El poder transformador del perdón

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No guardarás memoria de mis errores, tu misericordia eclipsa todo desliz. Como las olas del mar que borran las pisadas en la arena, así, oh, Dios, es tu perdón, perpetuo y sin fin.

"Yo soy quien borro tus rebeliones por amor de mí mismo, y no me acordaré de tus pecados". Isaías 43.25. RVR (1995).

Uno de los trece atributos de Dios es su capacidad de perdonar nuestros pecados y borrar de su registro nuestras transgresiones, siempre y cuando exista un arrepentimiento sincero. Este atributo debe ser imitado por cada persona, es decir, estimar y perdonar a los demás de la misma forma en que Dios nos perdona a nosotros. Esta regla es inquebrantable a nivel espiritual, ya que, así como esperamos que Dios se comporte con nosotros, debemos comportarnos con nuestros semejantes, tal como menciona la escritura: "así que todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos". Mateo 7.12, RVR (1995).

Cuando imitamos el atributo de perdonar de Dios, también significa que seremos perdonados por él. Como está escrito en Mateo 6:14: "por tanto, si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial". No obstante, perdonar no es una tarea sencilla; es una decisión difícil que implica la capacidad de olvidar. Al perdonar, renunciamos al deseo de venganza y a los sentimientos de rencor que pueden crecer dentro de nosotros.

Perdonar no implica justificar a la persona que nos ha causado daño ni reprimir todos los sentimientos o pensamientos dolorosos relacionados con la experiencia. Más bien, perdonar significa distanciarse emocionalmente de lo sucedido y rescatar lo positivo de la situación. Se trata de extraer lecciones de las circunstancias que nos permitan crecer y madurar. El Señor Jesús nos dice que siempre debemos perdonar: "No te digo hasta siete, sino hasta setenta veces siete" Mateo 18:22 RV (2020). Cuando no perdonamos, nos hacemos un gran daño, porque si permitimos que el odio hacia quien nos ha ofendido permanezca en nuestro corazón, le entregamos a esa persona y a su recuerdo negativo la atención de nuestros pensamientos. Por eso, la Biblia nos enseña que hay tres circunstancias comunes en las que siempre debemos optar por perdonar:

1) En el libro de Lucas 17:3, el Señor nos enseña: "¡Mirad por vosotros mismos! Si tu hermano peca contra ti, repréndelo; y si se arrepiente, perdónalo" En otras palabras, debemos expresar abiertamente lo que nos causa molestia y dolor. No podemos ser discretos, actuar como si el problema no existiera, ni fingir que no nos afecta, porque todo aquello que no expresamos no desaparece; más bien se acumula y, tarde o temprano, saldrá o explotará de manera violenta. Cuando una persona reserva lo que le sucede, corre el riesgo de volverse apática o insensible, porque comenzará a reprimir o a bloquear debido a la ofensa también los sentimientos y momentos agradables, lo que genera un distanciamiento o frialdad en nuestras relaciones. La falta de comunicación deteriora la mayoría de los vínculos, generando distancia, acrecentando el sentimiento de rencor hacia la otra persona. Por esta razón, el Señor Jesús nos dice que debemos manifestar lo que nos afecta y no dar por entendido o responder con indiferencia a la ofensa que otros nos causan, esperando ingenuamente que la otra persona por medio de nuestro comportamiento descifre cómo nos estamos sintiendo.

Debemos considerar que, en ocasiones, si la otra persona nos lastima, es porque desconoce o no tiene el nivel de empatía necesario para comprender que sus acciones o palabras nos están dañando. Por esta razón, debemos reprenderla, para que evite continuar comportándose de esa manera con nosotros. (Mateo 18:15 especifica cómo debe ser esta reprensión). Si nuestro ofensor se arrepiente, debemos perdonarlo. Sin embargo, si no lo hace, también debemos perdonarlo, pero apartarnos de él, ya que no nos conviene mantenernos cerca de alguien que disfruta ofendernos.

2) En el libro de Lucas 17.4 está escrito: "Y si siete veces al día peca contra ti, y siete veces al día vuelve a ti, diciendo: "Me arrepiento, perdónalo" En este contexto, el acto del perdón adquiere una dimensión diferente, ya que no se trata solo de reprender y cambiar, sino de lidiar con la reiteración de la ofensa y el arrepentimiento. Si alguien te lastima y luego comprende por sí mismo que lo que hizo estuvo mal, pidiendo tu perdón, debes aceptarlo. No obstante, si esa persona repite el mismo error y nuevamente se arrepiente, estás llamado a perdonarlo otra vez. La diferencia principal con el primer punto es que acá la persona se arrepiente y desea mejorar. En cambio, en el anterior, no hay una intención de mejorar.

Un café con Dios 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora