La verdadera fuente de la felicidad

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Generalmente, las personas suelen asociar la felicidad con la obtención de dinero, creyendo que mientras más dinero se tenga, más feliz se puede llegar a ser. Sin embargo, la Biblia nos advierte sobre esta manera de pensar. Utilizar el dinero como propósito definitivo nos lleva a una vida de insatisfacción, ya que nunca se llega a tener suficiente. Esto crea una brecha entre lo que uno posee y lo que espera, causando un constante sentimiento de inconformidad.

Para la Biblia, es irracional creer que el dinero es la fuente de la auténtica felicidad. Tal como escribió el rey Salomón en Eclesiastés 5:10 (NTV) "Los que aman el dinero nunca tendrán suficiente. ¡Qué absurdo es pensar que las riquezas traen verdadera felicidad!". La bendición material es consecuencia de una vida de amor a Dios, por lo que el dinero es un medio, no un fin. La definición bíblica de felicidad consiste en el bien producido por entender la palabra de Dios y la bienaventuranza de confiar en el Señor, como se menciona en Proverbios 16:20 (TLA) "¡Dios bendice a quienes en él confían!"

La felicidad no se encuentra en la conquista monetaria, sino en aspectos espirituales, logrados al estar satisfecho con quien uno ha llegado a ser. En otros términos, la verdadera felicidad radica en el desarrollo del máximo potencial y el nivel de conexión con Dios. Cuanto más conectado uno esté con él, más feliz será, ya que este esfuerzo permite alcanzar las máximas capacidades, produciendo un sentimiento de seguridad y la satisfacción de saber que se ha hecho lo correcto con la vida. Sin embargo, la felicidad se compone por dos aspectos: lo que somos y lo que hacemos. Como dijo Janusz Korczak: "No es la obligación de nadie quererme. Pero es mi obligación preocuparme por el mundo, por el hombre".

El rey David compara el segundo aspecto de la felicidad con un árbol: "Será como árbol plantado junto a corrientes de agua, que da su fruto a su tiempo y su hoja no se marchita; en todo lo que hace, prospera". Salmos 1, (NBLA). Esto nos enseña que la felicidad, al igual que un árbol, se desarrolla y crece. Ningún hombre puede ser realmente feliz si no funciona de manera óptima, así como ningún árbol frutal puede cumplir su propósito si no produce frutos. Solo cuando trabajamos al máximo de nuestro potencial somos felices, porque eso nos demuestra que no nos hemos estancado. La detención en la vida de un hombre es su desgracia, por lo tanto, la felicidad consiste en saber que estamos progresando. No hay mayor avance que estudiar la palabra de Dios, pues ella nos desarrolla espiritual, intelectual y emocionalmente. A esto se refiere el salmista cuando dice: "plantado junto a corrientes de agua", refiriéndose a la palabra del Señor que constantemente nutre nuestra alma.

Esta nutrición permite la producción de frutos, los cuales representan el mayor orgullo de un hombre: sus hijos. La improductividad, como la higuera estéril que se secó (Mateo 21:18-19, RVR 1995), nos conduce a la intrascendencia, ya que en nuestros hijos vemos cómo nuestro legado permanece en este mundo. Las hojas representan la ayuda que brindamos a los demás, así como un árbol ofrece gratuitamente sus hojas para proporcionar sombra. De igual manera, el siervo de Dios ofrece su ayuda para beneficiar a los demás.

Una parte de la felicidad corresponde a lo que somos y logramos desarrollar. La otra corresponde a lo que hacemos, lo que perpetuamos y brindamos a otros. La vida del hombre no consiste principalmente en lo que puede obtener materialmente, sino en cómo su vida impacta la de sus semejantes. El hombre feliz es aquel que nutre su alma con la palabra de Dios, la cual le permite prosperar y realizar acciones que benefician a su prójimo. Esto se logra cuando comparte lo que el Señor le ha permitido aprender o poseer. Tal como dice el rey Salomón: "El que es generoso, progresa; el que siembra, también cosecha". Proverbios 11:25, (TLA).

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