Capítulo LIV - Reducio

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ARESTO MOMENTUM

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ARESTO MOMENTUM

— CAPÍTULO LIV — 

R e d u c i o

1 de septiembre de 1993

—¡Date prisa, Ron! —insistía Ginny desde uno de los asientos traseros de aquel furgón antiguo de color verde oscuro, levemente apretujada por la presencia de los gemelos en el mismo espacio, situados uno en cada lado—. ¡No querrás volver a llegar tarde el primer día!

Ordenar todas las pertenencias en un único baúl había resultado una tortura... pero apenas podía compararse con aquel rompecabezas ante el que Ron se encontraba, causante de que se echara desesperado las manos a la cabeza: frente a sí se apilaban desastrosamente todas las maletas de sus hermanos, una sobre la otra, ocupando tanto el espacio que hasta se veía impedido a cerrar el maletero.

—¡Esto es imposible! —vociferó el muchacho, con las mejillas más anaranjadas de lo normal—. Ni con el hechizo agrandador podría solucionarlo.

Hermione, quien se encontraba viendo la escena tras haber adecuado sus pertenencias en el maletero del Seat Clásico, decidió acercarse a él mientras hacía rodar los ojos con fingido fastidio.

—¿Y si lo haces a la inversa? —le sugirió plantándose junto a él, con las manos adecuadas sobre cada lado de su cada vez más definida cadera.

La desesperación acumulada fue la causante de que Ron le devolviera una mirada repleta de inquina.

—Tus lecciones son lo único que no he echado en falta durante las vacaciones —suspiró él, queriendo sonar serio—. Vamos, impresióname con tus conocimientos y acabemos con esto de una vez.

Haciendo caso omiso a sus palabras, la castaña desenfundó con maestría su varita y apuntó en dirección al abarrotado maletero.

Reducio —pronunció con total claridad, dibujando una V en el aire, y la luz púrpura que cayó sobre los baúles los redujo al sorprendente tamaño de una caja de zapatos.

La mueca sorprendida que se dibujó entre las facciones anaranjadas de Ron fueron motivo suficiente para que Hermione echara una carcajada al aire, guardándose la varita.

—Algún día reconocerás la suerte que tienes de tenerme aquí, tacaño —expuso ella con picardía, arrancándole una sonrisa a su compañero a medida que éste apilaba debidamente los pequeños baúles con facilidad.

—Espero no tener que hacerlo nunca —alegó él acentuando su alegría, y consiguió cerrar finalmente el maletero de un golpe seco.

El sonido estridente del claxon a sus espaldas logró que ambos jóvenes se giraran con rapidez en su dirección, encontrándose a un animado Cedric que, acompañado por las sonrisas de complicidad de Amelia, Harry y Susan, golpeaba reiteradamente el volante del Seat Clásico.

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