El rey de Tanagar

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Cuando se hizo de día los dos jóvenes tomaron camino al reino de Tanagar. Una red de escaleras les conducía hasta el lugar que no estaba muy lejos. Comenzaron el viaje nada más despuntar el alba. El frío no perdonaba, las casacas pesadas dificultaban sus movimientos y las escaleras no parecían terminar.

John calentaba sus manos impulsivamente. Era fundamental que el calor permaneciera en ellas si necesitaba usar su arco. Doyoung le sugería llevar guantes pero el pelinegro se negaba a la mínima argumentando que podían hacerle errar su tiro.

Doyoung caminaba por delante. Un extraño humo se divisaba en la entrada de las murallas, casi haciendo sospechar a lo jóvenes. Cuando comenzaron a aproximarse a las murallas la muñeca del príncipe comenzó a arder, quitó su guante buscando el origen del dolor.

Aquella imagen fue perturbadora, la marca se había extendido como una gran mancha y había teñido de negro su mano. Según se acercaba al lugar cada vez dolía más y más.

-Ese olor- John se percató de eso antes que el principe. El alto recordaba vagamente el olor que emanaba del humo, no era capaz de identificarlo.

Cuando Doyoung puso atención se percató de lo que ocurría. Aquello que estaban quemando no eran ramas de olivo, se trataba de carne humana. Era el mismo olor que invadía los campos de batalla. Estaban quemando a los muertos. De su alforja sacó dos paños y le tendió uno de ellos a John.

-Seamos precavidos, no sabemos lo que puede ocurrir dentro.- El príncipe colocó unas hierbas entre el paño y la nariz. Cubrían su rostro con ellos dejando únicamente libres los ojos, de esa forma evitaban inhalar el humo de los cuerpos quemados.

Unos copos de nieve comenzaron a caer, aquello no era de extrañar. El tiempo en aquella región era completamente distinto al de todo el reino. El manto blanco comenzó a marcar los pasos de ambos mientras se adentraban con temor.

Cuando llegaron la imagen fue devastadora. A las puertas de las murallas se encontraban los cuerpos de habitantes del lugar tapados con sábanas blancas. Los cuervos no se alejaban, volaban cerca buscando alimentarse de los restos. Unas personas con máscaras llevaban camillas con cuerpos de las personas hacia la gran hoguera.

Las puertas de las murallas estaban abiertas. Nadie se interpuso en el camino de ambos, tan solo se les quedaron mirando fijamente. Cómo si fueran las primeras personas que veían vivas.

El silencio era sepulcral, los pasos de ellos resonaban por las callejuelas que les conducían hasta las siguientes murallas en dirección al bastión del rey de Tanagar. John sujetaba con fuerza su máscara evitando tocar nada del lugar.

Cuando se acercaron a las puertas del castillo unos hombres en lo alto de las torretas defensivas les detuvieron el paso. No llevaban una armadura típica de los guerreros de Tanagar, una máscara tapaba sus rostros y no tenían ninguna pinta de ser soldados. Era posible que todos estuvieran muertos.

-¿Quiénes sois?-El hombre le apuntaba con su arco. Temblaba y su voz mostraba el terror que le invadía.

-Somos de Porthaven, soy el príncipe del reino.- John no estaba seguro si había sido buena idea que Doyoung dijera aquello. El otro guardia que hasta ese entonces no sé había movido ahora les apuntaba también.

-Malditos traidores-

Todo ocurrió demasiado rápido. Doyoung siquiera fue capaz de ver con claridad lo que había ocurrido. La flecha del hombre le rozó el hombro, había errado. Antes de que pudiera parpadear John había armado su arco y disparado a los dos hombres directamente al corazón.

-Mierda, John- El cuerpo de los hombres cayó desde lo alto de las torretas. No hacía falta tomarles el pulso, era evidente que estaban muertos.

-No somos bienvenidos.-

Entrar al bastión fue escalofriante. No había nadie, las chimeneas estaban apagadas y apenas entraban los rayos de sol al lugar. El silencio de sus pasos resonaba por todo el lugar, lugar que Doyoung conocía por desgracia.

Sabía que en la segunda planta se encontraban los aposentos del rey de Tanagar. Sólo les separaba la enorme puerta del hombre.

Con un gran estruendo las puertas se abrieron. Todo en la habitación estaba destrozado, el rey se encontraba tumbado en su cama. Un gran velo le separaba del exterior, casi protegiendo a los demás antes que a sí mismo. Cómo un león en una celda.

Después de muchos años mi sobrino se digna a visitarme— Dijo el rey con una voz ronca, casi forzandose a hablar.
Un sudor frío recorrió la nuca del príncipe y John se quedó quieto casi de piedra al escuchar aquello.

No me llames así, ¿Qué ha ocurrido?— El hombre se río mientras tosía de vez en cuando, como si la respuesta fuera obvia. 

Me parece que no tenemos la misma opinión sobre los tratados de paz.– El rey señaló en dirección a una de las ventanas de su habitación. Desde ella se podía ver la muralla de la cuidad. 

Deja de delirar, viejo. No podemos andarnos con ningún tipo de rodeos– John aún seguía sorprendido sobre los lazos de sangre de Doyoung. Eso significa que el padre de Doyoung era el hermano del rey de Tangar.

Tu madre fue muy inteligente, lanzar a un hombre infectado para enfermar a todo el reino. Pensábamos que era un simple forastero e ilusos le dimos sepulcro. Dias después estaba casi todo el reino enfermo sin poder hacer nada para curarse.– Doyoung no sabia nada de ello, su madre nunca había contado con él. Siempre le había tratado como un simple peón. 

Sabes que nunca quise la guerra, todo esto ha sido siempre un conflicto entre vosotros dos. Un conflicto que nunca quisisteis arreglar por culpa de vuestro orgullo hasta que os quedasteis sin peones.– 

El hombre seguía riendo, dejó de prestar atención para mirar directamente al pelinegro. Seguía inmóvil, sin ser capaz de decir ni una sola palabra. Aquello parecía sobrepasarle. 

Chico, huye en cuanto puedas. Ese al que llamas príncipe es igual de cumple que su madre. Ella asesinó a mi hermano al igual que él lo hará contigo.–

Antes de que hubiera alguna guerra, cuando la reina era joven conoció al príncipe de Tanagar. El mismo que se convertiría en su esposo muchos años mas tarde. Aquel matrimonio causó el comienzo de la guerra. El príncipe estaba destinado a gobernar Tanagar, no a casarse con aquella mujer.

Desde que nació Doyoung la reina cambió, la calma dejó de estar presente en su vida y los ataques de rabia comenzaron a invadirla. Su marido que siempre había conseguido calmarla terminó siendo víctima de uno de ellas. Nadie se atrevió a hablar sobre su muerte, apenas habían pasado unos meses del nacimiento del príncipe. 

Ahora no quedaba nada del reino, los pocos que vivían tenían los días contados. Habia llegado el fin del rey de Tanagar. 

𝐓𝐡𝐞 𝐊𝐢𝐧𝐠: 𝐉𝐨𝐡𝐧𝐝𝐨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora