El faraón: un camino de obstinación y pérdida, parte tres

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El precio de un corazón endurecido

Las diez plagas de Egipto representan una demostración del poder de Dios y su batalla contra los falsos dioses. Cada plaga fue un ataque directo a las deidades egipcias, desafiando sus conceptos y creencias. Por ejemplo, el río Nilo, considerado fuente de vida, fue convertido en sangre por Dios. Hapi, el dios del Nilo, una deidad andrógina, es simbólicamente asesinado con esta acción, ya que la sangre en el río representa su muerte.

Otra plaga fue la invasión de ranas, que se multiplicaron en todo Egipto. Heket, la deidad de la fertilidad tenía cabeza de rana, y Dios, al provocar esta plaga, demuestra que es Él quien realmente controla la multiplicación de las especies. De esta manera, cada plaga no solo trajo destrucción física, sino que también fue una demolición de los conceptos religiosos egipcios.

Las plagas fueron el método que Dios utilizó para liberar al pueblo de Israel de la esclavitud en Egipto. A través de estas plagas, Dios se glorificó sobre Egipto, mostrando su poder y supremacía. Sin embargo, para llevar a cabo su plan, Dios endureció el corazón del faraón. Pero ¿qué significa esto realmente?

Dios interviene en el corazón del faraón, influyendo en sus decisiones e inspirando en él una terquedad inquebrantable. En otras palabras, le arrebata su libertad de elección. El faraón, absorto en su propio sentido de magnificencia, no dejaba espacio en su vida para nadie más. Este fenómeno es similar al concepto de disonancia cognitiva en psicología, donde, a pesar del colapso de su entorno, una persona sigue aferrándose a su percepción distorsionada de la realidad.

Es un comportamiento comparable al de Hitler, quien, al final de su régimen, estaba tan comprometido con su misión enfermiza que no podía ver cómo su reino se desmoronaba. De manera similar, el faraón estaba cegado ante todo lo que sucedía a su alrededor, pues solo miraba hacia su interior. Tal como dice el libro de Job 18:5-9 (RVR 1995): "Ciertamente la luz del impío se apaga y no resplandecerá la llama de su fuego. La luz se oscurece en su casa y se apaga sobre él su lámpara. Sus pasos vigorosos se acortan y sus propios planes le hacen tropezar; porque un lazo está puesto a sus pies y entre redes camina; un cepo atrapa su talón y una trampa se afirma contra él".

El faraón había cometido crímenes atroces dignos de condena: abuso de autoridad, esclavitud física y psicológica, y genocidio. Actos que Dios no estaba dispuesto a perdonar. Por esta razón, endurece el corazón del monarca, privándolo de la oportunidad de arrepentirse. Sin embargo, algunos eruditos sostienen que, en realidad, Dios endurece el corazón del faraón para preservar su libre albedrío y mantener abierta la posibilidad de arrepentimiento por sus crímenes. Tal como está escrito en el libro de Ezequiel: "Vivo Yo", declara el Señor Dios, "que no me complazco en la muerte del impío, sino en que el impío se aparte de su camino y viva" Ezequiel 33:11, (NBLA).

El corazón endurecido significa que ya no tienes otra opción más que enfrentar las consecuencias de tus decisiones. Solo a través del esfuerzo necesario para reparar el daño que has causado y al asumir las pérdidas derivadas, puedes llegar a comprender que tus acciones fueron incorrectas. Para ello, es necesario experimentar el sufrimiento como una forma de retribución, lo cual eventualmente puede abrir la puerta al arrepentimiento.

En el caso del faraón, las atrocidades que Egipto infligió sobre Israel fueron enormes, y las plagas representaron la justicia de Dios sobre la nación, un medio para que comprendieran el daño causado. El faraón debía perder para entender el dolor que sus decisiones generaron. Sin embargo, debido a su apego al poder, no era capaz de reconocer sus errores. Por eso, Dios continuó endureciendo su corazón, no para negarle el libre albedrío, sino para mantener la posibilidad de elección.

A pesar de ello, la obstinación del faraón lo condujo a un camino sin retorno. No vio las plagas como una oportunidad para arrepentirse, sino como una amenaza a su poder. Así, el endurecimiento de su corazón se convirtió en la alternativa dolorosa ante un punto de no retorno.

El pensamiento del faraón no le permite aceptar otras alternativas más que las que él mismo determina, pues no está dispuesto a seguir perdiendo. En la mente del faraón solo existe una posibilidad: obtener ganancias. Su corazón endurecido le impide considerar otras ideas que no lo beneficien económicamente. Esta es la razón principal por la cual Dios continúa endureciendo el corazón del monarca: para que, al final de las plagas, el faraón pueda finalmente comprender lo que Dios intentaba advertirle desde el principio.

Sin embargo, solo el dolor provocado por la última plaga le permite "recapacitar". La pérdida de su primogénito fue un golpe tan terrible que derrumbó su obstinación y lo llevó al fondo del abismo. Este castigo refleja la justicia estricta de Dios, ya que el faraón había esclavizado al primogénito del Señor. Tal como está escrito en Éxodo 4:22-23 RVR (1995): "Israel es mi hijo, mi primogénito. Ya te he dicho que dejes ir a mi hijo, para que me sirva; pero si te niegas a dejarlo ir, yo mataré a tu hijo, a tu primogénito".

Las evidencias de la intervención divina eran tan innegables para el faraón que, en teoría, debían haberlo llevado a arrepentirse, casi como un autómata. Sin embargo, si el faraón solo cumpliera la voluntad de Dios porque no le quedaba otra opción, su libre albedrío se vería comprometido. Por esta razón, fue necesario endurecer su corazón para que, de alguna manera, se preservara su libertad de elección, permitiéndole aceptar o rechazar la voluntad de Dios. De este modo, la responsabilidad recaería completamente en el monarca. Sin embargo, la ambición desmedida de su corazón lo llevó a un punto sin retorno, provocando su propia autodestrucción.

Este proceso es muy similar a lo que le sucede a un adicto a las apuestas. Imaginemos que Luis, después de haber cobrado todo su sueldo, va al casino y apuesta en las cartas, perdiendo todo su dinero. ¿Crees que podría regresar a su casa y explicarle a su familia que ha perdido todo? Su orgullo no se lo permitiría. Entonces, decide apostar su anillo de matrimonio para recuperar lo que perdió, pero vuelve a perder. Ahora, no solo debe explicar cómo perdió su sueldo, sino también su anillo. Para Luis, admitir esto es imposible; en su mente, no puede rendirse. Se siente obligado a recuperar lo que ha perdido o a admitir su error. En este punto, solo le queda apostar su vehículo para tratar de recuperarse, pero nuevamente pierde.

El faraón apostó y perdió contra Dios, y ahora no podía retroceder y actuar como si nada hubiera pasado. No podía aceptar que se equivocó, ni soportar la idea de perder lo que quedaba de su prestigio y reputación. En este punto sin retorno, decide seguir apostando, aun sabiendo que va a perder. Tal como escribió el rey Salomón en Proverbios 5:22: "El perverso quedará atrapado en su propia maldad; su pecado será como sogas que lo atrapan" (PDT).

Esto nos enseña la importancia de identificar en nuestras vidas los puntos sin regreso y evitarlos. Es mucho más prudente retroceder después de haber perdido un poco, que seguir aferrados a una percepción distorsionada que solo nos llevará al abismo. Como dijo el rey Salomón: "Hay camino que al hombre le parece derecho, pero al final, es camino de muerte" Proverbios 14:12, (NBLA).

Gloria a Jesús.

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