"¿Qué discutís con ellos?"
(Marcos 14:16, Reina-Valera, 1995)
Con amor y sabiduría, el Señor Jesús pregunta a sus discípulos sobre lo que discutían con los escribas. Esta pregunta no busca saber el tema del desacuerdo, sino llevarlos a reflexionar sobre su inutilidad. Al centrarse en la disputa, los discípulos perdieron de vista la verdadera necesidad: el muchacho endemoniado y su padre, quienes requerían ayuda. Así, olvidaron su propósito principal, que no era defenderse ni tener la razón, sino servir y aliviar el sufrimiento.
En 2 Timoteo 2:16 leemos: "Pero evita profanas y vanas palabrerías, porque conducirán más y más a la impiedad, y su palabra comerá como gangrena" (Reina-Valera, 1995). Estas palabras vacías carecen de profundidad, no permanecen en el corazón y no producen fruto. Su propósito suele ser alimentar el ego y obtener admiración, pero no acercan a otros a la salvación. Tal como dijo el apóstol Pablo: "El reino de los cielos no consiste en palabras, sino en poder". Esto nos lleva a cuestionarnos: ¿qué propósito tiene una discusión si no busca llevar a otros hacia Dios? Muchas veces, nuestras diferencias terminan alejando a las personas de él, tal como advierte 2 Timoteo 2:14: "Lo cual para nada aprovecha, sino que es para perdición de los oyentes". Aunque el Señor nos llama a defender la santidad de su nombre con sabiduría, como dice Proverbios 27:11: "Sé sabio, hijo mío, y alegra mi corazón; así podré responder al que me agravie", también nos recuerda que el siervo de Dios no debe ser contencioso. Más bien, debe ser amable y corregir con mansedumbre, confiando en que Dios obrará en los corazones para que se arrepientan y conozcan la verdad (2 Timoteo 2:24-26).
Es fundamental identificar las intenciones que nos impulsan a entrar en una discusión. Proverbios 20:3 enseña: "Honra es del hombre abandonar la contienda, pero cualquier insensato se enreda con ella" (Reina-Valera, 1995). Reflexionar sobre nuestras motivaciones nos protege de actuar de forma inconveniente. El Señor mismo nos enseñó: "El Hijo del Hombre no ha venido para perder las almas de los hombres, sino para salvarlas".
Los sabios de Israel aconsejan que, al reprender a alguien, evaluemos si nuestras intenciones están libres de ego. Si deseamos reprender, probablemente nuestro orgullo esté involucrado, lo que puede causar más daño que beneficio. En cambio, cuando la reprensión nace de la justicia y el amor, sin egoísmo, es más probable que sea edificante y justa. Las discusiones improductivas suelen tener raíces egoístas. Los filósofos han identificado cuatro principales motivos detrás de estas:
1. Deseo de superioridad: Muchas discusiones surgen del deseo de competir y demostrar que uno tiene la razón, olvidando el verdadero propósito de la conversación.
2. Falta de comprensión: Los desacuerdos a menudo se deben a la dificultad de comprender conceptos profundos, lo que lleva a interpretaciones distintas, como la literalidad versus la profundidad del mensaje. Aunque ambas partes defienden lo mismo, lo hacen desde perspectivas diferentes, generando conflicto.
3. Falta de preparación: Hay temas que requieren sabiduría y experiencia para ser entendidos. La falta de preparación puede generar malentendidos y discusiones innecesarias.
4. Apego a los hábitos: Las personas tienden a aferrarse a sus costumbres e ideas, resistiéndose a aceptar nuevas enseñanzas que desafíen su zona de confort. Esto ocurre porque abandonar hábitos profundamente arraigados puede resultar incómodo y percibirse como una amenaza al sentido de estabilidad o autoridad.
El rey Salomón escribió: "El hombre rico es sabio en su propia opinión, mas el pobre e inteligente lo escudriña". (Proverbios 28:11, Reina-Valera, 1995). Erich Fromm también señala que quienes se aferran a una mentalidad rígida o temen al cambio, suelen rechazar las nuevas ideas porque estas desafían su percepción de competencia y seguridad, generando resistencia al aprendizaje. Por ello, no debemos permitir que nuestro ego nuble nuestro juicio ni que las discusiones nos desvíen de identificar y atender las necesidades del prójimo. Sigamos el ejemplo del Señor Jesús, quien siempre priorizó aliviar el sufrimiento y brindar esperanza. Como se menciona en Mateo 12:18-21:
"Este es mi siervo, a quien he escogido, mi amado, en quien estoy muy complacido; sobre él pondré mi Espíritu, y proclamará justicia a las naciones. No disputará ni gritará; nadie oirá su voz en las calles. No acabará de romper la caña quebrada ni apagará la mecha que apenas arde, hasta que haga triunfar la justicia. Y en su nombre pondrán las naciones su esperanza" (Nueva Versión Internacional).
¡Gloria a Jesús!

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Un café con Dios 2
SpiritualUn Café con Dios 2 - Relatos cortos para esos días fríos... En los momentos de incertidumbre, en esos días donde el frío no solo se siente en la piel, sino también en el alma, Un café con Dios 2 llega como un refugio de fe y esperanza. Este devocio...