Capitulo 34.

1.2K 144 26
                                    


Encaje y satín se amoldaban a las curvas femeninas con delicadeza, maquillaje cubría su cuello y rostro perfectamente, su cabello estaba recogido en un moño elegante, nadie podría notar que debajo de todo aquel perfecto disfraz se escondía una realidad muy diferente a la que todos pensaban.

Un disfraz perfecto.

Una máscara de maquillaje, que escondía una triste y cruel realidad.

Astrid se vio por una última vez en el espejo, apreciando el elegante y costoso vestido que llevaba puesto, era un vestido hermoso, pero no era lo que ella quería, nada era lo que ella quería, pero jamás lo diría, jamás debatiría, porque se esforzaba tanto por complacer a los demás, a un punto en donde no importaba si ella se rompía en el camino.

Tantas piezas se rompieron en ese camino de complacencia, y más sin embargo ella seguía allí, dispuesta a seguir rompiéndose, sin importarle que al final ya no quedara nada que romper.

Astrid dejo de verse en el espejo, no le gustaba ver su reflejo, pues este le mostraba la realidad que ella trataba de cubrir.

Esa noche se sentía especialmente triste, quizás se debía a la ausencia de su madre, Astrid creyó que su madre la ayudaría a arreglarse para esa noche tan importante, pero no lo hizo, se marchó tratando de evadir su culpa.

El timbre de la entrada sonó, anunciando la llegada de su acompañante, y Astrid salió de su habitación, sin ánimos de salir de fiesta, pero también sin voluntad para negarse.

Lentamente bajo las escaleras, sosteniéndose del barandal con cuidado de no resbalar, debía de sentirse como una princesa, pues se veía como una, pero ella no se sentía en ningún cuento, ya no soñaba con príncipes en corceles que llegarían haciendo promesas de amor, pues su príncipe no era igual a los demás, este no la sacaba a bailar durante toda la noche, ni tampoco la llenaba de besos y palabras de amor, este la llenaba de golpes e insultos, y aun ella sabiendo eso se negaba a dejarlo, creía que moriría si él no estaba a su lado.

Astrid llego a abrir la puerta, saliendo de su casa en el proceso.

—Te ves hermosa, amor. —la alago Angelo.

La fémina le dio una pequeña sonrisa, a la vez que tomaba su mano para caminar al auto.

Dentro del auto se percibía aquel abrumador silencio, al que Astrid ya se había acostumbrado, ya ni siquiera hacia el intento de romperlo.

Miraba por la ventana todo lo que dejaban atrás por la velocidad del coche, Astrid veía a las chicas de su edad usando bellas faldas y blusas cortas o de tirantes, y ella añoraba poder volver a vestirse con esa libertad que ellas lo hacían.

Ella estaba presa en una cárcel a la que entro por gusto propio, una donde podía salir cuando quisiera, pero ella se negaba a buscar una salida.

El auto se detuvo en el estacionamiento de la escuela, ninguno de los dos salió de este.

—No quiero que te apartes de mí lado esta noche, no me importa si las chicas quieren sacarte a bailar, tú tienes prohibido hacerlo, no generemos discusiones esta noche ¿de acuerdo, linda?

—Sí, lo entiendo.

Astrid ya ni siquiera se inmutaba por las peticiones de Angelo, el acatarlas ya incluso parecía ser automático.

...

La celebración se llevaría a cabo en la cancha de la escuela, esta estaba decorada con serpentinas, globos por doquier en colores negro, dorado y plata, las mesas llevaban manteles de esos mismos colores, pero lo que predominaba era una pista de baile en el centro de aquella cancha.

Abismo [borrador]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora