Salmón y lubina para desayunar

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¿Hay alguna forma
de bajarte las estrellas?

Doyoung se despertó en medio de la noche. Tenía un paño frío en su cabeza y una aguja clavada en su brazo le inyectaba un suero. Su visita tardó en adaptarse al lugar. No recordaba nada tras entregarle su manuscrito al rey. No sabía cómo había llegado a aquella habitación ni el tiempo que había pasado.

Levantarse le resultó un tanto difícil, un hormigueo recorrió su cuerpo como si hubiera estado un gran tiempo sin moverse. No había nadie en la habitación. Hacía mucho frío y comenzaba a marearse por el esfuerzo que le había supuesto levantarse. Lentamente se acercó a la puerta y al abrirla se encontró a John tumbado en el suelo.

John había pasado una semana esperando en aquel lugar. El peliblanco no había despertado desde ese entonces y los guardianes Zora no le permitían entrar. Alguna que otra vez Yuta se acercaba y le informaba de la situación del príncipe. Nadie sabía lo que le ocurría, la fiebre había desaparecido. Se asimilaba a un proceso de metamorfosis en el que el insecto debía permanecer dormido en una crisálida. Pero Doyoung no parecía cambiar, tan solo dormía.

Era un caballero, no abandonaría en ningún momento su cometido protegiendo al peliblanco. Ya había fallado al descuidar la salud del príncipe. El silencio en aquel húmedo pasillo le recordaba su ineptitud, le cuestionaba su posición.

En ese entonces Yuta comenzó a derribar sus muros. La noticia de la enfermedad del príncipe le sorprendió, dejó al heredero Zora con una preocupación como si el que se hubiera enfermado hubiera sido su propio padre. Nada más correr la noticia médicos especializados acudieron a la ayuda del príncipe. John no podía quejarse de aquello, los médicos eran de los mejores que había conocido. Era evidente el control y gran conocimiento que tenían. Tan solo le habría gustado poder visitar Doyoung, aunque fuera unos segundos.

Acceder a la cámara real estaba castigado y sólo la familia Real Zora tenía permiso junto a los sirvientes y médicos.
No podía soportar aquella incertidumbre.

John se despertó cuando las puertas de la habitación se abrieron de golpe y el peliblanco apareció. Su costado estaba vendado y tan solo vestía una túnica que le llegaba a la cintura pues había sido retirada la parte superior por las vendas.
Doyoung se veía ausente, como si fuera incapaz de visualizar lo que ocurría. El pelinegro no sabía cómo reaccionar con exactitud. Se adelantó a los guardias y sujetó al peliblanco antes de que sus piernas pudieran flaquear.

Doyoung, abre los ojos porfavor.— Su pulso era regular y sus heridas no estaban infectadas. Es más, habían comenzado a cicatrizar con más rapidez de lo común. Había algo dentro del peliblanco, algo que le atormentaba y le consumía.

Con dificultad abrió los ojos, los guardias le separaban de los brazos de John. Con delicadeza intentaron devolverle a la cama e inyectarle el suero de nuevo. Doyoung no pudo ninguna oposición, no tenía fuerzas para quitarse aquello y marcharse de aquella habitación para cumplir su deber. Tan solo no comprendía la razón por la que John no podía adentrarse en la habitación. Aunque aquellos médicos fueran excelentes, Doyoung solo quería una compañía de confianza. Algo que sólo John le podía ofrecer.

Que entre— Solicitó con todas sus fuerzas. Los guardias asintieron y abrieron la puerta al pelinegro quién después de tantos días pudo por fin acompañar al príncipe. Nada más el pelinegro se sentó, Doyoung volvió a verse los ojos.

Cuando se despertó se encontró algo demasiado peculiar. Su vista aún se adaptaba a las luces de la mañana, un olor peculiar y delicioso le despertaba poco a poco hasta que pudo ver con claridad. John comía en una silla al lado de la cama de Doyoung. Por el olor dedujo que se trataba de lubina, pescado para desayunar, algo absurdo. En la mesilla de noche del príncipe se encontraba una rodaja de salmón junto a diferentes bebidas y una gran cantidad de pastillas.

Odio el pescado— John se rió al escuchar aquello. Le alegraba ver despierto a Doyoung. Con cuidado le incorporó y le ayudó a comer.

¿Cuánto tiempo ha pasado?— Poco a poco iba recuperando la fuerza. Nada más preguntar aquello Yuta apareció por la puerta.

Has estado inconsciente una semana. Los médicos son incapaces de averiguar lo que le ha ocurrido. Es mejor que seamos cautelosos a partir de ahora.— Yuta parecía mucho más calmado que nunca. Cómo si después de mucho tiempo ya hubiera podido respirar calmadamente.— Por desgracia estamos en peligro. Necesito vuestra ayuda.

Una vez recuperado el príncipe los tres se encaminaron al monte Lanayru. El rey les informó con todo detalle de la maldición que envolvía las tierras Zora. Décadas atrás unos jóvenes Zora se atrevieron a robar el huevo del dragón Elden. El dragón tras la gran perdida maldijo todo el reino condenado el lugar al hundimiento. Aquél momento se acercaba y necesitaban que los tres jóvenes actuaran.

Doyoung se movía más lento, John le acompañaba y se aseguraba de su bienestar. Yuta iba delante, su armadura roja complementaba su color del cabello. Él conocía el camino pero la nieve siempre era traicionera. El camino no había sido difícil, los Zora habían edificado años atrás espectaculares escaleras en dirección al monte Lanayru. Al final de las escaleras se encontraron con el gran e imponente lugar, lleno de nieve y un aura fantasmal.

Fue entonces cuando Yuta dejó de ser de ayuda. El pelirrojo era incapaz de reconocer el camino. La nieve había ocultado la calzada. Doyoung y John vieron como una luz apareció en lo alto del monte.

Es él, el dragón Elden— De alguna forma se hicieron paso entre la nieve hasta llegar a la cima. El lugar era hermoso, la vida se establecía entre las duras condiciones del lugar. Incluso habría jurado ver una familia de zorros nevados. Doyoung no parecía disfrutar tanto del camino. Entre sus manos retorcía antiguos textos sobre el dragón Elden. Sus manos y mejillas se habían enrojecido por el frío.

Se acercó a él y le cubrió las manos con unos guantes. El peliblanco le susurró unas palabras de agradecimiento que John no pudo terminar de escuchar. Él seguía pensando en lo que acababa de hacer.

Yuta les miraba desde atrás. Le hacían gracia aquellos dos. John era un gran lobo desbordado por sus sentimientos. Doyoung era igual que un conejo. Silencioso y avispado. Eran demasiado distintos pero de alguna forma los dos elegidos encajaban perfectamente. El príncipe Zora conocía aquél sentimientos que unía a ambos elegidos.

Estaban cerca de la cumbre. Los arcos que antes habían resguardado el nido del Dragón Elden ahora estaban cubiertos por una esencia morada. Una mariposa se posó en ella y terminó convirtiéndose en polvo. Tocarla podría no ser una buena idea. Siguieron caminando hasta llegar finalmente al lugar.

Elden estaban vivo, era precioso. Sus colores azules y plateados pero algo no estaba bien. Sus ojos estaban cerrados y su respiración era inaudible. John se acercó sin escuchar las advertencias de los otros dos. Algo en su interior sabía que Elden estaban vivo. Estaba posado en los picos del monte una fuente le separaba de él. Al acercarse pudo ver lo que le ocurría al dragón, la misma esencia morada de antes se encontraba en el dragón. De ella salían ojos amarillos que parecían absorber la energía del ser.

Sálvame elegido y os perdonaré

𝐓𝐡𝐞 𝐊𝐢𝐧𝐠: 𝐉𝐨𝐡𝐧𝐝𝐨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora