La verdadera identidad: más allá de lo que tenemos

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La identidad procede del vocablo "identitas" y se refiere a la conciencia que una persona tiene de sí misma, la cual la distingue de los demás. La identidad está asociada a una realidad interior única y propia. Según Erikson (1950), la identidad se construye a lo largo del desarrollo evolutivo, influenciada por las experiencias de éxito y fracaso, así como por la interacción con personas significativas. Por lo tanto, la identidad se comprende como la singularidad de una persona, algo que no se puede perder, transferir o modificar, independientemente de su profesión, roles u ocupaciones.

Nuestra identidad reside en el alma; es nuestra esencia, y eso no cambia, aunque puede quedar relegada debido al contexto en que una persona se desenvuelve. Pero, lo que es variable o sujeto a alteraciones no puede ser parte de nuestra identidad, ya que, por definición, la identidad es aquello que es igual a sí mismo en todo tiempo.

Nuestros pensamientos pueden cambiar, por ello no somos lo que pensamos; somos los dueños de nuestros pensamientos. Es más importante el dueño que el objeto, de la misma forma que el fabricante de una mesa es más valioso que la mesa misma, pues puede producir muchas más. Entonces, ¿qué es más valioso en una persona, su ideología o la capacidad de generar esta ideología? Todo lo que suponemos no es parte de nuestra identidad; es un producto de lo que hoy puede ser: A, B, C o D. Y como varía, no puede ser parte de quienes somos, ya que no es idéntico a sí mismo. No obstante, lo que no cambia es nuestro "Yo", el cual está por encima de nuestros pensamientos y genera todo lo que pensamos y sentimos.

Una persona puede cambiar su razonamiento con la experiencia, lo que significa que nada de lo que nos gusta u opinamos define nuestro ser, aunque proviene de él. Nuestros sentimientos y bienes materiales también pueden cambiar, así que nuestra manera de pensar, sentir y nuestras posesiones no definen lo que somos; solo reflejan con qué nos identificamos o relacionamos. A menudo confundimos lo que somos con nuestras pertenencias, una distorsión cognitiva que mezcla nuestra esencia con lo que poseemos.

Las posesiones materiales pueden perderse, pero nuestra verdadera identidad nunca se extravía. La parábola del hijo pródigo en Lucas 15:24 (NVI) ilustra esto claramente: "se había perdido, pero ha sido hallado". Aunque sus decisiones relegaron su verdadera identidad, esta nunca desapareció. El hijo pródigo siempre siguió siendo el hijo del padre en esencia. Cuando se dice "ha sido hallado", se indica que se encontró algo que ya existía. Es decir, la transformación del hijo durante su viaje no correspondía con su verdadera identidad, sino aquella antes de salir de casa.

Hay personas que se identifican con sus posesiones: casas, automóviles, equipos deportivos, entre otros. Otros, en cambio, se identifican más con su estado de ánimo o confunden su ideología con su identidad. Es importante comprender que el estilo personal y el modo de pensar no son parte intrínseca del ser, sino expresiones de opinión que pueden variar. Por ejemplo, el sufrimiento por la pérdida de algo se debe a creer que ese algo era parte esencial de uno mismo, cuando en realidad solo era una posesión.

Cuando alguien se aferra a su cargo o profesión, puede sentir que obtiene poder y dinero, experimentando un sentido de "control". Esto ocurre porque percibe que es útil y competente en lo que hace, lo cual se refleja en admiración e ingresos. Sin embargo, este sentido de "control" está basado en la inseguridad, ya que depende de condiciones externas como el título, el salario y el cargo. Cuando termina el trabajo, también termina ese sentido de control, y fuera de ese entorno, la persona puede sentirse perdida respecto a quién es en realidad.

El Dr. Twerski, psiquiatra y estudioso de la Torá, menciona que muchas personas valoran sus competencias laborales, pero tienen una baja autoestima personal, sintiendo que carecen de algo que ofrecer como individuos. Por ello, refugian sus inseguridades en el ámbito laboral, donde desempeñan un papel definido. Esta situación explica por qué algunas personas se vuelven adictas al trabajo, viéndolo más como una identidad que como una interacción humana. Sin embargo, los ambientes laborales son usualmente temporales y la seguridad en ellos no es absoluta; cualquier persona puede ser reemplazada en cualquier momento.

Por otra parte, algunas personas podrían afirmar que alguien "es millonario", pero esto sería incorrecto, ya que los bienes materiales son externos a nosotros. Por lo tanto, esa afirmación no describe a la persona por quien es, sino por lo que posee, y todo lo que se puede contar y acumular, también puede perderse. Una persona puede tener mucho dinero, pero un día podría perderlo todo. Sin embargo, incluso después de perder todo su dinero, la persona sigue siendo la misma, sigue viviendo. Esto significa que el dinero que alguien tiene no define su identidad, sino que simplemente es algo que posee. Decir que alguien "es" algo debido a sus posesiones confunde una relación externa con nuestra verdadera esencia.

De igual manera, cuando se dice que una persona "es profesional", se reduce su esencia a una categoría, donde el propósito de la vida parece limitarse al ámbito profesional. Sin embargo, una profesión es simplemente un medio para ganarse la vida haciendo algo que nos gusta, pero ejercerla depende de factores externos. Si no encontramos trabajo o nos despiden, desaparece esa identificación. Decir "soy un profesional" no define quién soy realmente, sino qué hago. En realidad, es más preciso decir "tengo una profesión". Hay una gran diferencia entre identificación (tener algo) e identidad (ser algo).

La identificación tiende a asociar todo lo que poseemos con nuestra identidad, y a identificar a los demás por sus posesiones. Sin embargo, esto es una identidad falsa, ya que la verdadera identidad radica en cómo nos reconocemos a nosotros mismos y a los demás por quiénes somos, no por lo que tenemos. Como se indica en Proverbios 13:7, "Hay quienes presumen de ricos y no tienen nada, y hay quienes pasan por pobres y tienen muchas riquezas.", enseñándonos que la verdadera riqueza no se evalúa por las posesiones materiales, sino por la calidad del ser.

Como dice el dicho, "Hay personas tan pobres que lo único que tienen es dinero", y como expresó Facundo Cabral, "Solamente lo barato se compra con el dinero. Que me importa ganar diez sí sé contar hasta seis. Pobrecito mi patrón piensa que el pobre soy yo".

En el ámbito del tener, uno puede poseer dinero, casas, inversiones, automóviles, profesiones, cargos, entre otros; sin embargo, todo esto es vulnerable. Todo lo que tenemos puede ser perdido o arrebatado por otros. Las posesiones también pueden ser adquiridas y transferidas, lo que significa que no tenemos control absoluto sobre ellas. En contraste, lo que uno es en su verdadera esencia es muy diferente.

Por ejemplo, la sabiduría adquirida a través de la experiencia y la revelación divina, nuestro carácter que se forma y se corrige con el tiempo, nuestros valores, generosidad, espiritualidad, la relación personal con Dios, el desarrollo de la fe y la integridad, entre otros aspectos, pertenecen a la dimensión del ser. Estas virtudes no pueden perderse ni transferirse, ni tampoco pueden ser compradas. Se adquieren dedicando tiempo al estudio, la oración, la lectura, el aprendizaje y la experiencia.

Como ilustra el caso de Simón el Mago, quien intentó comprar el poder de Dios con dinero y recibió una reprimenda de Pedro: "Tu dinero perezca contigo, porque has pensado que el don de Dios se obtiene con dinero". Hechos 8:20 RVR (1995). Del mismo modo, nuestro carácter y las virtudes como la paciencia, perseverancia e integridad no pueden ser transferidos a otros, incluso a nuestros hijos o cónyuge, porque se desarrollan personalmente a lo largo de la vida al enfrentar diversas pruebas y experiencias.

En la dimensión del ser, no existen atajos ni transferencias porque lo que se adquiere mediante el aprendizaje es inherentemente personal. Cada ser humano es único, con sus propios métodos, formas de pensar, experiencias y tiempos de desarrollo. Por lo tanto, nuestra relación con Dios también es única para cada individuo.

Cuando nos identificamos únicamente con lo que tenemos, siempre estaremos en una especie de pobreza espiritual, ya que las verdaderas riquezas del ser no pueden medirse por posesiones materiales, sino por el carácter y las cualidades internas que cultivamos a lo largo de la vida.

Continuará.

Gloria a Jesús.

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