Más allá del materialismo: la verdadera riqueza de la vida

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"la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee".

Lucas 12.15. RVR (1995).

Generalmente, se piensa que una persona puede ser feliz cuando logra poseer todo lo que desea materialmente. Sin embargo, esta idea de felicidad, basada en el materialismo, es errónea. Según Elsig (2002), el exceso de dinero trae consigo muchas desventajas. Por ejemplo, genera ausencia de tiempo familiar y disfrute, distorsiona el juicio moral en la persona, fomenta adicciones a sustancias y alcohol, y causa problemas psicológicos como la ansiedad y la depresión. Además, existe una constante presión para mantener la riqueza, una ausencia de límites y responsabilidades en los niños —fenómeno conocido como "affluenza"—, y una disminución de la empatía, todo esto impulsado por una ambición desmedida, denominada "la mentalidad tóxica del dinero".

Esto muestra que la vida de los ricos no es tan idílica como parece desde afuera. Detrás de muchos estilos de vida opulentos, se esconden el sufrimiento, el dolor, los traumas infantiles, las adicciones y los estados depresivos. Por lo tanto, creer que el dinero trae la felicidad es un concepto incorrecto, y perseguirlo como objetivo principal de la vida tiene un costo muy alto.

Una autoimagen desvalorizada concentra a la persona únicamente en una realidad física, separándola de Dios. Las personas con una autoestima negativa no se aceptan a sí mismas y creen que tampoco serán aceptadas por él. Al no sentirse valiosas, se identifican con algo que consideran materialmente importante. Es decir, se esfuerzan por alcanzar posiciones o títulos importantes para tener un sentido de identidad, prefiriendo una falsa identidad porque, para ellos, una falsa identidad es mejor que no tener ninguna. Sin embargo, sus intentos solo buscan remediar sus deficiencias irreales o sentimientos de inferioridad, tratando de impresionar a los demás con sus logros.

Nada de lo que se origine en percepciones falsas puede ser meritorio o alabable. Todo lo que se hace debe nacer de una convicción real y no como un intento de aliviar las ansiedades. Por ende, nada que se conduzca o esté basado en la complacencia puede otorgar auténtica felicidad. Tal como dice el Rey Salomón: "Mejor es lo poco con justicia que las muchas ganancias sin derecho" Proverbios 16:8, RVR (1995).

Las personas con una autoestima negativa siempre buscan mayores logros para ser reconocidas, ya que su ego depende de los elogios. Por esta razón, no se permiten disfrutar de sus éxitos y a menudo no encuentran tranquilidad. Esto las convierte en profesionales y personas desdichadas, porque el concepto de felicidad consiste en la capacidad de disfrutar lo que uno ya posee.

Una persona es verdaderamente libre cuando en su corazón no tiene otra motivación más que la verdad. Deja de necesitar que otros la alaben por lo que hace y no se ve dominada por las ofensas, entendiendo que la autoestima proviene de uno mismo. La auténtica felicidad no es simplemente disfrutar del placer del momento, sino la libertad de disfrutar siendo uno mismo. Es decir, comenzar a querer lo que ya tienes y estar satisfecho con quién eres.

La auténtica alegría no se encuentra en el placer físico y material. La buena comida, la ropa, la casa, los automóviles y otros placeres transitorios disminuyen su impacto con el tiempo. Sin embargo, el placer sensorial es también un don divino que se debe disfrutar, pero no como meta u objetivo principal de la vida, ya que el exceso no es saludable. Todo lo que involucre nuestros cinco sentidos debe disfrutarse con moderación y conciencia. Si constantemente satisfacemos las necesidades del falso orgullo, no encontraremos verdadera satisfacción, ya que siempre habrá nuevas demandas y exigencias, aumentando nuestro nivel de angustia y ansiedad. Así, este falso orgullo crecerá en la medida en que nos dediquemos a satisfacer su apetito, otorgándonos una falsa identidad y haciéndonos esclavos de nuestro cuerpo.

Cuando nos identificamos con el falso orgullo, que es una falsa identidad, siempre estaremos en un estado de carencia. Sin embargo, es importante entender que los placeres físicos y el dinero no son inherentemente malos; el problema radica en amarlos más que a Dios. Las riquezas no son malas en sí mismas, sino que depende de cómo las utilicemos. Sentirse pobre es una condición mental manipulada por nuestro falso orgullo. La verdadera riqueza no se mide por lo que uno tiene, sino por lo que uno necesita; sin importar cuánto poseas, si sientes que necesitas más, siempre te sentirás pobre.

El nivel de pobreza o riqueza se define por la diferencia entre lo que una persona tiene y lo que siente que necesita. Cuanto mayor sea esta distancia, más pobre nos sentiremos, y viceversa. La pobreza es convencerse de que no se tiene todo lo necesario y que lo que se posee no es suficiente para ser feliz. En contraste, la riqueza es un estado mental en el que estamos satisfechos con lo que ya tenemos. Si seguimos necesitando más, viviremos constantemente en un estado de pobreza, siempre faltándonos algo. Este error nos deja a merced del falso orgullo, entregándonos a una sociedad consumista. Un buen ejemplo es el caso de un hombre que se compra un auto que, aunque es mucho mejor que el anterior —más cómodo, seguro, amplio y con tecnología más avanzada—, pronto empieza a desear el último modelo que acaba de ver en televisión. Este nuevo modelo, con su diseño llamativo y características mejoradas, hace que el auto que antes le parecía perfecto ahora le resulte insatisfactorio. Así, en un abrir y cerrar de ojos, el auto que le gustaba ya no le parece suficiente y siente que necesita uno aún mejor para ser feliz.

Vivir así es experimentar una pobreza mental, donde el orgullo nos engaña haciéndonos creer que solo seremos ricos cuando obtengamos esa versión más deportiva del automóvil. Para ser verdaderamente ricos, debemos retomar el control, recordar nuestra verdadera identidad, y aprender a valorar y disfrutar lo que ya tenemos. La clave es entender que no necesitamos tener todo lo que queremos, sino aprender a querer todo lo que ya tenemos. Cuando menos necesitemos, más ricos seremos.

La felicidad no se encuentra en la satisfacción excesiva de los placeres materiales. Estos placeres son temporales y fugaces; si nos entregamos a ellos, estaremos a merced del ego, que controlará nuestra vida y nos desviará de nuestra verdadera identidad. A veces, tener menos significa tener más. Cuanto más se busca algo hasta el exceso, menos se disfruta de la vida y menor es el valor que se da al tiempo. Sin embargo, esto no ocurre con la fe. En el ámbito espiritual, cuanta más fe se tiene, más vida se experimenta. Aquí, "más" no es "menos", ya que nunca dejamos de conocer a Dios, nunca dejamos de maravillarnos y siempre hay más amor para descubrir. En contraste, el dinero, el cargo o la profesión que hoy poseemos, podemos perderlos mañana. Como dice el Rey Salomón: "El que confía en sus riquezas caerá" Proverbios 11:28. La diferencia radica en que, mientras más nos acercamos a Dios, mejores personas nos volvemos y, al conocerlo más, también nos entendemos mejor a nosotros mismos. Por el contrario, cuanto más nos acercamos al mundo y a sus placeres, más nos corrompemos y nos perdemos.

Gloria a Jesús                    

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