Vivir con propósito: el poder transformador de la ambición espiritual

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El término ambición proviene del latín ambitio, que significa "rodear". En la antigua Roma, esta palabra se usaba en el contexto político para describir a los candidatos que rodeaban a sus seguidores en busca de apoyo para las elecciones. Con el tiempo, el término se compromete con el deseo intenso de conseguir algo. La ambición, por tanto, es ese impulso de alcanzar una meta. Sin embargo, puede tener un aspecto negativo y destructivo cuando el objetivo es puramente egoísta o materialista, como el afán de poder, riqueza o fama. Esta forma de ambición es perjudicial, pues, como está escrito: "el que ama el dinero no se saciará de dinero; y el que ama la riqueza no sacará fruto" (Eclesiastés 5:10. Reina-Valera, 1995).

Por otro lado, la ambición puede ser positiva y constructiva cuando impulsa acciones que promueven el desarrollo espiritual, acercándonos más a Dios. Sin embargo, una dedicación exclusiva al crecimiento espiritual podría llevar a descuidar las necesidades corporales, al punto de evitar cualquier placer o incluso no atender las necesidades básicas del cuerpo. Nuestro meta debe ser alcanzar un punto de equilibrio, es decir, seguir un camino intermedio que nos permita enfocarnos en un propósito superior sin descuidar nuestras necesidades materiales. Nuestra mente debe estar orientada hacia el cielo, sin perder de vista que nuestros pies están firmemente plantados en la tierra.

La ambición positiva o espiritual está profundamente ligada a la pureza, es decir, a una intención libre de otros elementos que distorsionan su esencia. Esta se extiende a los ámbitos intelectual, emocional y de propósito, que juntos conforman nuestra vida espiritual.

En el ámbito intelectual, la pureza se descompone en dos aspectos: cantidad y calidad. La cantidad intelectual hace referencia a la capacidad de enfocar la mente en una sola idea, sin dispersión. Esto significa concentración plenamente en un pensamiento sin que otros interfieran. Sin embargo, para que este enfoque sea efectivo, también es necesaria la calidad intelectual, que consiste en la creencia firme de que aquello en lo que se piensa es alcanzable. Si no existe esta claridad, los pensamientos se mezclan con elementos opuestos, como el miedo, y esto genera una contradicción que bloquea su realización.

Tomemos el ejemplo de un hombre que sueña con tener una casa. Cuando se le pregunta si desea una, responda que sí, que es uno de sus mayores anhelos. Sin embargo, al pensar en el costo, afirma que el precio es imposible de alcanzar, que es muy difícil obtener un crédito o que nunca logrará reunir tal cantidad. Aquí surge una contradicción: por un lado, quiere lograr algo; por el otro, cree en su incapacidad para alcanzarlo. Esta lucha interna impide que la bendición de Dios se manifieste en su vida, ya que sus dudas limitan el poder de su fe. Como dijo Jesús: "¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?" (Juan 11:40-42, Reina-Valera, 1960).

La pureza también se aplica en el ámbito emocional. En términos de cantidad, se refiere a la capacidad de experimentar una sola emoción a la vez, ya que cuando se sienten emociones encontradas, la persona no puede disfrutar plenamente de lo que está haciendo, lo que genera estrés y confusión, pues no tiene claro qué es lo que realmente desea sentir.

En cuanto a la calidad emocional, hablamos de la habilidad para identificar una emoción, controlarla y amplificarla o atenuarla según lo que se considere adecuado. Este concepto está relacionado con el dominio propio, que no implica que las emociones no nos afecten, sino que se trata de canalizarlas de manera que favorezcan nuestros objetivos, convirtiéndonos en actores conscientes de nuestra respuesta emocional en lugar de ser meros reactores.

El libro de Efesios 4:26 dice: "Airaos, pero no pequéis". En otras palabras, es posible elegir manifestar enojo para expresar una situación y lograr una meta, sin dejar que esa emoción negativa controle nuestro estado interior ni nos conduzca al pecado. Por ejemplo, imaginemos a un hombre que acude al banco porque le han cobrado un monto excesivo en su tarjeta de crédito. Al no recibir solución, decide expresar su enojo para que los empleados comprendan que enfrenta una injusticia que le molesta y que no se retirará hasta que se le dé una respuesta. Sin embargo, aunque muestra enojo, en su interior está tranquilo. El enojo es solo una actuación controlada para alcanzar su objetivo. Lo dañino sería que permitiera que el enojo se apoderara de su estado emocional y siguiera pensando en la injusticia, reaccionando mal con quienes no tienen culpa, como su familia. Así, en el ámbito emocional, es fundamental discernir qué emociones son útiles para alcanzar nuestras metas, usándolas como impulso sin que ellas nos controlen.

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