¿Qué hacemos con lo recibido? Reflexiones sobre la parábola de los talentos

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"Porque el reino de los cielos es como un hombre que, yéndose lejos, llamó a sus siervos y les entregó sus bienes" (Mateo 25:14, RVR1995).

Las parábolas son enseñanzas que se componen por dos aspectos: un elemento externo, que es la narrativa o la historia en sí, y un mensaje interno, que encierra la enseñanza o lección que se desea transmitir. Este mensaje interno es el que me interesa explorar. Sin embargo, desentrañar la esencia de una parábola no es una tarea sencilla; a menudo, requiere tiempo y dedicación. Para descubrir lo que realmente se nos quiere transmitir, es fundamental adquirir diversas habilidades y conocimientos que nos permitan captar el verdadero significado de lo que el Señor desea comunicarnos. Como se menciona en la Escritura: "Porque al que tiene, se le dará más, y tendrá en abundancia" (Mateo 13:12). Es importante recordar que la Biblia se asemeja a un vasto océano repleto de tesoros; Para acceder a estas riquezas, primero debemos sumergirnos en sus profundidades.

El Señor Jesús compara el reino de los cielos con un hombre que se va lejos, con el propósito de ilustrar cómo Dios se relaciona con el mundo. Aunque nuestro intelecto es incapaz de comprender completamente a Dios, podemos percibir sus acciones. Esta comparación nos permite entender que el reino de los cielos es una revelación que nos ayuda a vislumbrar cómo actúa el poder absoluto de Dios y su soberanía en la tierra, manifestada en la libertad con la que se ejecuta su perfecta voluntad. Como se expresa en Mateo 20:15: "¿No me está permitido hacer lo que quiero con lo mío?" Y en Isaías 14:27: "Si el Señor de los ejércitos lo ha determinado, ¿quién puede frustrarlo? ¿Y quién podrá apartar su mano extendida?"

Ningún hombre o entidad puede oponerse a la perfecta voluntad ni desafiar la soberanía divina. Dios, en su infinita sabiduría, establece la aplicación de su bondad y justicia, así como los criterios para la distribución de talentos y bienes. La parábola de los talentos nos revela nuestras limitaciones, ya que no podemos comprender cómo Dios decide esta distribución; solo él conoce las capacidades y el potencial de sus súbditos. Por lo tanto, el desafío o mandato de cada siervo no consiste simplemente en multiplicar los talentos otorgados, sino en actuar de acuerdo con lo que comprenden sobre el Señor, en función de su propio potencial. De acuerdo con el nivel de conocimiento que tengan sobre el amor y el temor a Dios, así será la manera en que ejecutarán sus decisiones. Como declara el libro de Jeremías 17:10 (NBLA): "¡Yo, el Señor escudriño el corazón, pruebo los pensamientos, para dar a cada uno según sus caminos, ¡según el fruto de sus obras!"

Existen dos niveles de servicio a Dios. En primer lugar, encontramos el amor a Dios. Según Warren (2012), Dios desea que le sirvamos con pasión y no por obligación, ya que las personas rara vez dan lo mejor de sí mismas cuando realizan algo que no disfrutan. Por lo tanto, servir a Dios con entusiasmo implica hacerlo por amor; es decir, nadie tiene que motivarte, lo haces por puro gozo. No se requieren recompensas, aplausos ni dinero; la verdadera recompensa es la satisfacción de saber que estás sirviéndolo y disfrutando del proceso. El amor a Dios, en resumen, significa servir desinteresadamente y enfocarse principalmente en el reino celestial, pues se reconoce que Dios es lo más importante. En este nivel se encontraban los dos primeros siervos de la parábola de los talentos, quienes servían a su señor incondicionalmente y no buscaban beneficios personales en su ausencia (Mateo 24:45-47).

Por otro lado, el Temor a Dios actúa como una fuerza que impide a una persona desobedecer o incumplir, debido al profundo respeto que siente por la autoridad divina (Mateo 10:28). Sin embargo, el último siervo de la parábola utiliza este nivel de temor como una excusa para justificarse y victimizarse. En lugar de reconocer su falta de compromiso, acusa a su señor de ser severo y exigente, tratando así de encubrir su propio egoísmo y esquivar las consecuencias de su inacción. Decide entonces enterrar el talento que se le confió, no por falta de recursos, sino por temor a las pérdidas. No se da cuenta de que el señor no evaluaba los resultados en función de las cantidades obtenidas, sino del compromiso y el esfuerzo que cada siervo ofrecía de acuerdo con sus capacidades. La verdadera falla no reside en lo cuantitativo, sino en la falta de entrega personal ¡Lo que su señor buscaba no era que se convirtieran en grandes emprendedores, sino que le sirvieran de todo corazón!

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