El sabio y el hombre de negocios

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Era el 25 de mayo. El invierno se acercaba y los árboles comenzaban a desprenderse de sus hojas, dejando atrás, sin lamento, la belleza del verano. Cada mañana, el sabio se sentaba a contemplar el paisaje teñido por los tonos otoñales. Un día, un hombre de aspecto adinerado se le acercó y, sin preámbulos, comentó:

—¿Cómo puedes ser feliz con tan poco? ¡Debes ser muy desdichado! —dijo con desdén.

El sabio, con una sonrisa serena, respondió:

—¿Qué te trae por aquí, buen hombre? ¿Has venido a admirar la caída de estas hermosas hojas?

El hombre, con una risa burlona, replicó:

—¡Yo soy un hombre de negocios! No tengo tiempo para estas trivialidades. Soy feliz porque tengo un cargo importante en mi empresa, gano mucho dinero, viajo por el mundo, me visto con los mejores trajes y asisto a los eventos más exclusivos. Pero tú, pobre sabio, jamás entenderás lo que es la verdadera felicidad, porque solo quienes logran todo lo que desean pueden experimentarla.

El sabio lo escuchó con calma y, tras una breve pausa, le preguntó:

—¿Podrías ayudarme a barrer las hojas que cubren mi entrada?

El hombre, irritado, contestó con desprecio:

—¡¿No me escuchaste?! Soy un hombre de negocios, ¡nunca he barrido! Pago a otros para hacer esas tareas que detesto. Solo pensar en barrer me enoja y me deprime, porque no nací para eso.

El sabio, con la misma serenidad, le dijo:

—Amigo mío, tú no eres feliz, y nunca lo has sido.

Ofendido, el hombre respondió:

—¡No sabes de lo que hablas! Disfruto todo lo que tengo, eso me hace feliz.

El sabio, manteniendo la calma, le contestó con amabilidad:

Amigo, tú nunca has conocido la verdadera felicidad —insistió el sabio—. Lo que llamas felicidad son solo migajas, breves momentos que tu ego te permite disfrutar. Eres feliz solo de manera condicionada, mientras tengas lo que te gusta y mientras los demás te admiren. Pero, en realidad, nada de lo que posees me impresiona. Aquí, en este lugar sin lujos ni espectadores, no encuentras la felicidad porque esta no depende de lo externo ni de lo material, sino de lo que llevas dentro de ti, de lo agradecido que estés por el hecho de existir.

Nuestro mayor reto no es vivir haciendo siempre lo que nos agrada, sino aprender a aceptar con la misma alegría aquello que no nos gusta. Ninguna posesión, por grande que sea, puede compensar lo más valioso que ya tienes: la vida misma. Cuando comprendemos esto, nos enfocamos en lo realmente importante y disfrutamos de cada instante. Eso es todo lo que necesitamos y lo único que nos llevamos.

—Aprende, querido amigo, a contentarte con lo que tienes hoy, con lo que ves ahora, y con el lugar donde te encuentras. No ambiciones nada más allá de lo que ya contemplas, porque solo así serás feliz en cualquier circunstancia, incluso en los lugares a los que no deseas ir, o en los que la vida te lleve sin previo aviso. No puedes evitar el cambio, solo aceptarlo.

Mira los árboles que hoy ves despojándose de sus hojas. Ellos, que brillaron en el verano, no presumen de su grandeza ni sufren por perderla. Con humildad aceptan el paso de las estaciones, felices en cada una de ellas, porque no necesitan ser otra cosa más que árboles.

Gloria a Jesús.

Un café con Dios 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora