De la revelación a la idolatría: la tragedia del becerro de oro

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El becerro de oro

"Vuélvete del ardor de tu ira, y desiste de hacer daño a tu pueblo".

Éxodo 32. 12 (NBLA).

Cuando Moisés subió al monte Sinaí, se quedó allí durante cuarenta días. Al ver que Moisés no regresaba, el pueblo pidió que se les hiciera un dios en forma de becerro, un ídolo conocido como el "dios Apis" en la tradición egipcia. Este acto no negaba la creencia del pueblo en la existencia de Dios, pero sí rechazaba el pacto de que el Señor (יהוה) fuera su único Dios. Esto provocó una división espiritual entre los israelitas, ya que Dios, quien los liberó de la esclavitud en Egipto, requería un comportamiento íntegro y moral. En contraste, el becerro representaba un dios pagano al que servían mediante la embriaguez, la lujuria y la promiscuidad, transgrediendo así las tres primeras prohibiciones de los Diez Mandamientos:

1. "No tendrás dioses ajenos delante de mí" — Ellos dijeron: "Estos son tus dioses".

2. "No te harás imagen ni ninguna semejanza" — Fabricaron un becerro de oro.

3. "No te inclinarás a ellas ni las honrarás" — Se arrodillaron ante el becerro y ofrecieron sacrificios.

De esta manera, el pueblo violó el aspecto esencial del pacto que habían hecho con el Señor en el monte Sinaí.

Cuando Moisés descendió del monte Sinaí y vio al pueblo adorando al becerro, que simboliza la entrega a las pasiones más bajas, rompió las tablas que contenían los Diez Mandamientos. Este acto representó una gran tragedia, ya que las primeras tablas habían sido escritas directamente por Dios. Más tarde, Moisés tuvo que reescribirlas. Romper las tablas fue la manera en que Dios mostró al pueblo que ellos, con su comportamiento, habían quebrantado el pacto que hicieron con él, tal como está escrito en Éxodo 19:5 (RVR 1995): "Ahora, pues si dais oído a mi voz y guardáis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos."

De la elevación a la caída

El sufrimiento es la consecuencia natural de hacer lo incorrecto a los ojos de Dios. La Biblia relata que Moisés estuvo en el monte Sinaí durante cuarenta días, un dato desconocido para el pueblo, que ignoraba la fecha de su regreso. Esta incertidumbre generó confusión entre la multitud, que terminó exigiendo la creación de un ídolo. Aunque no todos en Israel hicieron esta demanda, toda la población contribuyó a la fabricación del becerro que más tarde adorarían, debido a que las raíces del paganismo de Egipto aún persistían en la mentalidad de la mayoría.

Aarón accedió a la petición del pueblo, con la intención de retrasar lo más posible la fabricación del ídolo. Sin embargo, la situación se salió de su control. El pueblo sabía que Aarón conocía los secretos espirituales, siendo el más sabio después de Moisés. Por eso, le pidieron "dioses" que los guiaran a través del desierto, ya que, hasta ese momento, Moisés había sido el intermediario entre ellos y Dios. Moisés fue quien trajo la presencia Divina al pueblo y les devolvió su fe en el Señor. Pero, frente a la incertidumbre y el temor, buscaron un reemplazo utilizando la imagen de oro, con el becerro como su nuevo guía e intermediario.

Desde los inicios de la humanidad, ha existido la necesidad de representar a Dios, ya que la idea de creer en un ser invisible era difícil de asimilar. Hoy en día, vivimos en un mundo donde lo intangible, como la energía, las ondas de radio y el wifi, forman parte de nuestra realidad cotidiana. Sin embargo, hace miles de años, en la cultura pagana, creer en lo que no se ve era prácticamente imposible. Por eso, la imagen del becerro representaba la forma más comprensible de concebir a Dios, ya que era una deidad familiar para ellos. Solicitaron a Aarón que fabricara un becerro de oro para tener algo tangible a lo que aferrarse y venerar.

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