El faraón: un camino de obstinación y pérdida

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Un camino sin retorno es un punto irreversible de decadencia, un lugar donde la única alternativa es descender a la oscuridad. Este término, en psicología, se denomina "falacia del costo irrecuperable o costo hundido". Según Berger, en esta falacia, las personas que han invertido dinero, tiempo o esfuerzo que no pueden ser recuperados, siguen intentando lograr su objetivo deseado porque detenerse implicaría haber desperdiciado todo el esfuerzo anterior.

Estos puntos de no retorno son caminos generados por el amor y la obstinación al pecado. Ante esto, el Señor utiliza un método inusual de corrección: el endurecimiento del corazón. Este es la incapacidad de percibir factores ligeros que pueden conducir al arrepentimiento. Cuando el amor a la maldad es tal, solo el sufrimiento extremo y la pérdida concreta pueden evitar el avance hacia un punto sin retorno. Como dice el rey Salomón: "Los azotes que hieren son medicina para el malo; y el castigo purifica el corazón". Proverbios 20:30, RVR (1995).

Por ende, el corazón endurecido es el método peculiar que Dios utiliza como interrupción, conduciendo a la persona a un punto donde el dolor genera la renuncia a la conducta equivocada. Permanecer en ella engendra una aflicción insoportable. Sin embargo, cuando el amor al pecado es muy grande, la persona puede adaptarse a las consecuencias tormentosas con tal de poseer aquello que le agrada. Por esta razón, el rey Salomón dice en Proverbios 23:31-35 RVR (1995): "Y dirás: Me hirieron, mas no me dolió; me azotaron, mas no lo sentí; cuando despertare, aún lo volveré a buscar". El apego al pecado nos hace resistentes a sus males, haciéndonos perder la luz y la sensibilidad que nos impide caer al precipicio. "¡la lámpara de los malvados se apagará!". Proverbios 24:20, RVR (1995).

Para profundizar mucho más sobre este concepto, utilizaré al faraón de Egipto, quien esclavizó al pueblo de Israel y terminó perdiéndolo todo. Pero antes, es importante comprender lo que ocurría en la mente del monarca.

Sin mayores preámbulos y cartas de presentación, los elegidos de Dios, Moisés y Aarón se presentan ante el monarca egipcio con el siguiente mensaje: "Así dice el Señor, Dios de Israel: Deja ir a mi pueblo para que me celebre una fiesta en el desierto" Éxodo 5:1, (NBLA). No obstante, el faraón les replica: "¿Quién es el Señor para que yo escuche su voz y deje ir a Israel? No conozco al Señor, y además, no dejaré ir a Israel" Éxodo 5:2, (NBLA).

Más adelante, los profetas le hacen saber al faraón que el Señor es en realidad el Dios de los hebreos, quien se les ha manifestado y deben servir. Pero el faraón, continúa sin entender, por lo que atribuye tales dichos y demandas a un producto de la ociosidad. Por tal, decide aumentar las labores de los israelitas y, como castigo, reduce sus recursos, exigiéndoles la misma cantidad de producción diaria. De esta forma, el pueblo no tendría tiempo para ideas revolucionarias, como lo era abandonar Egipto para ir a servir a su Dios.

El faraón sólo puede comprender lo que su propia percepción le permite, ya que, para él, el Dios de los hebreos es tan solo una fuerza más entre tantas otras que existen en Egipto. En la mente del monarca, es imposible concebir la idea de un Dios único y verdadero que creó, mantiene y dirige el mundo, al cual los hebreos deben servir. Por ende, el faraón extrapola su forma de ver el mundo, aplicándola a la fe del pueblo de Israel.

La mayoría de nosotros ha experimentado situaciones que, de algún modo, han afectado nuestra personalidad. Sin embargo, no podemos pretender que esas experiencias se apliquen a toda la realidad. Tal como describe Lee Strobel en su libro "El caso de Cristo": "Cuando cambié los cristales (cambiando mis prejuicios por un intento de objetividad) vi el caso bajo una nueva luz. Finalmente dejé que la evidencia me guiara a la verdad, sin importar si coincidía o no con mis presuposiciones". Los anteojos de alguien son personalizados, hechos particularmente para su visión. Por eso no se puede intentar que estos se ajusten a otros.

Algo similar ocurre cuando se le pregunta a una persona si cree en Dios. Generalmente, la mayoría responderá que sí. Por ende, esa persona se define como alguien de fe. Pero existe una gran diferencia entre "creer" y aceptar la autoridad de Dios. Realmente, las creencias sin acciones se vuelven opiniones superficiales. Tal como menciona Santiago 2:19: "También los demonios creen y tiemblan".

Si alguien dice que cree en Dios, pero ignora sus mandamientos o no le interesa su voluntad, ¿en qué está creyendo realmente? Si las personas que dicen creer tienen antivalores y hábitos poco saludables, ¿creen en el verdadero Dios o solo lo están ajustando a sus propias percepciones? La verdadera creencia en Dios no se refleja en lo que alguien puede suponer, sino en lo que uno ejecuta, "pues todo árbol se conoce por su fruto" Lucas 6:44, RVR (1995).

El faraón intenta comprender lo que Moisés le está comunicando, pero lo hace desde su propia percepción, es decir, desde el trono de Egipto. Recordemos que Moisés viene a Egipto desde el monte de Dios. Antes de Moisés, nadie había captado tal nivel sobre Dios, pues el pueblo solo lo conocía como el "Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob". Sin embargo, Moisés revela el nombre propio de Dios, algo que el faraón no puede entender desde su trono o experiencia.

Ninguna persona puede comprender en plenitud lo que sientes o transmites. Tal como escribe el rey Salomón: "El corazón conoce su propia amargura, y un extraño no comparte su alegría" Proverbios 14:10, (NBLA). Esto nos enseña que, aunque hay quienes pueden compartir, percibir y en cierta forma consolarnos, no pueden experimentar lo que uno vivió con la misma intensidad que uno lo hizo. Esa experiencia depende exclusivamente de cada uno. De una manera única enfrentamos la vida. Aunque podemos apreciar lo mismo, no sentimos la misma intensidad. No podemos entender del todo los sentimientos del otro; lo que sí podemos hacer es aceptar, y eso lo logramos, aunque en un nivel diferente, cuando nos hemos relacionado con esa verdad.

En el caso del faraón, no hay tal comprensión porque él jamás ha tenido un encuentro real con el verdadero Dios, ni intelectual ni sentimentalmente. Como no lo ha tenido, le es imposible concebir y comprender esa idea en todos sus niveles, y, por ende, no puede aceptar lo que Moisés le dice.

Continuará.

Gloria a Jesús.

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