Cap 55

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Trey, seis años antes.

Estaba en el despacho de mi padre, él como siempre hablando con aquel hombre que tan mal me caía, Eduard Cooper, la mano derecha de mi padre, el número uno en la grandísima empresa de mi familia.
-¿Asi que uno de los grandes está interesado en comprarnos uno de los nuevos aviones? -Le preguntó este hombre a mi padre.
-Si señor, intenta ser cuidadoso, ya que si estiramos mucho el precio puede que lo perdamos. -Le contestó mi padre.
-¿Crees que soy un novato Juan? -Le preguntó Eduard con todos los tuteos.
Odiaba a ese hombre, odiaba esa manera en la que se dirigía a mi padre, y sentía celos de que ni yo pudiera hablar con esa comodidad con el.
-Solo te digo, que es un cliente muy especial. -Le volvió a decir mi padre.
"¿Osea que cliente especial..., eh?"
"¿Y si él lo jodiera por completo?"
Y se me ocurrió el plan perfecto, para matar dos pájaros de un tiro.
Podría hacer que Eduard la cagara con aquel cliente haciendo que mi padre lo despidiera, al despedirlo, mi padre me tendría a mi como prioridad para heredar la empresa.
Claro, un plan, perfecto en todos sus sentidos.

Durante unos días lo pasé viendo como se las apañaba para cuadrar el precio de los cuarto aviones que quería comprar aquel hombre, conocido como Alexander Rodríguez, un multimillonario con la mayor cantidad de aviones privados en el mundo. Por supuesto, no todos los aviones que tenía eran de la misma empresa o compañía, todos distintos, y en ese momento, quería cuatro aviones de alta gama de nuestra empresa.
Cuando los aviones se estaban preparando, busqué en los documentos de venta en el despacho de Eduard, y encontré la joya de la corona. Cuando los cogí me los lleve a mi oficina, los copié todos y hice falsificaciones con precios falsos, para después tirar los de verdad y entregar a Eduard los falsos.
Le encontré en la entrada del edificio, con una mujer de pelo negro y largo. Me acerqué y le entregué los papeles.
-Tienes que cuidar donde los dejas Cooper. -Le dije entregándole los papeles.
-Pero los había dejado en mi oficina. -Me dijo con duda.
-Estaba en la oficina de mi padre, me pidió que te las entregara.
-Muchas gracias Trey. -Me dijo y miro por un segundo a aquella mujer.- Te presentó a mi mujer Rafaella.
-Encantado. -Le dije y extendí la mano.
-Igualmente. -Me contestó aquella mujer, que instantáneamente me cayó igual de mal que su marido.
-E de irme. -Dije y me fui afuera a tomar el aire.

Ya la cosa sólo era esperar a que Eduard entregase los papeles, que mi padre lo despidiese por los insultantes precios que había y que me pusiera a mi como su prioridad como heredero.
Mi plan estaba a pedir de boca.
Absorto en mis pensamientos, una pelota me golpeo fuerte el estómago, haciendo que me retorciera un poco.
-¡Lo siento mucho! -Me dijo una voz chillona.- ¿Estas bien?
Me enderece un poco y vi de quien precedía esa voz.
Una pequeña niña de por lo menos unos nueve o diez años, con el pelo negro azabache, y unos ojos grandes y marrones, del todo expresivos.
Me sentí extraño al ver aquella niña, la cual me había dado un pelotazo en todo el estómago.
-¡Tienes que tener cuidado a donde chutas niña! -Le dije con tono severo.
-¡Y tu tienes que tener cuidado por donde caminas viejo! -Me contestó la niña con mi mismo tono de voz.
Me quede con los ojos como platos, era la primera vez que una niñata de nueve años me hablaba así, más bien, era la primera vez que alguien me contestaba de esa manera.
-¡¿Pero quien te crees que eres niñata?!
-¡Tu peor pesadilla viejo! -Contestó la enana pelinegra.
-¡¿Como que viejo?!
-¡¿Como que niñata?!
Y así me veia, discutiendo con una niña de nueve años.
Nos quedamos mirándonos a los ojos, esos ojazos grandes y marrones que tenia, y ella mirandome a los míos con duda y la boca entreabierta.
-Eres un raro. -Me dijo entonces.
-¡¿Perdona?! -Le dije en voz alterada.
-¿Cuantos años tienes? -Me preguntó.
-¿Cuantos años tienes tu?
-Yo, nueve.
-Yo dieciséis, tienes que tener respeto hacia tus mayores niña. -Le dije.
-No puedo hacer eso cuando ese mayor se comporta peor que yo.
Me quede helado, esa respuesta era demasiado razonable para una niña.
-¿Como te llamas? -Le pregunté.
-Eva, ¿tu?
-Trey.
-Me voy tipo raro, que sepas que me caes mal. -Dijo la muy lerda y se dio la vuelta.
-Pues tú tampoco es que me caigas muy bien. -Le respondí mientras marchaba.
Se fue, moviendo su vestido de flores bailoteando. La seguí con la vista hasta que desapareció.
Fue extraño, porque durante mucho tiempo los días siguientes me las pase esperando volver a ver a aquella niña.

Un tiempo despues, aquel cliente importante fue a recojer los cuatro aviones. Mi padre al cobrar se enteró de los insignificantes precios, y hubierais visto la cara de Eduard, se le notaba la cara el pensamiento de "la he cagado".
Mi padre lo despidió al día siguiente, sin pedir explicación alguna, sin ningún otro miramiento. Lo hecho y yo... no sentí nada especial. Ni agrado ni desagrado, simplemente, neutral.
Unos días después, mi padre me llamó para que fuera a su oficina y eso hice.
-¿Me llamaste padre? -Le dije mientras entraba.
Puso los cristales transparentes de la oficina en opacos y me miro fijamente.
-¿Fue cosa tuya verdad? -Me preguntó mientras se apoyaba en los nudillos de sus manos.
-¿El que? -Le pregunte como si no supiera de que hablara.
-Tu planeaste esto, tu hiciste que despidiera a Eduard.
Se congeló el cuerpo y le mire con los ojos como platos.
"¿Que pasaría ahora, que me había descubierto?"
-Tendras que inclar mucho los codos, para prepararte cuando todo esto sea tuyo Trey. -Me dijo como si nada.
-¿No vas a decir que estuvo mal hacer eso? -Le pregunté.
-Si lo has hecho es porque de verdad querías controlar esto, así que ánimos para sacar la empresa adelante, hijo.

No es que la felicidad hubiera rebosado en mi, estaba neutro, como siempre, pero por fin lo había conseguido, por fin podría heredar la empresa familiar Duarte.

Tras nuestra supuesta verdadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora