Cuando el corazón habla: la lección de mi hijo

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"Jesús le respondió: Yo soy el pan de vida. El que a mí viene nunca tendrá hambre, y el que en mí cree no tendrá sed jamás".

Juan 6. 35 RVR (1995).

Un día, mi hijo Maximiliano me pidió que le hiciera una pistola de plastilina para su muñeco de Woody. Aunque no soy muy hábil con las manualidades, decidí intentarlo y puse todo mi empeño. Sin embargo, en lugar de una pistola, lo que terminé haciendo se parecía más a un garrote. Mientras lo hacía, me imaginaba que mi intento sería un completo fracaso y, para ser honesto, esperaba que Maximiliano reaccionara con rechazo o incluso hiciera un berrinche. Pero todos esos miedos estaban solo en mi mente. Para mi sorpresa, cuando mi hijo vio la "pistola de plastilina", quedó encantado. Para él, era la mejor pistola del mundo. Pasó gran parte del día jugando con ella, mostrándola con orgullo solo porque la había hecho su papá. Su entusiasmo fue tan contagioso que incluso mi hijo menor, Nelson, me pidió que le hiciera una también. De repente, alguien como yo, que siempre ha sido torpe con las manualidades, se sintió con una nueva motivación: había alguien por quien valía la pena esforzarse, alguien que creía que yo era el mejor.

En ese momento, me sentí como un experto, no por mis habilidades, sino por la forma en que mi hijo me hacía sentir. De pronto, lo que yo pensaba de mis capacidades dejó de tener importancia. Mi hijo creía en mí, y eso me inspiró a creer en mí mismo.

Lo que más me conmueve de esta experiencia es que Maximiliano es, de hecho, mucho más talentoso y hábil que yo. Ha heredado las destrezas de su madre: le encanta dibujar, pintar e inventar cosas. Aun así, a su corta edad y con todo su talento por delante, decidió no hacer alarde de sus habilidades. En lugar de mostrarme lo hábil que es, prefirió motivarme a superarme. Aunque él podría haber hecho una pistola mucho mejor, escogió dejar que yo la hiciera, solo para demostrarme lo importante que soy para él. No lo expresó con palabras, pero su actitud lo dijo todo: con su corazón me mostró cuánto me valora.

¿Cuántas veces, sin querer, nuestra opinión ha herido los sentimientos de otros? ¿Cuántas veces nuestra pasión ha pasado por alto o incluso pisoteado el esfuerzo ajeno? Que algo no sea de nuestra preferencia no nos da derecho a ofender o menospreciar el trabajo de los demás. Antes de juzgar, debemos considerar todo el esfuerzo que alguien ha dedicado, ya que la falta de conocimiento no justifica la falta de consideración. Atreverse a hacer algo, en sí mismo, debería ser motivo de aprecio.

Mi hijo me enseñó que la verdadera humildad no radica en negar nuestra grandeza, sino en reconocerla, entendiendo que todo don proviene de Dios. Una persona humilde no es quien se menosprecia, sino quien utiliza sus talentos al servicio divino, iluminando el camino para que otros también descubran los suyos. Quien es verdaderamente humilde sabe que su luz no se atenúa al ayudar a otros a encender la propia. A veces, un cumplido sincero es el impulso que alguien necesita para volver a creer en sí mismo y sentirse motivado a seguir creciendo. A menudo, lo único que las personas necesitan es alguien que confíe en ellas.

Cristo nos inspira a ser mejores, alentándonos a avanzar con la certeza de que, en su compañía, todo es posible. Nos levanta cuando caemos y nos consuela en nuestras angustias, para que nosotros hagamos lo mismo con nuestros semejantes. Tener a Cristo en el corazón es como llevar una antorcha; al compartir su llama, la nuestra no se reduce, sino que multiplica su luz.

Dios nos hace sentir especiales, como un padre que se preocupa por nosotros. Cuando oramos, puede que las cosas no cambien de inmediato, pero él está ahí, escuchándonos. Saber que el ser más grandioso del universo nos oye significa que somos valiosos.

Gloria a Jesús.

Un café con Dios 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora