La aldea secreta

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Algo despertaba en mi interior. Como lo había hecho tiempo atrás.

Cuando se miró al espejo sus ojos estaban apagados, la ojeras habían eliminado la luz que antes tenía. John solo deseaba poder pasar un día entero durmiendo pero sus deseos no podían cumplirse.

Cabalgaba delante del príncipe. Habían atravesado los Picos Gemelos, uno de los lugares más peligrosos, aún así era innegable el temor que invadía al pelinegro. Podían sufrir una emboscada y temía por cómo reaccionase el príncipe. Solo rogaba que el peliblanco les perdonase la vida a cualquiera que se interpusiera en el camino.

Doyoung seguía pensando en los textos. Estaba tratando de descifrar una profecía que había leído. "Solo la fuente conoce la verdad" Habían cientos de fuentes, si tenían que acudir a cada una tomaría la eternidad. Su destino era Kakariko, la ciudad secreta. La ciudadela era difícil de alcanzar, estaba en un valle y para llegar a ella había que someterse a las pruebas de los guardianes de la ciudad. Aquél John no sabía nada de aquello. No conocía a nadie que hubiera accedido a Kakariko, tan solo tenía textos antiguos que le había encontrado en una de sus expediciones.

Solo se escuchaba los pasos de los caballos en el empinado camino. Los árboles cubrían la vista de ambos y no les dejaban saber a dónde se dirigían. El peliblanco supuso que aquél era el camino correcto. El ambiente de paz desapareció, los caballos comenzaron a tensarse y Epona dejó de responder a las órdenes de su dueño. El caballo del príncipe se encabritó y tiró al príncipe al suelo para después huir lejos del lugar. John rápidamente bajó a asistir al peliblanco, una caída así podía ser mortal. Epona nervioso se alejó del lugar junto al caballo del príncipe dejando a ambos sin montura.

Doyoung parecía estar bien, el pelinegro se asustó al ver la sonrisa que iluminaba su rostro. El príncipe sabía algo y todo se estaba cumpliendo según pensaba.

Es el momento de que sepas a donde vamos— Anunció el peliblanco mientras ambos se adentraban en el bosque.— Nos adentramos en Kakariko, para entrar en ella deberemos enfrentarnos a difíciles pruebas. No me decepciones siendo una carga en mi viaje, si caes no pienso ir a tu ayuda.— John asintió y preparó su arco. No era la primera vez que debía hacer frente a situaciones límite.

A lo lejos los árboles dejaron de ser visibles y una espesa niebla rodeaba el lugar. Al adentrarse tuvieron que prescindir de la vista, de esa forma Doyoung sacó una venda y cubrió sus ojos. John no entendió hasta que vio como su pasos eran más seguros y se adentraban por el lugar sin problema.
Unos pasos se escucharon a lo lejos y Doyoung desenvainó su espada, el pelinegro casi juró ver un brillo relucir de ella. Antes de que pudiera reaccionar el príncipe asestó dos golpes a una mujer en un traje rojo y una máscara.

Es un guardián, prepárate, no será la única.

John la observó de cerca, el príncipe no la había herido. Su cuerpo yacía inconsciente tras el golpe que había recibido pero ni una herida era visible en ella. Doyoung no era tan letal como pensaba.

Tenía razón, sufrieron diferentes ataques, cada vez aumentaba el número de guardias y sólo Doyoung era capaz de verlos. John sintió que era una carga para el príncipe, era incapaz de enfrentarse a ninguno de ellos. Siguieron avanzando y la niebla desapareció hasta dejarlos en la entrada de un pasadizo. Las paredes estaban decoradas con pinturas que parecían contar una historia. El peliblanco no bajó la guardia y siguió avanzando atento ante cualquier ataque.

Un olor a metal inundó el pasadizo, Doyoung no parecía haber percibido aquello pues no sé detuvo. John creía reconocer aquél olor, en el bastión. Estaban cerca de la salida, al fondo se podía ver la luz y el príncipe se mostraba confiado de haber superado la prueba de los guardias. Al ir unos pasos por delante el príncipe no se percató de que aquello no había terminado. Cerca de la salida una máquina ancestral se encendió y con su láser comenzó a apuntar al príncipe.

Doyoung no entendía que estaba ocurriendo, nunca había visto nada igual a aquella máquina. Su cuerpo se asimilaba al de una araña de metal de tres metros. Su cuerpo bloqueaba la salida y con su ojo central apuntaba a el príncipe. John corrió para interponerse entre la máquina y Doyoung. Antes de que disparase John sacó su escudo y desvío el rayo que impactó contra la máquina haciendo que se destruyera.

Una mujer de cabellos blancos al igual que el príncipe apareció tras los restos de la máquina. Era alta y su cabello estaba recogido en un moño con palillos. Su traje blanco estaba adornado con un ojo en el centro, el mismo ojo que representaba a la aldea.

Os felicito, habéis superado las pruebas. De una manera inusual pero las habéis superado

Aquella mujer se llamaba Impa, era la líder de la ciudad y la encargada de mantener el orden. El pasadizo les había trasladado a las afueras de la ciudad. A lo lejos se podían ver grandes casas rodeadas por arrozales. Acompañaron a la líder por uno de los caminos a la ciudad.

Bienvenidos a Kakariko. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que tuvimos visita. Casi más de dos siglos. ¿Quienes sois?— La mujer caminaba delante de ellos. John y Doyoung se miraron llenos de incertidumbre.

Somos dos aldeanos de Arkadia. Él es John y yo soy Doyoung. En una de mis expediciones encontré unos manuscritos hablando sobre este lugar.— La mujer se giró de inmediato y miró de nuevo a ambos. Nada más hacerlo se rió y siguió con su camino.

Es evidente que no sois simples aldeanos. Doyoung, su cabello es blanco, similar al nuestro pero no igual. ¿Acaso ha tomado alguna vez té sheikah?— El príncipe se sorprendió ante la averiguación de la mujer. Había acertado.— Nuestra tribu se conoce por el color de su cabello, blanco como las montañas nevadas de Hebra. Los primeros Sheikah al consumir el té que cultivaban pudieron presenciar como su cabello cambiaba. De esa forma sus hijos nacieron con el cabello blanco y todos hoy en día poseemos ese color como tradición. Joven, si busca volver a su cabello natural lo va a tener difícil.— Doyoung tocó su cabello, ¿Por qué le habían obligado a cambiar su color aquellos sabios? ¿La tradición había sido heredada por aquellos Sheikah?

Veninos en busca de respuestas. He presenciado grandes estructuras de metal con el mismo símbolo que lleva en su traje. He encontrado textos hablando sobre grandes máquinas con forma de animales que habían sido fabricadas por su tribu. ¿Cuál fue la causa de la creación de esas máquinas? ¿Cómo poseen el conocimiento y la tecnología?— John observaba detenidamente al príncipe. Doyoung estaba lleno de preguntas, al igual que cuando le conoció. Su corazón se detuvo al escucharle, en su mente aún seguía aquél joven de 17 años que entrenaba para ser caballero. El mismo con el que conversaba a altas horas de la madrugada en el faro.

No puedo contestar a esas preguntas. Os acogeremos y podréis descansar en la aldea pero tendréis que reuniros con el Consejo Sheikah. Hace dos siglos nos refugiamos de las garras de la familia real. Ellos buscaban aniquilar nuestra tribu y por ello nos ocultamos. El consejo decidirá que ocurrirá con vosotros.

Ambos se miraron, John parecía preocupado. Si la reina descubría que su hijo había sido secuestrado podría desatarse otra guerra. Doyoung apoyó su mano en el hombro del caballero, los he ocurriría ya no dependía de ellos.

𝐓𝐡𝐞 𝐊𝐢𝐧𝐠: 𝐉𝐨𝐡𝐧𝐝𝐨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora