no unirse a ellos. 

Era extraño, era un ambiente extrañamente acogedor. Los Zora estaban muy contentos y casi temía romper aquella sensación de felicidad, aquella sensación de paz. 

Yuta se percató de como la sonrisa del príncipe comenzó a apagarse. Miró a John pero el caballero ya estaba a punto de caer tumbado, entre los giros de los bailes Zora y lo fuerte que era el alcohol era muy difícil que pudiera ser de gran ayuda para Doyoung. 

Con la mayor discreción que pudo se llevó a Doyoung de la gran sala de banquetes, el peliblanco al principio le miró extrañado con miedo de que hubiera pasado algo pero Yuta consiguió convencerle para ir a tomar el aire juntos. 

Salir de la sala de banquetes fue un sentimiento dulce a la vez que amargo. La fría brisa del anochecer consiguió espabilarle y quitarle el mareo que se le había apegado, sin embargo extrañaba estar dentro junto a la música y la gente bailando felizmente mientras otros comían. 

Yuta no había comido mucho y bebido menos. La sonrisa que había llevado consigo a lo largo del día había comenzado a desaparecer.

–Habéis cambiado, no para mal. Lo que quiero decir es que ya no sois los mismos que vinisteis hace unos años en busca de que controlase a Ruta. Ahora sois mas fuertes, mas sabios... No debes de preocuparte –  Yuta era muy inteligente, era capaz de leer lo que Doyoung pensaba con tan solo mirarle una vez a los ojos. Aquello le recordaba a las sirenas quienes también eran capaces de ver lo que deseaban las personas con una sola mirada. 

Ahora soy el rey, desde el momento que tomé el cargo jure proteger todo lo que nos rodea. Juré cuidar de todos– Yuta resopló indignado por las palabras de Doyoung. Era demasiado cabezota, Doyoung no escuchaba lo que le decían. No quería que el pelicano mantuviese su discurso dramático y lleno de peorías. Todo iba bien, las bestias divinas funcionaban, Doyoung comenzaba a recuperar su poder y John aún tenía a la Espada Maestra. 

–Eres rey pero no inmortal. Doyoung no estas solo, al igual que tienes a John nos tienes a los pilotos de las bestias divinas. No debes de cargar tú solo con todo el peso, y menos aún debes pensar que la paz que ahora nos rodea se terminará. –  Yuta tuvo que detenerse, sentía como comenzaba a irse de las manos. Como comenzaba a hablar de más.

Me alegra verte así, tan lleno de esperanza. Pero sé que no es eso lo que buscabas decirme, espero que algún día consigas armarte de valor–

Cuando regresó a la sala de banquetes se encontró a John en la puerta. Estaba sentado en el suelo mientras miraba a las estrellas que iluminaban aquella noche. Doyoung sonrió al ver al alto, apenas había pasado tiempo con él y extrañaba escucharle. 

John tampoco es que se encontrase muy consciente, incluso juraría que a él le había afectado más que a cualquier otra persona. Los Zora parecían haber formado una alianza para emborracharles a ellos dos, el propósito era desconocido pero su objetivo lo habían logrado. 

Doyoung se tumbó junto al caballero. El suelo estaba lo suficientemente frío como para avisparle, las estrellas brillaban tanto como en Arkadia. Parecía que volvían a tener dieciséis años y estaban tumbados bajo el pasto. 

Las cosas eran distintas, las emociones eran distintas. Eran diferentes tonos de felicidad pues ni el pasado se reviviría ni el presente sería igual. No era algo malo, tan solo era la realidad. Sin pensarlo acercó su mano a John. Tocó su mejilla derecha haciendo que el caballero dejase de mirar al cielo para mirarle a él. 

Las gemas hacen que tus ojos se vean mas azules, tan azules como el mar de Necluda.– John estaba muy borracho, el pelinegro no solía decir aquellas cosas. Doyoung no pudo evitar reírse y despacio se incorporó. 

Deja las palabras para cuando no nos puedan escuchar. Levántate, quiero enseñarte un lugar.– John no parecía muy por la labor de levantarse. Tanto que Doyoung tuvo que arrastrarle y a punto estuvo de enfadarse por la poca cooperación del alto. 

Una vez levantado, el pelinegro se dedicó a quejarse por cada paso que daban. Quería tumbarse no estar andando por los raros puentes del Reino Zora. Doyoung simplemente se dedicaba a ignorarle y arrastrarle por unos caminos que solo él conocía gracias a Yuta. 

Cuando John sentía que se iba a derrumbar por el cansancio y los efectos del alcohol, el rey le dijo que ya habían llegado. John se paró a observar fijamente donde estaban. Doyoung le había llevado hasta un pequeño Iago del reino Zora que estaba conectado con las cientos de cascadas del lugar. Recordaba que habían tenido que ir por un par de escaleras que les conducian desde el centro del reino y andar un rato por el terreno entre las cascadas hasta llegar al lugar. 

Doyoung ayudó a John a quitar el peto de la armadura Zora. En principio estaban creados para que los humanos pudieran ir en el agua como los Zora pero no era recomendable que John estando borracho lo intentase. Dejaron las partes de la armadura en un rincón del lago con cuidado de que no les pasasen nada, habían sido regalos por parte del rey Sidon lo que significaba que tendrían que cuidar la armadura como si de oro se tratase. 

John se había animado, ya no parecía tan adormilado. El agua estaba fría como el hielo pero era de agradecer tras los largos días de verano que estaban haciendo. 

Este lugar me recuerda a la fuente de las hadas– John había dado en el clavo. Doyoung pretendía traerle al lago pues este le recordaba al lago donde las hadas bendijeron su relación. 

Solo faltan las hadas– Dijo el peliblanco sonriendo. Doyoung tapó los ojos del caballero y cuando le dejó volver a ver estaban rodeados de ilusiones que el peliblanco había creado con su poder. No eran hadas reales pero se asemejaban a ellas. 

¿Existe el día que no me sorprendas?

𝐓𝐡𝐞 𝐊𝐢𝐧𝐠: 𝐉𝐨𝐡𝐧𝐝𝐨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora