Frutos de arrpentimiento: transformando el daño en bien

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"Producid, pues, frutos dignos de arrepentimiento"

Mateo 3.8. RVR (1995).

El término "producir" se refiere a la fabricación de un producto mediante el trabajo, lo que implica que algo necesita dedicación para ser elaborado. En Lucas 13:6, el Señor Jesús narra la parábola de la higuera estéril, en la cual el dueño de un viñedo busca frutos en su higuera, pero no los encuentra. Por ello, ordena al viñador que la corte. Sin embargo, el viñador le pide que la deje un año más para trabajar en ella.

Uno de los motivos por los cuales un árbol no produce frutos es la falta de nutrientes. Si se descuida la fertilización y el abono, la calidad del suelo se empobrece, impidiendo que el árbol se nutra adecuadamente. No obstante, el exceso de nutrientes puede tener el efecto contrario, resultando en improductividad. En resumen, para que un árbol produzca frutos, necesita una cantidad adecuada de nutrientes.

En algún tiempo fuimos similares a una higuera infructífera; independiente de los factores, ya sea por exceso o carencia, no producíamos los frutos que Dios esperaba. Cada año, el dueño del viñedo buscaba frutos y no los encontraba, simplemente porque la higuera no los había producido. De la misma manera, cuando encontraba frutos en otra higuera, era porque nunca había dejado de elaborarlos. El hombre es similar a una higuera: cuando se necesita de él, se espera que se encuentren frutos, es decir, que sea útil. Sin embargo, cuando un árbol da frutos, no lo hace para sí mismo, sino para beneficiar a todos aquellos que los necesitan.

Los frutos representan nuestras acciones, y el viñador, que es Jesús, nos ha salvado de ser cortados debido a nuestras malas elecciones e improductividad. El Señor Jesús nos otorga una nueva oportunidad para mejorar, siendo él quien guía nuestro desarrollo, nos sana, protege y alimenta nuestra alma con su palabra. Sin embargo, todo ocurre a su debido tiempo.

No se puede recibir más de lo que estamos preparados para asimilar, pues, al igual que un árbol que no da frutos debido al exceso de nutrientes, un conocimiento excesivo podría sobrepasarnos y destruirnos. Como dice el rey Salomón en Proverbios 25:16 RVR (1995): "¿Hallaste miel? Come solo lo necesario". Todo requiere tiempo y una porción adecuada; los seres humanos podemos alcanzar cualquier cosa, pero de manera gradual. Según Piaget, la capacidad de aprendizaje debe estar en proporción al nivel de desarrollo cognitivo del individuo. Si se fuerza a un estudiante a aprender un contenido que supera sus capacidades, es muy probable que el resultado sea una memorización mecánica o una comprensión incorrecta del concepto.

Jesucristo no solo se preocupa por nuestra nutrición espiritual, sino también por asegurar que sea la apropiada en cada etapa y proceso de nuestra vida. Así como un lactante solo debe ingerir leche en los primeros meses de vida, ya que otros alimentos podrían causarle daño, no por ser malos, sino porque su organismo aún no está preparado para asimilarlos. Del mismo modo, el conocimiento y la revelación divina se nos entregan en porciones conforme a nuestra capacidad de comprensión. Como dice el apóstol Pablo: "Que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno" Romanos 12:3 RVR (1995).

Lo sorprendente de la parábola de la higuera estéril (Lucas 13:6-9) es que el Señor no cambia a la higuera, sino que le recuerda cuál es su verdadero potencial, y al recordarlo, ella comienza a cumplir con su propósito. Dios no nos cambia, pero el pecado sí; nos corrompe con deseos engañosos y nos aleja de la verdad. Por ello, encontrarnos con el Señor nos permite recobrar la conciencia de quienes somos y la vida que él diseño para nosotros. Como menciona Warren R. (2012): "La clave de la amistad con Dios no es cambiar lo que uno hace, sino cambiar la actitud de uno al hacerlo. Lo que normalmente haces para ti, comienzas a hacerlo para Dios".

Nuestras acciones reflejan nuestra educación. El Señor nos da el conocimiento para que produzcamos frutos, pero su realización depende de nuestro libre albedrío y compromiso. Una revelación puede llevarnos a la acción y está a través de la repetición, puede convertirse en una naturaleza, o también podemos desaprovecharla. Lo importante es que el viñador no descansará ni dejará de nutrir a la higuera hasta que dé frutos por sí misma, pues estos son el resultado del trabajo conjunto del viñador y la higuera.

Hasta este punto, vemos que producir nuevos frutos lleva tiempo y que nuestras acciones son el resultado de lo que comprendemos, ya que esa sabiduría nos compromete. Por lo tanto, a medida que entendemos más, hacemos o producimos más.

En Lucas 3:7 está escrito: "Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento". Aquí, el verbo "hacer" es sinónimo de "producir". Pero en la Biblia no hay palabras superfluas; todo está escrito de manera que pequeñas diferencias revelan grandes verdades. Los gramáticos hebreos han notado que existen tres verbos relacionados con la creación: "Libró, litzor y la'asot" que significan "crear, formar y hacer", respectivamente.

El verbo "crear" (Libró) es una acción que solo se atribuye a Dios, ya que implica llevar algo a la existencia desde la nada. El segundo verbo, "Litzor" (formar), se refiere a una creación a partir de materia preexistente. En contraste, "La'asot" (hacer) expresa un paso creativo adicional realizado sobre una creación ya existente; generalmente, se refiere a la última mejora o un producto derivado de esa creación, una especie de refinamiento.

En el Evangelio de Mateo, la parábola de la higuera estéril utiliza el verbo "producir," que alude al futuro, a la construcción de nuevos frutos, un proceso que requiere tiempo y la colaboración entre Dios y el hombre. Sin embargo, en el Evangelio de Lucas, se emplea el verbo "hacer," que está relacionado con el presente inmediato, refiriéndose a lo que debemos mejorar en lo que ya hemos realizado.

El verbo "hacer" está relacionado con la mejora, con la creación de un nuevo producto a partir de lo que ya hemos ejecutado. Implica transformar nuestras acciones pasadas en algo mejor. Como dice Efesios 4:28: "el que robaba, no robe más, sino que trabaje". En otras palabras, debemos utilizar nuestras acciones pasadas para que, en el presente, se transformen en actos positivos.

Por otra parte, Juan el Bautista nos recuerda que siempre podemos cambiar las cosas. Nos enseña que el verbo "hacer" en el contexto del arrepentimiento implica que nuestras nuevas acciones deben ser contrarias a las de la transgresión. A diferencia del verbo "producir," "hacer" no surge de algo nuevo, sino que se construye a partir de lo que ya existe, y lo que hagamos debe ser mayor al daño que causamos. Solo así se puede demostrar que el arrepentimiento es genuino.

Cuando dañamos u ofendemos a alguien, no podemos evitar su sufrimiento ni esperar que el dolor desaparezca, incluso después de disculparnos. Es como arrugar una hoja de papel y esperar que vuelva a su estado original al intentar estirarla; es imposible. Sin embargo, lo que sí podemos hacer es no seguir arrugando otras hojas. Lo que decimos se queda en el corazón de los demás, y por más que nos disculpemos, no podemos retroceder en el tiempo. Por eso, es necesario realizar un acto mayor que compense el daño causado, algo que demuestre un verdadero arrepentimiento. Un ejemplo de esto es cuando el faraón tomó a Sarai, esposa de Abram; no solo la devolvió, sino que también intentó compensar el daño emocional causado, ofreciéndole bienes como indemnización.

Nuestras acciones y comportamientos son la prueba de nuestro arrepentimiento y deben transformar el daño en algo mejor. Solo así podremos compensar la deuda, no con Dios, ya que esta fue saldada completamente por Jesucristo, sino con la persona que hemos lastimado. El objetivo es restaurar su equilibrio emocional, que fue desestabilizado por nuestros errores o palabras. Como está escrito en Efesios 4:28, RVR (1995): "el que robaba, no robe más, sino trabaje haciendo con sus manos lo que es bueno, para que tenga qué compartir con el que padece necesidad".

No solo debemos abandonar los hábitos que perjudican a la sociedad, sino también corregirlos, reparando el daño con acciones de bondad. El daño que una persona ha causado debe ser compensado con una acción que convierta el dolor en beneficio, de modo que el sufrimiento provocado sea compensado. Dios siempre está dispuesto a perdonarnos, y demostramos nuestro agradecimiento por su perdón cuando renunciamos a los hábitos que nos destruyen a nosotros mismos y a otros y comenzamos a vivir para su gloria.

Gloria a Jesús.

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