Capitulo 22.

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Blanco.

Todo era de un blanco inmaculado, no había otra cosa que no fuera el blanco, era como si estuviese en una habitación completamente blanca— una habitación enorme— sin puertas o ventanas, y ninguna grieta o imperfección en ella.

De pronto se vio a sí misma en el medio de aquella —enorme— habitación, vestida con un vestido blanco nítido, se ajustaba a su cintura y caía con delicadeza hasta llegar a la altura de sus tobillos, sus bucles dorados caían sobre su espalda, acariciando con sus hebras los brazos blanquecinos de la chica, sus pies descalzos estaban.

De un instante ya no estaba más en esa nítida habitación, ahora se encontraba en medio de un inmenso bosque, los árboles se alzaban en todo su esplendor con su imponente altura, sus ramas llenas de hojas de diferentes tonalidades de verde, el cielo resplandecía en color azul con sus nubes blancas, la luz del sol se filtraba entre la inmensidad de hojas, calentando agradablemente la piel de la rubia

El canto de las aves se escuchaba a lo lejos y una extraña, pero reconfortante paz la embargo, sentía tanta paz como jamás en su vida la había sentido, creía que nadie podía perturbar la paz que en ese momento sentía, algunos rayos del sol se filtraban hasta dar con su piel, el calor era reconfortante, todo era tan agradable y pacifico en ese lugar que anhelo estar ahí por siempre.

Algo  perturbo toda esa paz que sentía en su momento, el agudo grito se volvió a escuchar, pero ya no era solo uno, parecían que toda una parvada se hubiese unido a sus gritos, se escuchó otro grito, este parecía ser de desesperación y dolor, después todo fue silencio, el ruido ceso, la curiosidad la corroía, su sentido común le advertía que no fuera, que se quedara justo donde estaba, sentía una gran ansiedad por saber que sucedió e ignorando a la voz que le advertía comenzó a caminar, sus pasos eran cortos, y débiles, temerosos de lo que se fuese a encontrar a medida que caminaba, el hedor azoto con violencia sus fosas nasales, era un olor putrefacto, como el de un cadáver, detrás de ese hedor se podía percibir cierto olor a sangre. No le importo nada, no considero nada e hizo caso omiso de su subconsciente que le pedía a gritos huir de ahí, avanzo mucho más rápido, daba zancadas largas y a medida que iba avanzando el olor se hacía cada vez más notorio, ya no había tierra firme, sino que ahora avanzaba entre el fango, sus pies descalzos ahora estaban completamente manchados, mas sin embargo no le importo, prevalecía más la idea de que alguien estuviese herido y necesitara ayuda, hasta que de pronto se detuvo de golpe, incapaz de creer lo que se extendía frente a sus ojos.

Decenas de aves de distintos colores permanecían inertes, la sangre ensuciaba su plumaje y todos, sin excepción alguna tenían los órganos fuera de sus pequeños y marchitos cuerpos, en algunas aves incluso los gusanos ya habían profanado sus cuerpos, signo de que habían sido víctimas más antiguas, otros por el contrario no parecían que lo hubieran hecho hace más de una hora, la sangre se apreciaba fresca.

Miraba estupefacta sin poder creer que alguien hubiese sido capaz de hacerles tanto daño, era innegable que todas esas aves habían sido matadas intencionalmente, ningún depredador habría hecho cortes tan perfectos, ni las hubiese matado de forma sanguinaria, el único depredador capaz de hacer tanto daño era el humano.

De pronto toda pizca de paz se esfumo, el sol fue cubierto por un denso manto gris, el aire se apreciaba pesado, como si fuera toxico y de pronto una fuerte ventisca azoto con violencia los árboles, arrancándoles varias hojas en el proceso y sin verlo venir sombras comenzaron a avanzar con rapidez entre los árboles, apagando todo a su paso, prestando un poco más de atención se dio cuenta de lo que esas sombras hacían, los arboles estaban completamente calcinados, como si la lava volcánica hubiese sido vertida sobre ellos, miraba a su alrededor con desesperación buscando una salida, pero todo era inútil, estaba rodeada, esas sombras llegarían hasta ella, la consumirían hasta dejarla hecha cenizas, como si no fuese lo suficientemente aterrador ese momento las sombras comenzaron a hablar, con voz hipnotizante susurraban cientos de promesas y palabras, eran tres en total, la rodearon hasta dejarla en medio de un circulo, bailaban alrededor de ella y sus palabras solo se hacían más fuertes "Te amo", "Jamás te haría daño", "Te protegeré de todos", una de las sombras paro su danza, se acercaba a ella con paso firme y a medida que se acercaba fue tomando más claridad su rostro, Astrid contuvo el aliento cuando se dio cuenta de quien se trataba, Angelo estaba ahí de pie, menos de un metro había entre ambos y cuando este acorto la distancia colocando una de sus manos sobre la mejilla de ella, Astrid sintió su mano cálida, no la calcinaba como había sucedido con todo lo que este había tocado anteriormente, las facciones de su rostro se escondían entre ligeras sombras que solo acentuaban su belleza, era hipnotizante, jodidamente seductor y cuando este hablo era como si el mismísimo lucifer le estuviese hablando "Se mía Astrid y estaremos juntos por toda la eternidad, prometo llevarte a las estrellas, bajar la luna para ti y ser el príncipe azul que siempre has deseado, pero también te llevare a lo más recóndito del infierno, jugare y destruiré tu alma, te llevare a límites que jamás haz siquiera pensado..., solo acepta y nos fundiremos en la oscuridad en un limbo entre la vida y la muerte, para siempre"

Abismo [borrador]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora