El placer espiritual vs. el material: lecciones de Marta y María

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"Señor, ¿no te da cuidado que mi hermana me deje servir sola? Dile, pues, que me ayude. Respondiendo Jesús, le dijo: Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas. Pero solo una cosa es necesaria, y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada".

Lucas 10. 38-42 RVR (1995).

Una persona realmente vive el presente cuando es plenamente consciente del valor de cada momento que experimenta. El presente es la única realidad sobre la que tenemos control, pues el pasado es un recuerdo y el futuro, una posibilidad. Por ello, no existe culpa que pueda alterar el ayer, ni ansiedad que logre cambiar el mañana. Un claro ejemplo de esto son Marta y María, quienes vivieron el mismo evento de maneras muy distintas. Ambas tuvieron una oportunidad única y privilegiada que muchos de nosotros hubiéramos anhelado: compartir físicamente con el Señor Jesús. Tuvieron el honor de estar en su presencia, escuchar su voz y disfrutar de su compañía. Sin embargo, aunque la ocasión era la misma, cada una la aprovechó de forma diferente.

Una oportunidad es un suceso único, con el potencial de generar mejoras y ofrecer una experiencia irrepetible. Su valor radica en que es muy improbable que sus circunstancias se repitan, ya que todo lo que ocurre en el tiempo no vuelve ni puede ser exactamente igual. Como escribió Heráclito: "Ningún hombre puede cruzar el mismo río dos veces, porque ni el hombre ni el agua serán los mismos".

Marta se centró en lo temporal, en lo superficial y efímero, buscando satisfacción en lo concreto e inmediato. En contraste, María, consciente de la importancia del momento, se enfocó en lo esencial: lo espiritual, lo permanente y trascendental. Esta diferencia nos enseña que los mejores momentos de la vida suelen ocurrir mientras estamos inmersos en actividades que, en sí mismas, no son significativas. Es crucial recordar que el trabajo es un medio para vivir, pero la vida no es un medio para trabajar. A menudo, lo que deseamos no es lo que realmente necesitamos, y aun así invertimos tiempo en buscarlo, descuidando aquello que ya tenemos y que de verdad importa. No permitas que la búsqueda de lo que crees importante te aleje de lo que ya posees y es verdaderamente valioso. Nuestra auténtica riqueza reside en todas esas cosas que el dinero no puede comprar.

Esta idea se refleja en el proceder de Marta y María, quienes representan dos niveles distintos de placer: el material y el espiritual. En 2 Samuel 12:2-4, el profeta Natán compara el placer material con un viajero, enfatizando que este tipo de placer es temporal y pasajero. Más tarde, el Rey Salomón clasifica lo sensorial como "vanidad" en Eclesiastés 2:1, refiriéndose a ello como algo de duración transitoria e imperdurable.

Los placeres del mundo físico son efímeros y corporales. No importa la cantidad o variedad; todo lo material tiende a extinguirse. Por ejemplo, cuando una persona sufre una lesión muscular, experimenta un dolor intenso, pero al recuperarse, le resulta difícil recordar ese dolor. De manera similar, al probar una deliciosa comida, uno puede anhelar volver a degustarla, pero, por más que lo intente, no logra disfrutarla nuevamente al recordarla. Los placeres corporales requieren repetición; el recuerdo del gozo no satisface, sino que provoca un vacío que incita a la persona a buscar la experiencia una vez más. Este comportamiento es característico de Marta, quien, preocupada por la comida y el servicio, ejemplifica el enfoque en lo temporal que nos impide aprovechar lo verdaderamente importante.

En contraste, la perspectiva de María nos enseña a enfocarnos en lo espiritual, a valorar el tiempo y a buscar aquello que no desaparece. Por ejemplo, cuando realizamos una buena acción por otra persona, cada vez que recordamos ese acto, volvemos a disfrutarlo; porque donde está nuestro tesoro, allí también estará nuestro corazón. Lo mismo ocurre con el dolor emocional: una vergüenza, una ofensa o una herida no se borran fácilmente. Recordar esas experiencias de cierta manera implica volver a sentirlas.

Es por lo que se dice que María eligió la buena parte, pues se centró en el placer espiritual, el que trasciende esta vida. Su elección radicó en disfrutar y aprender a los pies de Jesús. Este es un momento que ella atesoró para toda su vida. Por ello, el Señor le promete que tal porción no se le será quitada, ya que lo que vivimos junto a Cristo permanece para siempre en nuestros corazones. Una sola cosa es necesaria, y María lo comprendió: lo más importante del servicio a Dios no es lo que podemos hacer por él, sino lo que él puede hacer en nosotros. Como menciona Warren (2012), "Lo que pasa afuera de tu vida no es tan importante como lo que sucede dentro. Las circunstancias son temporales, pero tu carácter durará para siempre" (p. 196).

Gloria a Jesús. 

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