Capítulo XLIX - Expelliarmus

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ARESTO MOMENTUM

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ARESTO MOMENTUM

— CAPÍTULO XLIX —

E x p e l l i a r m u s

Las llamas lo envolvieron como un abrazo cálido que lo absorbió, arrastrándolo hacia un abismo al que ya estaba acostumbrado y no dejando más rastro de él que la ceniza que quedó adherida bajo la elegante repisa de mármol que conformaba la chimenea. Segundos después las llamas lo liberaron con elegancia, dejándolo erguido sobre las cenizas de aquel nuevo hogar constituido por la fría piedra que tan bien conocía.

Sin esperar invitación, Albus Dumbledore salió de la chimenea, removiendo la ceniza que había quedado impregnada en sus ropajes con un simple blandir de varita, y circuló a paso sosegado por entre los catres que poseía la estancia, deteniéndose frente a aquel en el que una sombra oscura, dándole la espalda, dedicaba su plena atención.

—¿Todavía te culpas, hijo? —dejó que su voz apaciguada resonara entre las voluptuosas paredes de la enfermería, rompiendo en pedazos aquel silencio sagrado, a medida que avanzaba hasta él.

—Empezaba a echarte en falta, Albus —exclamó Snape con voz tenue, demasiado concentrado en aquella figura inerte que restaba tendida sobre la cama como para postrar sus ojos en su acompañante—. Eres el único capaz de darle voz a mi conciencia.

Con una sonrisa discreta dibujada entre sus barbas albinas, el director colocó su mano derecha sobre el hombro de su compañero, a modo de brindarle su apoyo a través de aquel simple contacto, y clavó sus ojos celestes sobre la figura petrificada.

—Sin embargo, tu conciencia está contaminada por tus emociones internas... por lo que no puedo estar de acuerdo con ella —dictaminó él con convicción—. Ambos estáis equivocados.

—No era necesario que vinieras. Ya sé hundirme yo solo.

Retirando sus dedos firmes del hombro de Snape, Dumbledore rodeó apaciguadamente la camilla, posicionándose en el lado opuesto y acomodándose en el sillón que lo precedía.

—Severus... no puedes encerrarte en tu amargura de esta manera —manifestó él, intentando hacer sonar sus palabras tranquilizadoras—. Minerva me ha comentado que te pasas tardes y noches enteras haciéndole compañía hasta que estás tan cansado que no eres capaz de mantenerte en pie.

La mirada oscura de Snape se alzó entonces, tropezándose con la suya, y sintió como sus ojos negros, situados sobre aquellas profundas ojeras que se le acentuaban, perforaban los propios como brasas calientes.

—Veo que habéis tenido tiempo para contaros vuestros chismorreos —le recriminó el hombre con total inquina, en un tono que para él se había vuelto habitual escuchar—. ¿Y ahora qué? ¿Me vas a soltar uno de tus sermones acerca de la bondad y la pureza espiritual?

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