Dios no busca personas perfectas, sino aquellas que posean un corazón humilde, que reconozcan sus limitaciones y su condición pecaminosa, volviéndose dependientes de la fortaleza celestial. Warren (2012) señala que vivimos en una cultura competitiva donde admitir la derrota se percibe como algo negativo, pues en un mundo centrado en ganar, rendirse parece inconcebible. Sin embargo, para Dios, la rendición no implica derrota ni resignación; al contrario, significa sacrificar nuestro orgullo y realizar los cambios necesarios en nuestra vida. Es reconocer nuestras limitaciones para permitir que Dios tome el control, guiándonos hacia aquello para lo que fuimos creados. En otras palabras, rendirnos es confiar en Dios.
Aunque el ser humano es una criatura predispuesta a equivocarse, puede acercarse al trono de la gracia a través de Jesucristo, quien equilibra nuestras imperfecciones con su sacrificio. No obstante, el desconocimiento del atributo divino "Hamarbe lisloaj" (infinitamente generoso en perdonar) nos impide tomar valor para pedir perdón, incluso por los pecados de los que ya nos hemos arrepentido. Silenciar la voz de la culpa y la vergüenza que nos susurra que no tenemos oportunidad para mejorar es crucial para no autoexiliarnos de la presencia Divina, ya que el Señor es como un padre que siempre está dispuesto a aceptar el sincero arrepentimiento de sus hijos.
El concepto del arrepentimiento es esencial para la humanidad. Como dice el salmista: "¿Y quién podrá estar en pie delante de ti cuando se encienda tu ira?". Salmos 76:7 RVR (1995). Este atributo divino nos brinda la oportunidad de reflexionar sobre nuestras acciones, permitiéndonos mejorar y progresar. Podemos pedir perdón y también perdonar a otros, ya que hemos sido dotados con libre albedrío: la capacidad de elegir entre el bien y el mal. Somos propensos a equivocarnos y causar daño, pero también tenemos la capacidad de hacer lo correcto. Si no existiera la posibilidad del arrepentimiento, la vida sería insostenible, pues si cada error fuera castigado de inmediato, no podríamos existir, siendo seres propensos a fallar. Por ello, conocer nuestra condición nos permite acercarnos a Dios, arrepentirnos y esforzarnos por mejorar. Así nos lo enseña el rey David en su Salmo 51, un salmo de confesión y arrepentimiento, donde David se arrepiente sinceramente del pecado que cometió con Betsabé.
La Biblia nos relata que David, mientras paseaba sobre el terrado de la casa real, vio a una mujer que se estaba bañando, y que era muy hermosa. Esta mujer era Betsabé, esposa de Urías. Aun así, David envió mensajeros, la tomó y durmió con ella. Después, Betsabé se purificó de su impureza sumergiéndose en la "Mikve" o baño ritual, en el que las personas se purificaban de sus transgresiones. Sin embargo, este ritual no eliminaba las consecuencias de sus acciones; más bien, le permitía aliviar su conciencia, lavándose simbólicamente de su maldad. Más adelante, vemos que Betsabé guarda silencio sobre lo sucedido. Pudo haber confesado la transgresión, pero no lo hizo y regresó a su casa como si nada hubiera ocurrido.
Posteriormente, Betsabé quedó embarazada, y David intentó hacer que Urías asumiera la responsabilidad, tratando de que él durmiera con su esposa. Al no lograrlo, David escribió una carta a Joab, la cual envió con Urías mismo. En la carta, David ordenaba que Urías fuera puesto al frente de la batalla para que muriera. Así, David hizo que Urías llevara su propia sentencia de muerte. Tras enterarse de la muerte de Urías, Betsabé guardó luto, y luego David la tomó como esposa. Esta historia se encuentra en 2 Samuel, capítulo 11.
El libro de Hechos 13:22 menciona: "He hallado en David, hijo de Isaí, varón conforme a mi corazón". Esto nos lleva a preguntarnos: ¿es posible que un hombre que cometió tal nivel de crueldad sea considerado conforme al corazón de Dios?
El rey David, en un momento de lujuria, no pensó en las consecuencias de sus acciones. Primero, tomó a una mujer casada, Betsabé, y durmió con ella, dejándola embarazada. Luego, al no poder responsabilizar a Urías, su esposo, lo envió a la muerte en la batalla. Según estos grados de transgresión—adulterio y asesinato—el nivel de crueldad de David fue en aumento. Esto se debió a que, al desconectarse de Dios, también se desconectó de su empatía, algo que no era habitual en él.
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Un café con Dios 2
SpiritualUn café con Dios 2. Relatos cortos para esos días frios...