La parábola del rico y Lázaro, en Lucas 16:19 RVR (1995), nos habla de dos hombres, ambos creyentes y judíos, pero con distintos niveles de fe y entendimiento sobre Dios. Uno era millonario y ocupaba un cargo importante en Israel o era un ciudadano destacado. Este hombre disfrutaba diariamente de sus bienes y los invertía en sí mismo, quizás ayudando a sus amigos o familiares, esperando admiración o beneficios de ellos. Sin embargo, menospreciaba a todos aquellos que no compartían su mismo estatus económico y social, pues consideraba que la gente pobre no era digna, ya que no podían controlar su destino.
El rey Salomón dijo en Proverbios 14:21: "Peca el que menosprecia a su prójimo", y en Proverbios 29:7: "El justo está atento a la causa de los pobres; el malvado no entiende que eso es sabiduría". Esto revela que el hombre rico era una persona malvada, ya que el término describe a alguien perverso, que constantemente se inclina hacia el mal o tiene malas intenciones. Este hombre encajaba en esa descripción, ya que menospreciaba y rechazaba a los pobres, haciendo de esto parte de su esencia. No solo no los ayudaba, sino que se aseguraba de que no recibieran ayuda.
En el otro extremo está Lázaro, una persona pobre que llega a su vejez sin nada, tal vez porque se enfocó en el servicio a Dios más que en los bienes materiales. Un ejemplo similar es Charles Spurgeon, conocido como el "príncipe de los predicadores", quien dejó un legado impresionante de libros y escritos cristianos, pero murió en la pobreza. Lázaro dependía de las limosnas y vivía solo con lo necesario. Para él, el dinero nunca fue una verdadera prioridad.
Por otra parte, el hombre rico era respetado por sus pares debido a su riqueza, pero para el cielo, era alguien miserable que vivía en una pobreza espiritual, porque siempre necesitaba más de lo que ya tenía. En cambio, Lázaro, menospreciado en la tierra, era rico ante los ojos de Dios, porque no necesitaba nada más que a Dios para ser feliz.
Un día, ambos enfrentan la muerte. Lázaro es llevado por los ángeles al seno de Abraham, mientras que el hombre rico despierta en el Hades. En ese lugar, reconoce a Abraham y también a Lázaro. Entonces, gritando, dice: "Padre Abraham, ten misericordia de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua y refresque mi lengua, porque estoy atormentado en esta llama". Lucas 16:24, RVR (1995).
En este punto, el hombre rico, a pesar de la condición en la que se encontraba, continúa menospreciando a Lázaro y tratando de utilizar a Dios para su propio beneficio. Para él, Dios solo era una fuente de bendiciones materiales. Más adelante en el relato, Abraham le dice al rico: "Una gran sima está puesta entre nosotros y vosotros, de manera que los que quieran pasar de aquí a vosotros no pueden, ni de allá pasar acá".
"Sima" es una cavidad profunda que, alegóricamente, representa la enorme brecha de entendimiento que estos dos hombres poseen sobre Dios, imposibilitándolos de atravesarla. Esta distancia no es física, sino espiritual.
En otros términos, Abraham le está diciendo al rico: "Jamás podrías comprender la manera en la que veo las cosas. No podrás percibir la realidad que advierto, pues mi entendimiento es el resultado del tiempo que he invertido en mi fe". Esto enseña que acortar la distancia de este abismo depende exclusivamente de cómo utilizamos nuestro tiempo en la tierra, ya que la distancia es, en realidad, nuestro nivel de conciencia.
Cuando una persona desarrolla su fe, su vida ya no puede ser la misma, porque la revelación es tan fuerte que es imposible relacionarse o convivir con el pecado. La revelación otorgada por el Señor produce un ferviente amor a la verdad. Así, Abraham le dice al rico: "Existe una gran sima entre nosotros y vosotros", dando a entender que había más personas en la misma condición. De manera que los que quieran pasar de aquí a ellos no pueden, ni de allá pasar acá. Es decir, ellos no pueden alcanzar el nivel donde está Abraham porque estar allí es un mérito de la fe, el esfuerzo y la dedicación. Abraham no puede bajar a ellos, porque eso sería desprenderse de su nivel espiritual.
El lugar donde están Lázaro y el rico no se refiere a un espacio físico al cual se llega, sino más bien a un lugar espiritual que se percibe. Es como estar en una biblioteca: puede ser un infierno para aquel que no aprendió a leer y un paraíso para quien sabe, y en un nivel más avanzado, para quien domina varios idiomas. El mismo lugar puede ser un infierno o un paraíso dependiendo del nivel de entendimiento. En otros términos, nuestra percepción de la eternidad se ajusta a nuestro nivel de captación. Puede ser el infierno o el paraíso, conforme a nuestra propia dedicación y prioridades, y principalmente, a nuestra fe en Jesucristo.
Como el hombre rico solo se dedicó a su fortuna, una vida sin lujos y comodidades sería un infierno. Pero para Lázaro, quien no daba prioridad a la riqueza material y encontraba su deleite en servir a Dios, vivir sin bienes materiales no le afectaba en absoluto, ya que en ese lugar podía estar junto al Señor; en otras palabras, estaba en el paraíso.
El rico, al no comprender lo que Abraham le está diciendo, persiste en su propia conclusión de la realidad y le dice: "entonces te ruego, pues, padre, que lo envíes a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos para que les testifique a fin de que no vengan ellos también a este lugar de tormento".
El rico, por más que intente, no puede comprender lo que Abraham le está manifestando y continúa menospreciando a Lázaro, viéndolo como un objeto y tratando de utilizarlo para su propio beneficio. Primero fue para él mismo, ahora es para su familia. El millonario no puede entender su error, ya que nunca se arrepintió y murió aferrado a su propio pensamiento. Tal como dice Juan 8:24 RVR (1995): "Por eso os dije que moriréis en vuestros pecados; si no creéis que yo soy, en vuestros pecados moriréis".
Esto nos enseña que la eternidad no es un lugar al que llegamos a aprender, sino un lugar al que nos presentamos con lo que ya hemos aprendido. El relato revela que el hombre rico era un creyente ritualista, alguien que con sus labios decía tener fe en un dios, pero en su corazón maquinaba maldad. Era un hombre egoísta, malintencionado, soberbio y materialista, que solo buscaba su beneficio personal.
La idea que el hombre rico tiene sobre Dios es la de un ser que cumple los deseos humanos y que debe ser recordado solo cuando hay alguna necesidad personal o familiar. En otras palabras, no sirve a Dios, sino que lo utiliza como un medio para obtener todo lo que materialmente espera conseguir.
Gloria a Jesús.
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Un café con Dios 2
EspiritualUn café con Dios 2. Relatos cortos para esos días frios...