Capítulo LXVIII - Férula

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ARESTO MOMENTUM

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ARESTO MOMENTUM

— CAPÍTULO LXVIII

F é r u l a 

Hermione no había formado nunca parte de un grupo tan extraño e inusual, o así lo creyó a medida que salían de la Casa de los Gritos, rehaciendo el camino de llegada. Crookshanks bajaba las escaleras en cabeza de la comitiva; Harry y Ron iluminaban tras de sí el sendero con la luz de sus varitas; les seguían Lupin, Pettigrew y Cedric, como si participaran en una carrera. Detrás iba Sirius, que se había tomado la cortesía de llevar a Susan en brazos a pesar de encontrarse débil.

—¡Es impresionante! —señaló él divertidamente—. ¡Eres aún más ligera que un dementor!

—Espero que eso sea bueno —murmuró Susan con las mejillas más anaranjadas de lo normal.

—¡Viniendo de Sirius —añadió Remus desde su posición— es prácticamente un piropo!

Hermione cerraba la marcha con el profesor Snape, apuntándolo con su varita y haciéndolo flotar de manera fantasmal. Verle en aquel estado, habiendo presenciado el golpe previo, era sobrecogedor para ella, y no se sentía capaz de apartar su mirada de él a medida que avanzaban, demasiado inmiscuida en su interno deseo de verle despertar de su trance para saber cómo se sentía.

Fue difícil volver a entrar en el túnel. Lupin, Pettigrew y Cedric tuvieron que ladearse para conseguirlo. Ron pasó a gatas con cuidado, intentando no apoyar su brazo malherido, y entre Harry y Sirius ayudaron a Susan a subir la rampa de tierra sin mucha dificultad. Hermione deslizó a Snape por delante de ella y le siguió con atención, procurando que no rozara con cualquier obstáculo. Crookshanks, que había salido el primero, apretó el nudo del tronco con la zarpa para que cuando salieran no se produjera ningún rumor de ramas enfurecidas.

Los terrenos estaban inundados de oscuridad. La única luz provenía de las ventanas distantes del castillo, convirtiéndose en una gloriosa perspectiva de Hogwarts frente a la que Sirius enmudeció, separándose del resto para contemplarla. Hermione vio como Harry se acercaba hasta él y se colocaba a su lado, y aunque no supo qué se dijeron al intercambiar palabras, se sintió enternecida por la cercanía entre ambos.

—¿Te duele mucho? —oyó que Ron preguntaba, y al girarse le vio adecuado sobre las raíces del árbol junto a Susan, inspeccionándose mutuamente.

—Bueno, un poco sí —admitió ella—. ¿Cómo está tu brazo?

—No lo sé... quizá me lo amputen.

—Seguro que Madame Pomfrey encuentra un remedio...

—Ya es tarde... estoy muy herido... no creo que pueda hacer nada...

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