Como un rayo de sol

54 15 13
                                    




Doyoung se despertó con los gritos de John. Para su sorpresa el caballero no estaba en la cama con él, debía de haber dejado la habitación hacía tiempo pues las sábanas se habían tornado frías en su ausencia.

El príncipe se levantó con pereza de aquella gran cama y se acercó a la puerta para intentar averiguar la razón de los gritos del mayor. Al abrir la puerta y adentrarse en el salón de estar se encontró con la madre del caballero tiñiendo los cabellos de su hijo.

John no paraba de farfullar que la madre estaba haciendolo mal y la mujer cada vez que escuchaba a su hijo se dedicaba a tirarle de las orejas mientras seguía impregnado el mejunje negro en el cabello de John.

Cuando la madre se giró para lavarse las manos se encontró al príncipe en la puerta del comedor. Nada mas verle se giró con una cara de rabia absoluta en dirección a su hijo y le dio una colleja en el cuello de su hijo a modo de castigo.

Si no fueras tan quejica él no se habría descansado. Por tu culpa Doyoung no ha podido descansar lo necesario, debería darte vergüenza– John no pudo contener la risa ante las palabras de su madre. Eleanord consentía al príncipe como si fuera su primogénito favorito.

—No se preocupe, hoy he podido descansar como nunca. John no me ha despertado, no le regañe por ello– La mujer asintió y le rogó que se sentase en la mesa para poder desayunar. Aunque quedaba apenas una hora y media para que se sirviese la comida.

Mientras la madre del caballero llenaba la mesa de dulces y té, Doyoung se quedó observando el pelo del caballero. Se lo había vuelto a cortar, esta vez permanecía muy corto por los lados y el flequillo lo llevaba en torno a un lado. El mejunje le había alisado el cabello y igualó su tono con un color parecido a la obsidiana.

Deberías confiar en tu madre, ella era quien se encargaba de arreglar el pelo de tu padre y siempre le quedaba magnífico.– John resopló, como si lo que el príncipe le estaba pidiendo fuese un gran favor.

Mi madre tiene razón, el problema es que es muy cabezota y me pone nerviosa que no quiera escuchar lo que le propongo.– Doyoung intentó ocultar su sonrisa, la verdad es que las ideas de John sobre su cabello tampoco es que fueran muy buenas.

Doyoung, ¿has pensado en cortar tu cabello?– La madre del caballero apareció de nuevo en la habitación. Con delicadeza observó la cabellera del príncipe, para ser tal larga se encontraba en muy buen estado. Doyoung segó rápidamente. Temía de que la mujer pudiera venir por la noche a cortarle el pelo mientras él se encontraba dormido. Con decepción la mujer dejó en paz el cabello del príncipe y volvió a desaparecer para hacer cosas de la casa.


Doyoung no tardó mucho en ausentarse. El resto de la mañana se dedicó a escribir cartas a todos los pilotos de las bestias divinas.  Se reuniría con ellos en Arkadia, debían de tener preparadas las bestias divinas.

Yuta le había enviado alguna que otra carta informando que pilotar a Ruta había sido todo un éxito, Temari le había enviado una única carta diciendo: "Todo correcto", tan escueta como siempre. Jeno le informó que según pilotaba a Medoh cada vez perdía mas y mas su miedo a volar en aquella bestia de metal. Riju en vez de hablarle de como le iba con Naboris se había dedicado a pedir que el príncipe tuviera cuidado. En general parecía marchar todo bien, por primera vez en mucho tiempo.

Después de comer la madre de John se fue a la casa de curanderas. Con el regreso de la gente se habían quedado sin suficientes mujeres que pudieran atender a la población.

John no tardó mucho tiempo en aparecer en la puerta de la habitación. Doyoung se había quedado dormido leyendo una de las cartas y la tinta había manchado una de sus mejillas. El caballero le trató de despertar pero Doyoung no parecía muy por la labor, lo tomó en brazos y le llevó hasta la cama. Seguía débil, pesaba menos que antes y aunque se estuviera recuperando aún no podía arriesgarse a dejar que el príncipe se forzase.

Cuando se dispuso a salir de la casa alguien tocó la puerta. Estaba claro que no era su madre y quien había tocado parecía haber tenido miedo de llamar a la puerta.
Cuando la abrió se encontró a un joven que llevaba muchos años sin saber nada de él.

Señor Seo– Anunció el joven como muestra de respeto. John sonrío ante la formalidad del chico y le revolvió el cabello.

–Mark, has crecido mucho–

Habían pasado más de siete años, el que antes era un aprendiz ahora era un caballero. Mark llevaba el corte reglamentario de los caballeros y su cuerpo había cambiado debido a los constantes entrenamientos del bastión.
El menor podría haberse ido a cualquiera fortaleza del reino pero parecía haber decidido quedarse todo ese tiempo en Arkadia.

El caballero parecía querer decir algo pero si voz temblaba demasiado. Aún le costaba creer que el chico con el que había entrenado era el mismísimo principe.

–¿Vienes por Doyoung?– El menor asintió. Aunque luego volvió a negar.

–Quería visitaros a ambos. Han pasado muchos años y los dos me ayudasteis mucho cuando era joven– John se acercó y cerró la puerta. Esa tarde no podría ver a Doyoung.

El príncipe debe descansar, sin embargo es posible que puedas verle mañana. Ahora si quieres puedes acompañarme a pasear por la aldea– Mark no parecía decepcionado, estaba contento pese a no poder ver a su compañero.

Cuando llegó a casa después de escuchar toda la tarde parlotear a Mark, se encontró conque su madre no volvería hasta adentrada la noche. Doyoung le esperaba con los ojos risueños y sentado en la mesa. Las luces del atardecer bañaban su rostro que permanecía con la misma calma que un mar en un día de verano.

John cerró la puerta y se acercó al príncipe como una pantera acechando a su presa. Doyoung le miraba expectante, intentando adivinar lo que el caballero iba a hacer.

El alto acercó al príncipe haciendo que se levantase y se sentase en la mesa. Los ojos del pelinegro brillaban atentos a cada uno de los movimientos del príncipe. Las manos del alto comenzaron a desabrochar la camisa y sus labios se centraron en besar las clavículas del peliblanco. Doyoung acariciaba en cabello del mayor mientras trataba de respirar con la mayor normalidad posible. Su otra mano sujetaba la cadera del alto, no iba a dejar que se separasen tan fácilmente.

El pelinegro amaba ver cómo el príncipe reaccionaba a su tacto. Era sensible a cada una de las caricias del mayor, teniendo que morder sus labios para no hacer ningún ruido.

Vamos a otro sitio, cariño– Susurró al mayor en su oido. John negándose a alejarse de él, lo tomó en peso y lo llevó hasta la cama de su habitación.

–Si me vieran los de la orden real me expulsarían de inmediato– Doyoung no podía evitar reír ante el comentario. Desde el principio se habían saltado miles de reglas y nada podría evitarlo. El príncipe ayudo al pelinegro a poder quitarse la casaca y los protectores que llevaba puestos,(antes de toparse con Mark había pensado en salir a practicar con el arco).

Los siguientes besos dejaron de ser delicados. Eran besos mucho más intensos, sin cuidado. Como un grito de victoria al ganar una guerra. No había un ritmo establecido, todo se había vuelto un caos que no podían evitar.

John se separó un poco para poder observar a su amado como era debido. Sujetó su rostro entre las palmas de su mano, como si se tratase del busto de un ángel lo observó maravillado. Doyoung brillaba, literalmente. Su cuerpo había comenzado a brillar como si se tratase de un rayo celestial. Su brazo que antes era de tonos azules había cambiado a un tono dorado de la misma forma que sus cuernos. Los ojos azules del príncipe se han vuelto dorados.

Por todas las diosas, estaba enfrente de una deidad. Amaba a una deidad y estaba seguro de que no habría ningún humano tan fiel a él.

Eres lo más bello que nunca ha podido existir en este mundo.– Las caricias del príncipe no le permitían hablar con claridad pero ansiaba decirle aquello con toda su alma– Por todas las diosas... Deseo tus miradas, deseo tu tacto, tu mente, tu fuerza... Cuando estaba solo, cuando apenas podía respirar... En esos momentos si hubiera muerto, mi único arrepentimiento habría sido no haberte podido decir lo mucho que te amo–Doyoung acarició los labios del pelinegro, admirando al mayor. Tenía debajo suya a un hombre digno de las diosas. John era su luz, su salvación. Perdieron la cuenta de los besos de aquella noche, de las caricias, de las palabras llenas de sentimientos...

Volvían a estar juntos, más juntos que nunca.

𝐓𝐡𝐞 𝐊𝐢𝐧𝐠: 𝐉𝐨𝐡𝐧𝐝𝐨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora