Jesús ora en Getsemaní
"Yendo un poco adelante, se postró sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa, pero no sea como yo quiero, sino como tú".
Mateo 26:36-46 (Reina-Valera, 1995).
La noche en Getsemaní es una oscuridad con dos facetas, ya que nos revela tanto el corazón de los hombres como el corazón de Jesucristo. Mientras él buscaba apoyo en sus más cercanos, encontró indiferencia; sin embargo, cuando nosotros lo buscamos, encontramos sostén y consuelo. Esa noche nos enseña que el Señor experimentó la soledad para que nosotros nunca nos sintiéramos desamparados.
El Señor Jesús comenzó a entristecerse y angustiarse profundamente, y les comunicó esto a sus discípulos, aunque omitió decirles que también estaba angustiado. La angustia es un estado que surge del temor ante el futuro, un miedo que paraliza y vuelve a la persona pasiva. Se diferencia de la ansiedad, que es el temor a algo presente y que convierte a la persona en alguien activo, ya que representa el intento desesperado de evitar que ese temor se materialice. Mientras la ansiedad es un trastorno psicológico, la angustia es de naturaleza somática. Por lo tanto, ninguna persona puede ayudarnos de manera tan efectiva como lo haría Dios.
Es por lo que el Señor reservó esta condición para sí mismo frente a sus discípulos, porque solo en el Padre encontró la fuerza para seguir adelante. Sin embargo, en ocasiones no somos liberados de lo que estamos soportando. A veces le pedimos a Dios que cambie nuestras circunstancias, sin comprender que él nos ha puesto en ellas para transformarnos a nosotros.
De alguna manera, las pruebas que no nos agradan son el medio que utiliza para desarrollar nuestro potencial. A esto se refiere el rey David cuando dice en Salmos 91:2 (Nueva Biblia de las Américas): "Refugio mío y fortaleza mía", ya que solo en Dios encontramos la seguridad para enfrentar cualquier desafío.
Jesús experimentó una profunda angustia, ya que conocía bien el dolor físico que tendría que soportar para salvar a la humanidad. Su sufrimiento fue tal que: "su sudor era como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra" (Lucas 22:44, Reina-Valera 1995). Este fenómeno, conocido como hematidrosis, ocurre cuando una persona está bajo un estrés extremo. La plena conciencia de los eventos futuros comenzaba a afectar el cuerpo humano de Jesús, llevándolo a elevar la petición: "pasa de mí esta copa". Sin embargo, esta solicitud no era un intento de eludir los acontecimientos, sino una forma de buscar refugio en el Padre.
El intenso sufrimiento físico y emocional, tanto antes como después de la cruz, generaba en Jesús un momento de separación entre él y el Padre, una idea que llenaba de ansiedad su naturaleza humana. Por lo tanto, su petición no era un arrepentimiento por el sacrificio ni un deseo de evitar el dolor, sino una súplica para no sentir esa separación y permanecer en su servicio y obediencia perfecta. Jesús no pedía ser liberado del sufrimiento, sino que este no lo paralizara en el cumplimiento de su misión divina. En esencia, deseaba enfrentar los eventos de la crucifixión con una mente y un corazón enfocados en su misión redentora, sin permitir que el dolor interfiriera con su propósito supremo de servir al Padre.
Cuando una persona se siente angustiada, tiende a proyectar sus emociones negativas hacia el futuro, ya que su malestar surge de una respuesta instintiva. Al hacer una proyección corporal, la persona se causa sufrimiento, porque si en el presente no tiene nada o está sufriendo, su pensamiento concreto solo lo centra en el ahora. Por lo tanto, le resulta imposible considerar un futuro favorable, ya que todo lo visualiza desde la perspectiva del fracaso. Sin embargo, esto no significa que Dios no nos escuche o que nos haya abandonado; más bien, refleja nuestra percepción limitada. Al concentrarnos en la aflicción y las pérdidas materiales, olvidamos la fidelidad de Dios. Como dice el Salmo: "Encomienda al Señor tu camino, confía en él, que él actuará" (Salmos 37:5, Nueva Biblia de las Américas).
La oración de Jesús no busca evitar o eludir la voluntad y el servicio perfecto al Padre; más bien, se dirige a que la angustia no lo enfoque en el dolor ni lo paralice, impidiéndole enfrentar el futuro. Es decir, lo que está experimentando humanamente no obstruya los deseos de obediencia de su espíritu. Por ello, un ángel llega para fortalecerlo (Lucas 22:43).
Esto nos enseña que, en momentos de debilidad, debemos recordar que nuestras experiencias no cambian a Dios; él es inalterable. Por lo tanto, todo lo que padecemos tiene un propósito que trasciende nuestro sufrimiento. Es cierto que no siempre podemos comprender el objetivo final de las pruebas, pero podemos desarrollar obediencia. En otras palabras, podemos perfeccionar nuestra fe, confiando en que todo lo que enfrentamos, aunque oculto, tiene una resolución benigna para nuestra vida. Tal obediencia nos permitirá continuar, a pesar de no entender los procesos que atravesamos. Como dice el apóstol Pedro: "Por lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para que, sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro (el cual, aunque perecedero, se prueba con fuego), sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo" (1 Pedro 1:6-7, Reina-Valera 1995).
Muchas veces no encontraremos respuestas a nuestros sufrimientos, pero ante los aparentes silencios celestiales, debemos llenarnos con la memoria de los momentos en que el Señor nos ha dado la victoria. Estos recuerdos son nuestra garantía de éxito frente a la incertidumbre, ya que Dios no cambia. Si él nos ayudó en el pasado, seguirá haciéndolo. Tal como dice el Señor: "¿Por qué discutís entre vosotros, hombres de poca fe, que no tenéis pan? ¿No entendéis aún, ni os acordáis de los cinco panes entre cinco mil hombres, y cuántas cestas recogisteis? ¿Ni de los siete panes entre cuatro mil, y cuántas canastas recogisteis?" (Mateo 16:9-11, Reina-Valera 1995).
En el Señor encontramos la fuerza para seguir adelante, así como la motivación que nos inspira a continuar a pesar de nuestras debilidades, defectos, temores y fragilidad. En Cristo hallamos la fortaleza necesaria para caminar hacia lo imposible. La petición del Señor Jesús termina con: "pero no sea como yo quiero, sino como tú", enseñándonos que él fue perfeccionado en obediencia (Hebreos 5:8), para que nuestra fe y esperanza estén cimentadas en su perfecta voluntad.
No olvidemos que nuestro corazón es engañoso (Jeremías 17:9) y que nuestra mente puede traicionarnos y confundirnos. En esos momentos, es crucial que la palabra de Dios resuene en nuestra alma, pues en ella encontraremos la claridad para persistir, recordándonos que Dios permanece fiel en cualquier circunstancia. Nada de lo que podamos imaginar nos separará del amor de Dios, ni hará que él cambie. Debemos recordar que tenemos un sumo sacerdote que fue probado en todo, que nos entiende y nos recuerda que no estamos solos; él permanece con nosotros, a nuestro lado, velando, porque donde el no halló compañía, nosotros la encontramos en él.
Gloria a Jesús
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Un café con Dios 2
SpiritualUn café con Dios 2. Relatos cortos para esos días frios...