Jesús ora en Getsemaní
"Entonces llegó Jesús con ellos a un lugar que se llama Getsemaní, y dijo a sus discípulos: Sentaos aquí, entre tanto que voy allí y oro. Y tomando a Pedro, y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse en gran manera".
(Mateo 26:36-46, Reina-Valera, 1995).
La noche en Getsemaní tal vez sea el momento más oscuro registrado en la vida del Señor Jesús. Un anochecer silencioso en el que las sombras y las fuerzas del mal son momentáneamente autorizadas a tomar el control de la luz, llenando de júbilo el corazón de los injustos. Es una noche que parece pertenecer al príncipe de las tinieblas y sus sirvientes, donde los propósitos malvados intentan cubrir el resplandor de la esperanza. Una noche en la que las antorchas del odio y la mentira se disfrazan como las únicas luminarias.
En este escenario, el Señor Jesús atraviesa una montaña rusa de emociones humanas, desde la alegría hasta la más profunda tristeza, pasando de la compañía de sus amigos a la soledad más profunda. De la celebración a la angustia del juicio. Es una noche de despedidas, de últimos momentos, y él, sabiéndolo, lo enfrenta con valentía, sin dejar de habitar plenamente en cada uno de esos instantes.
Al llegar a Getsemaní, después de haber compartido y celebrado con sus discípulos, Jesús les pide que lo esperen mientras él se retira a orar. Sin embargo, lleva consigo a sus más cercanos: Pedro, Juan y Jacobo. A ellos les revela lo que siente en lo más íntimo de su ser, enseñándonos que no siempre debemos exponer nuestras emociones ante todos, porque lo más profundo de nuestra alma no siempre será comprendido o valorado por todos. Algunos podrán simpatizar con nuestros sentimientos, pero no llegarán a empatizar, mientras que otros tal vez solo sientan curiosidad, más que el deseo de ayudarnos. Es necesario ser prudentes, incluso en medio de la aflicción. No debemos quebrarnos frente a aquellos que no estarán ahí para sostenernos. A veces, revelar lo que llevamos en nuestro interior puede dañar a otros o generar malentendidos si cae en oídos incorrectos. Nuestro compromiso debe ser con aquellos en quienes sabemos que podemos confiar, quienes valorarán y protegerán nuestra vulnerabilidad. Como bien dice el rey Salomón: "Confiar en gente desleal en tiempos de angustia es como tener un diente cariado o una pierna fracturada" (Proverbios 25:19, Nueva Versión Internacional).
Dos caras de la misma noche
La noche en Getsemaní puede dividirse en dos dimensiones: una refleja la relación de Jesús con sus discípulos, y la otra, su relación con el Padre.
El Señor Jesús comienza a sentirse profundamente triste y angustiado, dos emociones distintas pero simultáneas. La tristeza se ancla en el presente, mientras que la angustia se proyecta hacia el futuro. La tristeza es un desánimo que surge por un evento desfavorable que afecta tanto nuestro cuerpo como nuestra moral. En cambio, la angustia es la extensión de ese sufrimiento hacia lo que aún no ha ocurrido; es el miedo a lo incierto, lo que nos paraliza ante lo que podría venir. Sin embargo, el Señor Jesús solo expresa a sus discípulos que se siente triste, omitiendo el sentimiento de angustia. Su tristeza nace de la soledad, la melancolía y la nostalgia por los momentos compartidos con ellos. Como él mismo les dijo: "¡Cuánto he deseado comer con vosotros esta Pascua antes que padezca!, porque os digo que no la comeré más hasta que se cumpla en el reino de Dios" (Lucas 22:15-16, Reina-Valera, 1995). En esos momentos, lo que Jesús necesitaba era sentirse acompañado, apoyado y comprendido por sus amigos. Sin embargo, no les confiesa su angustia, porque ellos no pueden brindarle la fortaleza que él requería para enfrentar el desafío que sabía que debía afrontar solo. Aquí vemos una distinción clara entre las dos peticiones que el Señor Jesús hace: a sus discípulos les pide, "quedaos aquí y velad conmigo", mientras que al Padre le ruega, "Pase de mí esta copa".
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Un café con Dios 2
SpiritualUn café con Dios 2. Relatos cortos para esos días frios...