La entrada al desierto

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Nada mas adentrarse en el cañón todo pareció teñirse de colores naranjas y amarillos. El desfiladero les resguardaba durante un breve tiempo del sol, nada mas llegase el mediodía tendrían que hacer frente a los intensos rayos del sol. Al ritmo que iban era posible que llegasen por la tarde a la posta allí tendrían que dejar a los caballos. Era imposible adentrarse con ellos al desierto.

Cuanto mas se acercaban a la posta mas inhóspito parecía el lugar. Sus únicos acompañantes eran unos buitres que rondaban en lo alto del cañón esperando que murieran deshidratados para poder alimentarse del cuerpo de los jóvenes. Para infortunio de los pájaros, llevaban mas agua que comida. 

Doyoung había estado muy callado durante el viaje. Iba detrás de John mientras releía unos manuscritos que había recopilado de Kakariko. La bestia divina del desierto era la más misteriosa de todas. Los textos exaltaban la majestuosidad de esta, era la mas grande de todas las bestias y se asimilaba a un camello. Su poder residía en la fuerza de los rayos, de alguna forma era capaz de canalizarlos y obtener su fuerza de ellos. Aquella bestia se llamaba Naboris, era la única con planos detallados de su interior. Las gerudo la habían encontrado décadas atrás pero el príncipe nunca había podido ver a aquel artefacto divino. ¿Dónde podrían ocultar una máquina de más de veinte metros?

–¿Cómo es la tribu gerudo?– A veces el príncipe se olvidaba que John nunca había surcado las arenas del desierto. Arreó a Epona para poder estar a la altura del pelinegro.

–Las mujeres gerudo son las más fuertes no sólo física sino mentalmente. Una de ellas podría sustituir a diez de nuestros mejores guerreros, pese a verse así de intimidades son gente muy amable y acogedora. Reciben con los brazos abiertos a la gente de fuera y te tratan como un igual. Y si te invitan a agua de cactus no aceptes, es uno de los alcoholes más fuertes que hay en todo el reino. No podrías tomar ni un sorbo sin desmayarte– John anotó aquello con fuego en su mente, el caballero tenía muy poca resistencia al alcohol. 

–El desierto es solitario, las antiguas ruinas de las gerudo están casi enterradas entre la arena. Es un lugar tan antiguo que puedes encontrar el esqueleto de un dragón en él. Por la noche las estrellas brillan llenas de esplendor puede que veamos una lluvia de estrellas.– 

Siguieron cabalgando hasta que la por la tarde llegaron a la posta. Esta estaba muy cerca de la entrada del desierto, una vez hubieron dejado los caballos y reservado la habitación decidieron acercarse. El sol era muy distinto en aquel lugar, brillaba con mas fuerza y quemaba con más facilidad. 

A lo lejos se veía el oasis en el que numerosos puestos eran rodeados de gente y en el que algunos hombres de la tribu vivían. Mucho mas lejos se erguía una gran fortaleza, la ciudad gerudo. El lugar donde la gran líder, Riju, esperaba a Doyoung.

No estuvieron mucho tiempo, a John le sonaban las tripas recordando al príncipe que él se moría de hambre. Cenaron temprano, más de lo normal. Las horas en el desierto eran distintas, amanecía a las cuatro de la mañana y anochecía a las siete de la tarde. Los dos jóvenes se despertarían a las dos, aprovecharían el frío de la noche para atravesar las dunas hasta llegar a el oasis. Allí les estaba esperando un amigo del príncipe, guardando los trajes adecuados para el desierto.

Había pasado tres años desde la última vez que Doyoung no se había acercado al lugar. Fue por primera vez como un simple acto diplomático, era preciso informar a la tribu de que una batalla se libraría en la entrada del cañón, territorio gobernado por la líder de los gerudo. Cuando llegó al Oasis Doyoung descubrió que no sabía nada sobre ellos. Las guerreras Gerudo casi rompieron sus huesos cuando Doyoung trató de colarse en la ciudad, vio a mujeres entrar y salir pero ni un solo hombre. Al final se rindió y volvió al Oasis.

Cuando llegó se topó con el hijo de la líder. Doyoung habría jurado que se parecía a ella pero nunca había visto a la líder. El chico parecía más joven que el príncipe, llevaba la armadura gerudo. Caracterizada por estar formada por hombreras metálicas y pantalones de malla. Su piel era más clara que el resto de su tribu, había tomado color por el sol pero parecía como si fuera hijo de alguien de fuera del desierto. Doyoung le suplicó mil veces que le ayudase a entrar en la ciudad y el menor se rió ante la desesperación del príncipe. Se esperaba que Doyoung hubiera sido más inteligente.

Sería extraño volver a reunirse con él, después de todo lo que había ocurrido y el tiempo que había pasado. Le había informado con un halcón mensajero pero no conocía la respuesta del él. Lo descubriría al día siguiente cuando llegase al Oasis.

Por la noche cenaron un banquete entero. John comenzó a pedir comida atemorizado de no poder comer en el desierto, de esa forma el alto comenzó a comer platos y platos como si fuera la última vez que probaba bocado. El dueño de la posta estaba encantado con el pelinegro, estaba ganando con ellos lo que no había ganado en meses. Todo el mundo que pasaba se quedaba mirando con curiosidad a los dos jóvenes y Doyoung avergonzado trataba de ocultarse entre los platos. El príncipe le había hablado de la excelente comida que servían en el desierto, era de las mejores que había en todo el mundo. Los sabores especiados con tonos dulces y picantes fascinaban al príncipe. John no parecía creerselo, tanto que había guardado parte de la comida que había pedido.

Nada más salir los primeros rayos de sol salieron de camino al desierto. Cubiertos para protegerse de la arena, el camino parecía interminables y sólo las palmeras al final del lugar les devolvían la esperanza de regresar a salvo.

A la distancia el hijo de la líder les esperaba. Llevaba esperando ese momento desde hacía años.


𝐓𝐡𝐞 𝐊𝐢𝐧𝐠: 𝐉𝐨𝐡𝐧𝐝𝐨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora