Los acordes de un alma arrepentida.
"Ten piedad de mí, Dios, conforme a tu misericordia; conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones. ¡Lávame más y más de mi maldad y límpiame de mi pecado!"
Salmos 51:1-2. RVR (1995).
El Salmo 51 es una expresión profunda de arrepentimiento, sufrimiento y confesión. En este salmo, el rey David vierte su lamento, deshonra y aflicción por el pecado cometido con Betsabé. Desde lo más profundo de su ser, David confiesa su transgresión a Dios, implorando su perdón con una sinceridad desgarradora. Reconoce que Dios gobierna el mundo con misericordia, un atributo celestial que permite que quien reconoce sus errores, se arrepiente de corazón y se aparta de su maldad, pueda ser perdonado. Por ello, el rey ruega que la compasión divina se extienda hacia él.
El arrepentimiento es la oportunidad de corregir y enmendar nuestros errores; surge de la aflicción por lo que se ha hecho mal e impulsa a confesar con sinceridad tales equivocaciones. Sin embargo, es fundamental entender que el arrepentimiento y la confesión deben ir de la mano. Si confesamos nuestros errores a Dios, pero en nuestro corazón no hemos alcanzado un verdadero arrepentimiento, la confesión carece de valor. Del mismo modo, si alguien se arrepiente de sus acciones, pero no las confiesa, el arrepentimiento queda incompleto. Tal como lo enseña el apóstol Pablo: "porque con el corazón sé cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación". Romanos 10.10 RVR (1995).
Por otra parte, la confesión de nuestras transgresiones debe hacerse en privado, ante Dios. No confesamos nuestros errores para informar a Dios, como si él no conociera ya nuestra situación. Lo hacemos porque, al verbalizar nuestras faltas, reconocemos nuestra culpa y asumimos la responsabilidad de nuestras acciones, lo cual es el primer paso para la rectificación. Como bien señala el Salmista: "porque yo reconozco mis rebeliones, y mi pecado está siempre delante de mí. Contra ti, contra ti solo he pecado; he hecho lo malo delante de tus ojos". Salmo 51. 3-4 RVR (1995).
Después de describir nuestras malas acciones de manera general —"Mis rebeliones, mi pecado; he hecho lo malo"—, es esencial mencionar de forma específica nuestro error, dentro de los límites de nuestra memoria. Recordemos que el Salmo 51 fue escrito en respuesta a un suceso particular, en el cual David pide perdón por una transgresión concreta. Una confesión detallada es siempre más creíble. Por ejemplo, cuando decimos a Dios: "Te pido perdón por todo lo malo que hice en este día", al hablar de forma tan general, no implica que realmente seamos conscientes del daño que hemos causado. Pedir perdón de manera vaga sugiere que el verdadero objetivo es simplemente aliviar nuestra culpa, sin necesariamente entender qué fue lo que hicimos mal.
Al ser específicos en nuestras confesiones, tomamos conciencia de nuestras equivocaciones y comprendemos el sufrimiento que causamos. Si no reconocemos claramente lo que hemos hecho mal, es muy probable que repitamos el error o provoquemos el mismo dolor. La especificidad en nuestras faltas nos confronta con la vergüenza, ese sentimiento de incomodidad y humillación en el que aceptamos nuestra debilidad y vulnerabilidad, derrumbando nuestras racionalizaciones para enfrentarnos con la realidad. Ante Dios, no existen apariencias ni sobornos que sean útiles; ante él estamos desnudos. La imagen que tanto tiempo nos esforzamos por mantener desaparece, esa imagen que engañaba a todos, donde los demás nos percibían de manera superficial. Ser específicos es enfrentarnos con nuestra propia maldad, es ver aquello que preferiríamos no percibir.
Al confesar nuestros pecados, dejamos de tener el control, y todo depende de la misericordia de aquel a quien hemos dañado u ofendido. Por lo tanto, ser específicos en nuestra confesión es reconocer y honrar la presencia de Dios, la cual nos abre las puertas a su misericordia. Al exteriorizar con palabras cada una de nuestras faltas, se nos concede una nueva oportunidad para empezar de nuevo. El perdón de Dios no solo nos alivia, sino que también nos otorga sabiduría, ya que, en cierto sentido, la sabiduría es fruto de las heridas que han sanado y que nos revelan la gloria de Dios.
ESTÁS LEYENDO
Un café con Dios 2
SpiritualUn café con Dios 2. Relatos cortos para esos días frios...