El gran volcán

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John caminaba por delante, no sentía pena por alejarse del reino Zora. Al final se había cansado de estar constantemente comiendo pescado. Doyoung sin embargo no quería irse del lugar. Lo que mas le divertía, investigar sobre la bestia divina, acababa de comenzar pero John y él debían partir en busca de las otras tres bestias divinas.

–El mapa indica que se encuentra en el gran volcán. Deberíamos hablar con la población minera del lugar. Es posible que en una de las excavaciones la encontrasen.– Doyoung caminaba detrás de John. Leia los textos que había recopilado y trataba de hallar en ellos alguna respuesta más precisa. 

A ambos les habría gustado ir al lugar en sus caballos pero estos se encontraban en la posta. Ir en ellos hacia la villa minera sería una mala idea. Las pronunciadas cuestas podían hacer a los caballos sufrir y el calor del lugar los podía deshidratar fácilmente. Doyoung quería ver a Epona pero no podría hasta haber salido de aquella zona volcánica. 

Por suerte la zona no estaba lejos. Bastó con un día para llegar, John no habló durante todo el camino. Siguió su marcha delante del príncipe. No parecía enfadado, era extraño ver a John enfadado. Simplemente estaba taciturno, pensando todo el tiempo en algo que no quería compartir con el príncipe.

Durante el camino Doyoung pensó bastante en Yuta. Trataba de compararse a sí mismo con Yuta. El príncipe Zora era alguien dispuesto a sacrificar su vida por su reino. Doyoung no estaba seguro de si todas las acciones de su vida habían sido en nombre de su reino o en nombre de si mismo. Había pensado que ganar era la solución a todos los problemas pero resulto ser un pequeño parche en un gran agujero. Doyoung se había comportado todo el tiempo como una maquina en vez de un hombre. 

También estaba lleno de dudas. Dudas sobre su origen, sobre su destino y la razón por la que sentía que su alma estaba dividida en dos. Una parte de él parecía estar luchando constantemente para ser liberada, buscando destruir todo, sediento de sangre. 

La villa minera no era tan grande como el reino Zora. Las casas estaban edificadas en piedra y apenas había un solo comercio. No había ni un solo niño, no habían familias. Todos los que residían en aquel lugar eran trabajadores. Cansados se encaminaron en dirección a la casa de la líder. Era de noche y era imposible que no estuviera. 

En la puerta les esperaba la mujer, sus cabellos eran rubios y le llegaban a la mandíbula. La mujer debió de perder las piernas tiempo atrás, ahora unas metálicas las sustituían. En su cuerpo se notaba las largas jornadas que había trabajado en la mina, seguramente estaba agotada pero se mantenía en pie esperando a los jóvenes.

–Mi nombre es Temari, he recibido vuestra carta sobre la bestia divina. Pasad, no es seguro estar fuera una vez entrada la noche– John no se lo pensó dos veces. La pequeña casa de piedra olía a carne recién asada. La jefa había colocado dos camas para ambos y la mesa ya estaba puesta.

–Disculpad este trato tan mediocre, somos trabajadores humildes y todo lo que poseemos va para nuestras familias que residen lejos de este sitio infernal– La mujer no les hizo esperar mucho, nada mas se sentaron en la mesa ella les sirvió carne asada. Por la forma pudo reducir que se trataba de las aves que solían residir cerca del volcán. En aquel lugar no había ni una sola granja. 

–Como mencioné en mi carta, el cataclismo se acerca. Todo el odio durante las guerras han sido un gran fuelle para despertar el odio de la calamidad. Pronto despertará, no sabemos de qué forma ni qué aspecto tomará. Tan solo sabemos que las cuatro bestias divinas son nuestra mayor arma contra ellos.– La mujer escuchó atentamente a Doyoung. Cuando el príncipe terminó de hablar le entregó un pañuelo.

–Como sabéis somos mineros, nos dedicamos a excavar en busca de piedras preciosas. Esta zona posee grandes riquezas pero con los años ha empezado a ser mas difícil trabajar.– Doyoung abrió el pañuelo, en el había una parte de la piel de una serpiente. John recordaba haber estudiado sobre un ser parecido. Pero era imposible, se trataba de una criatura mas cercana a lo mítico que a lo real. 

–No es posible, esta piel es la piel de un Lizalfo.– La mujer asintió ante las palabras de John.

–Meses atrás encontramos una galería oculta. Estaba llena de gemas de alto valor por lo que comenzamos las labores de extracción. Con el tiempo fuimos avanzando por la galería pero si uno de los mineros se adentraba demasiado desaparecía. Perdimos a muchos trabajadores, el temor a la muerte siempre nos ha retraído de actuar ante el enemigo.– Doyoung no temía actuar, había leído sobre esos seres y estaba seguro de poder matarlo con solo un golpe de su mandoble. 

–Cuando recibí la carta aparecieron los cuerpos de todos los que habíamos perdido. Apenas quedaban huesos de ellos. Descubrí que el Lizalfo está atrapado entre las garras de una gran máquina. De esa forma supuse que el asesinato de tantos de mis hombres fue por el hambre que invadía a ese ser. Dejo en vuestras manos decidir que hacer con él pero no pienso arriesgar ninguno de mis hombres en vuestra misión.–

El resto del tiempo permanecieron en silencio. El único ruido en aquella mesa era el producido por sus bocas al comer. John decidió olvidar toda la tensión que se había formado repentinamente en el lugar y concentrarse en la deliciosa comida. El pelinegro extrañaba mucho el poder comer comida que no fuera pescado. Temari no pudo evitar sonreír al ver como John comía con ilusión los platos que había preparado, le recordaba a su hermano pequeño. 

Cuando se retiraron para poder dormir Doyoung entendió a qué se refería la liderada cuando advirtió a ambos sobre lo peligroso que era pasar la noche fuera en el lugar. una niebla negra ocultaba las luces que antes iluminaban la villa. Le bastó con mirar para sentir miedo ante aquello. 

–Esta vez estamos solos–

Estaban en la cama. Doyoung se debió de pensar que John aún dormía pero el pelinegro se giró nada más escuchar hablar al príncipe.

—¿Desde cuando mi compañía es nula?— John quiso bromear, Doyoung llevaba todo el día con el ceño fruncido y eso preocupaba al pelinegro.

—No entiendo cómo un Lizalfo ha podido causar tanto daño. Ni siquiera comprendo por qué hay un Lizalfo. Son demonios del rencor. Algo debió de ocurrir allí para invocar a ese demonio—
Al final el peliblanco no me quiso seguir la broma. Se mantenía pensando sobre lo ocurrido, aquella mujer le estaba ocultando algo.

—Duerme, o te tendré que callar—

𝐓𝐡𝐞 𝐊𝐢𝐧𝐠: 𝐉𝐨𝐡𝐧𝐝𝐨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora