"Como el agua refleja el rostro, así el corazón del hombre refleja al hombre".
Proverbios 27:19, NBLA.
Cuando una persona se molesta o se siente incómoda por algo en los demás, generalmente está viendo un reflejo de sí misma. Es como si intentara ocultar sus propios defectos atribuyéndoselos a otros. El ser humano, en su esfuerzo por ignorar sus malas cualidades, las proyecta en quienes lo rodean. Reflejamos en los demás lo que llevamos en nuestro interior. La realidad es que, si tenemos algún defecto, lo veremos en los otros. Dios nos coloca espejos para que nos reconozcamos y mejoremos; a veces, esos espejos son las personas con las que socializamos. Por eso, el rey David en Salmos 19:12 le pide al Señor que lo libre de los errores que no puede percibir, ya que el ser humano tiende a notar más sus virtudes que sus defectos.
Todo aquel que, sin motivos reales, encuentra debilidad en el otro, solo está atribuyendo su propio defecto. Este mecanismo de defensa es conocido en psicología como "proyección", y consiste en otorgar la responsabilidad de nuestros rasgos, sentimientos y conductas a los demás. La realidad es que, si ves un defecto en otros, es porque tú también lo tienes.
Es como la metáfora de la cortina rota: un hombre, al mirar por su ventana, veía la cortina de su vecino rota y se quejaba cada vez, preguntándose cómo era posible que la tuviese en ese estado. Sin embargo, tal identificación no era más que un reflejo de lo que él no percibía de sí mismo. Al observar más detenidamente, se dio cuenta de que su propia cortina también estaba rota. Esto nos enseña que lo que vemos en otros es lo que existe en nosotros.
Generalmente, nos cuesta ser autocríticos; mirarnos a nosotros mismos de manera honesta puede aterrorizarnos porque indica que no somos lo que creemos ser. Pero, imagina por un momento que todo lo malo que existe en ti fuera personificado en otra persona. ¿Podrías relacionarte con ella? Es por lo que no solemos ver nuestros propios defectos, pero sí los de los demás. Reconocemos nuestras virtudes, pero no las de los otros.
El rey Salomón dijo: "En el crisol se prueba la plata, en el horno el oro, y al hombre la boca del que le alaba" Proverbios 27:21, RVR, (1995). Esto nos enseña que la cortesía es la expresión de la calidad de nuestro corazón. Cuando identificamos, reconocemos y somos capaces de alabar las virtudes de los demás, es porque en nuestro interior también existen buenas cualidades. Debemos hacer con el prójimo lo que esperamos que el prójimo haga con nosotros. Como dijo el Señor Jesús: "Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros" Juan 13:34-35, RVR, (1995). Así como identificamos nuestras buenas cualidades y queremos ser alabados por ellas, y amamos lo bueno en nosotros mismos, también debemos ser así con los demás. De la misma manera que no hablamos de nuestras malas cualidades, no hablemos de las malas cualidades de los otros. No hablar mal de nadie es la mejor forma de hablar bien de ti mismo.
Según Carnegie (2016), la diferencia entre la apreciación y la adulación es que una es sincera y la otra no. Una proviene del corazón y la otra de la boca. Una apreciación sincera puede cambiar la vida de una persona, ya que destacar sus buenas cualidades le incentiva a seguir mejorando. Por otra parte, herir a la gente no solo no las cambia, sino que es algo que nadie agradece.
Nuestro prójimo es nuestro espejo; si la imagen que tienes de ti es transparente, la imagen que verás será perfecta. Cuando vemos imperfección en nuestros semejantes, es nuestra propia imperfección lo que vemos. Imitemos a Cristo, quien murió por nosotros aun siendo pecadores, y como él vio lo que podíamos llegar a ser con su amor, no lo que éramos por nuestra maldad. Recordemos que una buena enseñanza se enfoca en el desarrollo potencial de las personas, no solo en su estado actual.
Gloria a Jesús
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Un café con Dios 2
SpiritualUn café con Dios 2. Relatos cortos para esos días frios...