El primer paso hacia lo Imposible: la parábola de la multiplicación

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Alimentación de los cinco mil

"Uno de sus discípulos, Andrés, hermano de Simón Pedro, le dijo: Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos pescados; pero ¿qué es esto para tantos?".

(Juan 6.8-9. Reina-Valera, 1995).

Todo se convierte en aquello que creemos que puede llegar a ser. Como dijo el Dr. Seuss: "A menos que alguien como tú se interese de verdad, nada va a mejorar jamás". Cada acción, por pequeña que parezca, tiene el potencial de transformar el mundo de una persona. Sin embargo, si enfocamos nuestra atención en lo que nos falta, siempre encontraremos más excusas para no actuar que razones para intentarlo. Al final, cada logro comienza con la decisión de dar el primer paso.

El Señor Jesús no requiere más que un corazón dispuesto. Un acto sencillo, pero lleno de sinceridad, tiene más valor que un botín repleto de hipocresía. De la misma manera, una oración humilde conmueve más el corazón de Dios que un torrente de palabras elocuentes pero vacías. Por lo tanto, debemos atrevernos a confiar y dar el primer paso con lo que tenemos a nuestro alcance. No se trata de ver las cosas como son o como están, sino de contemplarlas por lo que pueden llegar a ser en las manos de Dios.

Dar el primer paso es actuar bajo la mirada de la fe, una fe que no brilla en la abundancia, sino en la escasez. Es más fácil confiar y actuar cuando todo es seguro y abundante, pero el verdadero desafío es hacerlo en medio de la incertidumbre y la carencia. Tal como lo demostraron la viuda de Sarepta (1 Reyes 17:8-24) y la viuda pobre (Marcos 12:41-44), quienes, a pesar de tener poco, entregaron todo lo que poseían. Lo que para otros podía parecer insignificante, para ellas representaba todo lo que sostenía su vida en ese momento. Estas historias nos enseñan que la fe no se mide por las cosas que poseemos, sino por las veces en que actuamos con todo nuestro corazón. La mayoría puede creer que el árbol dará frutos cuando el verano está cerca, pero ¿quién tiene la confianza de afirmar que dará frutos en los crudos días del invierno?

La fe es, en esencia, la valentía de atrevernos a confiar. Por eso, el Señor inicia el milagro de la alimentación de los cinco mil con una pregunta que desafía las limitaciones humanas: "¿De dónde compraremos pan para que coman estos?" Felipe responde desde la lógica: "Doscientos denarios de pan no bastarían para que cada uno tomara un poco". Andrés, por su parte, menciona: "Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos pescados; pero ¿qué es esto para tantos?" Ambas respuestas reflejan una mirada enfocada en la escasez, cerrando las posibilidades que la fe puede abrir.

Sin embargo, Jesús no está limitado por la atención material. Su propósito no era simplemente alimentar a la multitud, sino enseñar a sus discípulos una lección más profunda: la verdadera fe comienza con la disposición a participar. Jesús, siendo todopoderoso, pudo haber realizado el milagro sin intervención humana. Pero, su intención no era demostrar su poder, sino despertar en nosotros el deseo desinteresado de hacer el bien.

Por eso, el milagro comienza con una pequeña ofrenda: cinco panes y dos pescados. No porque el Señor los necesitara para obrar, sino porque lo que realmente se multiplica no son los recursos materiales, sino la voluntad de servir con lo poco que tenemos. La fe se traduce en acción, y esa acción, por más pequeña que parezca, es el punto de partida para que Dios obre algo grande.

En Lucas 9:13, el Señor les dice a sus discípulos: "Dadles vosotros de comer". Este pasaje nos invita a reflexionar sobre cómo usamos los bienes que Dios nos concede. Dios nos bendice porque nos ama, pero también espera que compartamos con aquellos que lo necesitan. 

Si observamos el relato, notamos que en el versículo 11 el Señor no entrega los panes y los peces directamente a la multitud, sino que los da a sus discípulos para que ellos los repartan. Esto nos enseña una valiosa lección: somos instrumentos de Dios para ayudar al necesitado. Todo lo que acumulamos sin propósito termina por desperdiciarse, pero lo que compartimos, con fe y generosidad, se multiplica. El rey Salomón lo expresa claramente en Proverbios 11:24: "Hay quienes reparten, y les es añadido más" (Reina-Valera, 1960). Cuando nuestra intención es ayudar, Dios provee los recursos necesarios, pues de él depende nuestra porción.

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